La
Librería de Cazarabet
Funambulista publica una nueva novela desde la
mirada inquieta y la pluma , cierta y firme, de Jorge Omar Viera.
Aquello que nos dice la editorial:
Esta novela (con ecos de Bowles y Buzzati) cuenta el
periplo del africanista Elías
Laplace Oria, teniente coronel del ejército
franquista destinado en 1935 a la última colonia española: Ifni.
Su destino es una mezcla de premio y castigo, pues se siente relegado, pero al
mismo tiempo logra sobrevivir allí, en curiosa paz por separado, a toda la
Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial. ¿Ha sido protegido o ha
sido condenado por Francisco Franco?
En Ifni, Laplace sucumbe al
hechizo de esa franja de tierra bajo su mando y siente cómo su autoridad y
voluntad se resquebrajan, y por las rendijas de esta quiebra asoman los
fantasmas de cuanto dejó atrás (un amor de juventud mal resuelto y una amistad
truncada con Franco) y la creciente sospecha de que los astros y el mundo se
mueven con distinta lógica en el desierto. Y todo esto nos lo narra, desde el
próspero Madrid de 2007, un periodista extranjero a través de la lectura que le
hace a su hija pequeña de los diarios de Laplace
hallados por él en una librería de viejo de la capital.
Esta no es una novela
histórica, si bien juega con la minúscula historia de Ifni
y el sinsentido de la Historia con mayúsculas; pero, sobre todo, nos plantea
una pregunta: ¿es posible una conversión? ¿Es posible ser otro?
El autor:
Jorge Omar Viera es un escritor
argentino-español. Se formó en la adolescencia, en Buenos Aires, en los
talleres literarios de Roger Pla, Abelardo Castillo y Liliana Héker. Se licenció en Letras por la Universidad de Buenos
Aires y es MA in Hispanic Studies
por la Universidad de Virginia. Vivió por temporadas en Madrid, Jerez de la
Frontera, São Paulo, Charlottesville, París y Oualidia
(Marruecos). Actualmente reside (y reincide) en Londres. Algunos de sus ensayos
y crónicas sobre ciudades han aparecido en las revistas Artefacto,
Grumo, El Interpretador y otras publicaciones de Argentina, Uruguay y
España. En 2007, Editorial Funambulista publicó una
de sus novelas, Mientras gira el viento, que fue finalista del
Premio de Novela Mario Lacruz en su edición 2006 con
un jurado compuesto por Enrique Badosa, Rafael Borràs, Marietta Gargatagli, José
Ovejero y Juan Max Lacruz.
Lee un fragmento:
http://issuu.com/henrywhalley/docs/2-22_cc9a9134f5fce5
Cazarabet conversa con Jorge Omar
Viera.
-Amigo, se nota que te has pasado la vida de
libro en libro como lector, pero pensando mucho en escribir…¿qué me dices?
-Hola,
ante todo muchas gracias por dejarme un espacio para decir algo en vuestra
librería virtual. Me encanta tener esta oportunidad sobre todo porque la vuestra
es una librería que se ocupa de muchos títulos libertarios, y pienso para
comenzar que la escritura –antes incluso del mercado- antes incluso de
publicar, es un ejercicio de libertad. Pienso también que lo que nos impulsa a
muchos escritores a escribir es una suerte de anarquismo natural. La lectura
para mí no surge como un fenómeno intelectual, casi elitista, como supo ser en
la Buenos Aires europeizada de los años sesenta donde crecí, sino de una
infancia en una barriada popular absorbiendo literatura desde los géneros
plebeyos. Para empezar, estaban las historietas que me hacían soñar con futuros
menos grises que el del barrio y el de esa época en los que vivía y sobre todo
con tener los poderes extraordinarios de los superhéroes de las revistas Batman,
Superman y en general todas las que llamábamos
revistas mexicanas, pues la mayoría provenían de allí y en traducciones que
desde niño me facilitaron una relación distanciada y lúdica con la lengua
castellana. En mi casa no había espiraladas
bibliotecas borgesianas con anaqueles inalcanzables,
pero mi madre era maestra de escuela primaria y algunos clásicos lograron
colarse y me gustaba su voz cuando me leía poesía. Claro que también estaba la
literatura que yo recibía por goteo del cine y de las series televisivas, de
los extraños doblajes de películas históricas y de horror y de ciencia ficción.
Entonces Mickey o Pluto se codeaban con Bette Davis o
Boris Karloff o el Capitán Kirk de Star Trek, y el Patoruzú vernáculo con el Macbeth de Orson Wells o pelis históricas
como Young Bess
(La reina virgen) interpretada por Jean Simmons, o todas las de Hitchcock. Louise Alcott convivía con Julio Verne o
las adaptaciones de los cuentos de Poe de Vincent
Price y con la voz de mi padre recitando estrofas del Martín Fierro de memoria
en la cocina, cuando no recitaba proverbios en árabe (pues estudiaba árabe
clásico) mientras cebaba mate. Creo que un escritor surge de esa confusión y de
ese eclecticismo y de ese mestizaje desenfrenado de las voces que un día nos
hace descubrir que la aventura no está sólo en el relato que se devora a
tarascones sino en la propia voz que lo narra.
-Lo que demuestra que la mejor escuela de
escritura es la lectura…
-Escribimos
con la ilusión de provocar alguna vez en otro lector, en otro ser humano, ese
sacudón que un día nos trajo una frase feliz. Escribimos para reproducir ese
momento en que una lectura nos soliviantó y pensamos que la palabra, el
lenguaje, no podía ir más lejos. Pero escribimos con la ilusión de ir siempre
un poco más lejos. Si uno no escribe con ese impulso primordial, o más bien
diría primitivo, cavernícola –y desde luego utópico- pienso que más vale la
pena aprovechar el tiempo dedicándose a otra cosa.
-Aunque tengo entendido que has participado en
algún taller de escritura: hay muchos, los hay de mucha calidad y con mucha
salida…con lo de la salida, me refiero a que ofrecen, con sinceridad, si puedes
o no puedes aventurarte en lo de “sacar” el libro…
-Fui un
escritor precoz y tuve salida precoz, aunque luego me hundiera durante muchos
años en la mudez y el anonimato, como ocurre con muchos precoces. Fui, soy, un
tardío publicador de lo que fui rumiando a través del tiempo. Pero crecí en
talleres literarios e hice pie muy rápido en ese mundo. Los talleres literarios
estaban de moda en la época en que yo era adolescente. Tuve suerte. Me apunté
en uno del escritor Roger Pla, donde no sé por qué capricho nos pasamos un año
entero leyendo a Gastón Bachelard (La poética del espacio) y empecé a
adquirir un estilo. El problema es que ya tenía estilo antes de tener una
historia valiosa que contar. Ya era escritor antes de tener qué escribir. Y el
problema es que lo valioso que tenía para contar estaba demasiado cerca de mi
experiencia presente como para poder objetivarlo. Me faltaba perspectiva. Eso
lo descubrí poco después en los talleres de Abelardo Castillo y Liliana Héker, que eran foros de lectura implacable e impiadosa de
los cuales uno salía de madrugada con todos sus manuscritos y sueños de
grandeza destrozados. Con todo, aprendí muchísimo, y mejor tener los sueños
destrozados a los diecinueve o veinte años que mucho después. En esos talleres
conocí en persona a escritores entrañables como Hebe Uhart
o Marco Denevi y a los veinte años ya formaba parte
del grupo redactor de la legendaria revista literaria El Ornitorrinco. Allí publiqué, a los veintiuno, mi primer cuento y
mis primeras reseñas críticas. Hoy día proliferan los cursos de escritura
creativa y de casi cualquier técnica, enfoque o corpus de lectura. Yo pienso
que sirven si uno se apunta en el de algún escritor cuya obra admire, aunque al
final de curso termine detestando a ese autor.
-La tuya es una narrativa, novela, que mezcla
ficción y no ficción, esto es muy difícil de manejar. ¿Cómo te lo has hecho?...
-Mi narrativa
es muy variada y Las constelaciones
indiferentes es solamente una veta de lo que hago. Contengo muchas voces
(las contengo, literalmente, se me salen por los poros) y escribo para
administrarlas, para modularlas y domarlas. Las guardo en frascos, que son
narrativas o ensayos o poemas. Los géneros no son más que viales de la voz.
-No se trata de tu primera novela y eso
también se nota, sabes cómo manejar al argumento; a los personajes…y a ése ir y
venir en el tiempo…
-Las
novelas, los escritos en general, casi nunca salen en el orden en que se
escriben, por simples razones de mercado. Las
constelaciones indiferentes es la segunda novela que publico, pero la
quinta que he escrito. Las otras son muy distintas. Creo que cada relato impone
la forma en que necesita ser narrado y que la labor del escritor consiste en
rendirse a esa lógica-ilógica del libro. Escribir es ser fiel y también saber
traicionarse. Me gusta jugar con el tiempo en mis escritos, es verdad, pero la
verdad es que en un sentido más amplio, como se ha dicho muchas veces (Pasolini, Borges y muchos otros) la literatura es un
experimento con el tiempo.
-Los dos personajes principales: el teniente
coronel africanista y el periodista que escribe artículos “free-lance”, como
también en tierra de nadie…¿Qué puntos tienen de confluencia? (a mi parecer no
pocos? -¿Y qué puntos les alejan?
-Es
verdad, el teniente coronel es un desplazado en África, que en forma paulatina
descree de su misión allí. En cierta forma se siente premiado con el destierro
(y con el desierto, valga la aliteración) que es siempre un premio
problemático. Por otro lado el periodista free-lance que nos narra la historia
es un apátrida, que ha crecido entre diferentes lenguas y países y tiene una
relación lejana con la ciudad que habita. No es casual que en la novela ni
siquiera se lo nombre (no sabemos cómo se llama). Su Madrid es un enclave, una
fase, una estación en el tiempo. Me interesaba que, más allá de las peripecias
del relato y con independencia de sus escenarios, hubiera en la narración un
hechizo, una extrañeza. La realidad se ve de otra forma con los ojos
entornados, con ojos lejanos. Esa mirada sesgada es lo que estos dos personajes
principales tienen en común. Lo que más los diferencia, claro, es su
disponibilidad de tiempo. El teniente coronel vive el tiempo africano, moroso,
casi infinito, del destino y la época en la que le toca vivir su aventura de
exilio profesional: la primera mitad del siglo XX, en un puesto perdido a las
puertas del Sáhara. El periodista vive en 2007, en una Madrid marchosa,
apremiado por trabajo, preocupaciones familiares y urgencias absurdas, como
todos nosotros. Lo que para el teniente coronel es desierto, para el periodista
es, a través de la lectura, oasis.
-Un hombre que se conforma contemplando las constelaciones, quizás
indiferentes, en el cielo de la noche, mientras otro mira y contempla el paso
del tiempo, escribiendo artículos “sin ton ni son”, cuando cree que podría
aportar mucho más…cuando le hierve la sangre porque piensa que tiene mucho a
contar…
-En
efecto, el teniente coronel es el escritor en ciernes, que descubre una
vocación por la escritura como quien escapa de la ciudad un finde
y al llegar a las afueras se abisma en la inmensidad del cielo estrellado. El
periodista, en cambio, vive estrellado por las palabras, tiene una relación
cínica con la lengua, en suma: debe escribir tonterías para sobrevivir. No
tiene tiempo de mirar al cielo.
-Son personajes ensimismados, atados
por obligaciones, amargados y extrañados ante el devenir de los
acontecimientos…No sé si te has dado cuenta, pero hoy en día hay muchos
personajes así caminando por la vida. ¿Qué nos puedes decir?
-No sé si
el ensimismamiento tiene una fecha de caducidad. Ni la amargura. O la risa
amarga, torcida, de la ironía. La vida, en cualquier caso, es por naturaleza
agridulce. Me imagino que personajes así habrán existido siempre. Es verdad que
nuestra cultura –al menos las culturas urbanas, de los países altamente
industrializados- es más ensimismada que otras, y sobre todo a causa de esta
fase primigenia del uso de las nuevas tecnologías en la que se experimenta una
especie de furor solipsista. Tal vez nos parezca que
este solipsismo sea el resultado fatal o natural de nuestra evolución en el
manejo de las herramientas, de nuestra evolución tecnológica. Yo diferenciaría
introspección de ensimismamiento. Y también creo que la idea de que las nuevas
tecnologías deban aislarnos es una idea anticuada. Soy moderadamente optimista
y creo que en un futuro los árboles nos dejarán ver el bosque y los gadgets o
adminículos tecnológicos nos servirán para recuperar la comunicación.
-Me ha gustado mucho la manera que tienes de
expresarte escribiendo: eres conciso , precisamente, cuando hay que serlo ….eso
es difícil de verlo y valorarlo…mucha gente escribe, pero no saben, y no pasa
nada…pero no se sabe cuándo parar y cuando seguir escribiendo y contando…¿Cómo
lo has aprendido?. Quiero aquí pararme, un instante, y regresar a la primera
pregunta…tus lecturas, algunos de tus autores y escritores te han ayudado a
eso…al menos eso creo, ¿no puedes dar nombres?
-A los diecisiete años fui a la
librería Santa Fe de la calle del mismo nombre en Buenos Aires y me compré las
ediciones de Alianza de Madame Bovary y de El
lobo estepario, de Herman Hesse. Lo recuerdo porque estaba tan emocionado
de haber podido juntar el dinero para comprar esos libros con mi primer trabajo
de cadete en una empresa y porque la vendedora me dijo que le gustaban tanto
los títulos que yo había elegido que me hizo un descuento del 20%. Disfruté
muchísimo ambos libros, pues eran mi primera incursión en la “literatura alta”
para alguien que provenía sobre todo de las lecturas de ciencia ficción de la
colección Minotauro de Sudamericana, y en particular
de las lecturas de Ray Bradbury
y James G. Ballard y H. P. Lovecraft.
Leí a casi todo Herman Hesse, por supuesto, que como bien ha dicho Abelardo
Castillo es un escritor para leer en la adolescencia, o tal vez en aquella
adolescencia. Y en cuanto a Madame Bovary, bobalicona,
soñadora, enamoradiza, entrañable, digamos que era, por supuesto, yo. Pero he
de decir que las cartas de Flaubert del apéndice de
la edición de Mme. Bovary me volaron la cabeza: son
el mejor curso de literatura creativa que cualquier persona pueda hacer. Poco
después, no sé por qué, me compré una edición preciosa del Diario Florentino de Rilke y me trepé a
las nubes. Aquella idea del artista como dios venidero, en plan autoficción-ensayo, era precisamente lo que un adolescente
volado como yo necesitaba para tener la valentía de escribir, para arrojarse a
escribir. Más tarde descubriría su magnífico Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Son lecturas que todavía me resuenan. Es
verdad, como más tarde me diría Liliana Héker, que es
mejor soñarse grande o no vale la pena soñarse. Y es verdad que con semejantes
lecturas uno termina escribiendo mierdas rimbombantes (que no rimbaudbantes)
durante una buena época. Pero era el lugar y el momento correcto para leer algo
así. Por otro lado, en esa época estudiaba inglés en un instituto y pasaba
largas sesiones con mi gran amigo Gustavo Cuello hablando y leyendo solamente
en inglés o traduciendo letras de músicas de bandas de rock. Tuvimos la suerte
de leer a clásicos americanos como El
gran Gatsby o To Kill a Mockingbird
(Matar a un sinsonte) de Harper Lee, o The Old Man and The Sea (El viejo y
el mar) de Hemingway, además de británicos como The Moon and Sixpence
(La luna y seis peniques) de W. S. Maugham o The Third Man, de Graham Greene, cuando
éramos aún casi niños. En el instituto de inglés me enteré de la existencia de
la Lincoln Library, la biblioteca del centro cultural americano, sobre la calle
Florida, y me hice socio en un santiamén. De allí podía sacar prestados títulos
en forma gratuita en épocas en que los precios de los títulos importados eran
prohibitivos y no existían piraterías alternativas. Tuve la sensación de haber
hallado un yacimiento, un tesoro: la literatura estadounidense. Así di con
autores que le dieron un timonazo a mi forma de
escribir y en particular recuerdo a Susan Sontag. Su concisión, su precisión, su exactitud, su
elegancia, su economía de lenguaje, ella misma, cómo hablaba, su manera de usar
el inglés, cómo era. Tenía un metejón total con Sontag,
creo que todavía lo tengo. Pero también recuerdo lo contrario: la locura, la
furia en ramalazos de leer a Faulkner, y en particular The
Sound and the Fury (El sonido y la furia) pero sobre todo Light in August (intraducible por Luz de agosto) un libro que me mató. Y también recuerdo la risa
amarga de leerme Kurt Vonnegut
Jr. de la A a la Z. No sé si antes o después de estas
cosas me veo apretado en un coche con mis primos yendo de Mar del Plata a
Miramar, sobre la costa atlántica. Llueve sobre la carretera y presiento el mar
pero no puedo mirarlo y ya no puedo seguir la conversación de mi familia porque
estoy enfrascado, alucinado, con la lectura de La señorita Cora, de Cortázar y El
Perseguidor, los dos al hilo en una antología de colegio que mi prima se
llevaba para hacer los deberes de interpretación de textos durante un fin de
semana. Fue tan fácil pasar de Cortázar a sus versiones de los cuentos de Poe,
y luego a Poe en versión original, por así decir. El terreno estaba abonado
para Borges, Onetti, Rulfo, y así siguió la cosa…
También recuerdo noches en blanco de la adolescencia, noches de una soledad
absoluta, deambulando por una ciudad que no comprendía, que aún no comprendo,
vagando por la calle Corrientes o echándome en alguno de los infinitos bares de
entonces a leer poemas que entendía sin entender –que eran los que prefería-.
Así aprendí a aprender, casi de memoria, a Alejandra Pizarnik,
que fue una gran lección de sintaxis aplicada. Me gustaban también poemas de
Henri Michaux o de Georg Trakl, no sé por qué. Ya no leo necesariamente a estos
autores, y leo poca poesía, pero no se olvidan poemas como el Melancolía, de Trakl: Sombras azuladas. Oh, vosotros ojos
oscuros / que tanto me miráis al pasar por mi lado / Sones de guitarra
acompañan dulcemente al otoño / en el jardín, disueltos en lejías pardas / La
sombría seriedad de la muerte preparan / manos de ninfas; de rojos pechos maman
/ labios marchitos, y en lejías negras / resbalan los húmedos bucles del
adolescente solar.
-Amigo, no sé si te das cuenta, pero has escrito una novela
sobresaliente….con la figura de Franco omnipresente…su sombra es muy alargada
en la historia y en la historia personal del teniente coronel…..Esa parte de la
historia, esa vinculación, ese dominio, ese control…me ha gustado mucho cómo lo
tratas y lo has llevado a cabo:¿Cómo se te ocurrió, cómo fue dar con ello y
empezar a tirar de la manta…parece que tiene mucho de personal?
-Es una
risa. Jamás se me hubiera ocurrido pensar en Franco como personaje. Si hace
diez años me decías que iba siquiera a nombrarlo en una futura novela mía me
habría reído de buena gana. Surgió solo, creció solo, a partir del destino
africanista del teniente coronel. Tampoco hubiera esperado jamás escribir mi
propia novela de teniente coronel en plan dictador de novela del realismo
mágico, pero supongo que los latinoamericanos llevamos los milicos marcados a
fuego y por algún lado tenía que surgir. El teniente coronel Laplace surge a su vez de la lectura de los escritos
etnográficos del teniente coronel Ángel Doménech
Lafuente, un personaje de la vida real que no guarda relación alguna con mi
personaje, salvo su lugar de destino. Por necesidad de ambientación histórica
el destino de mi Laplace tenía que estar vinculado al
de Franco, quien probablemente lo habría nombrado para ese puesto. Entonces me
inventé ese vínculo entre el teniente coronel y Franco. Tiré de la manta, como
dices, y salió este tapiz. ¿Acaso debo reconocer que Franco estaba allí como
una latencia a partir de mi experiencia de vivir en España, donde poco se lo nombra
pero está en casi todo lo que hacemos y decimos? Lo cierto es que en España
Franco perdura precisamente como una latencia, que es como mejor se preservan
los fantasmas. Franco es para España un fantasma, o tal vez un espectro. Es
difícil decidir si llegó a existir porque el advenimiento de un personaje así
ya estaba prefigurado y todo lo que él hizo fue su tomar su lugar, que es una
de las tesis del historiador Paul Preston. Lo cierto es que Franco murió, pero
nadie lo ha matado todavía. Proponerlo como una figura más en el tapiz de mi
historia era una de las tantas maneras posibles de ponerlo de relieve, de
sacarlo a la luz, de exorcizarlo. Muchos cadáveres en España esperan una
oportunidad similar.
21507
Las constelaciones
indiferentes. Jorge
Omar Viera
367 páginas 14 x 18 cms.
16.00 euros
Funambulista
Esta novela (con ecos de Bowles y Buzzati) cuenta el
periplo del africanista Elías Laplace Oria, teniente
coronel del ejército franquista destinado en 1935 a la última colonia española:
Ifni. Su destino es una mezcla de premio y castigo,
pues se siente relegado, pero al mismo tiempo logra sobrevivir allí, en curiosa
paz por separado, a toda la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra
Mundial. ¿Ha sido protegido o ha sido condenado por Francisco Franco?
En Ifni, Laplace sucumbe al
hechizo de esa franja de tierra bajo su mando y siente cómo su autoridad y
voluntad se resquebrajan, y por las rendijas de esta quiebra asoman los
fantasmas de cuanto dejó atrás (un amor de juventud mal resuelto y una amistad
truncada con Franco) y la creciente sospecha de que los astros y el mundo se
mueven con distinta lógica en el desierto. Y todo esto nos lo narra, desde el
próspero Madrid de 2007, un periodista extranjero a través de la lectura que le
hace a su hija pequeña de los diarios de Laplace
hallados por él en una librería de viejo de la capital.
Esta no es una novela histórica, si bien juega con la minúscula historia de Ifni y el sinsentido de la Historia con mayúsculas; pero,
sobre todo, nos plantea una pregunta: ¿es posible una conversión? ¿Es posible
ser otro?
«Porque el desierto —filosofaba el teniente coronel— es, en sí mismo, un
destino. Y una vez que el desierto se ha metido dentro de uno, se vuelve una
enfermedad crónica. El destino es como un perro hundiéndose en un remolino de
arena…
Lee un fragmento:
http://issuu.com/henrywhalley/docs/2-22_cc9a9134f5fce5
Jorge Omar Viera es un escritor argentino-español. Se formó en la
adolescencia, en Buenos Aires, en los talleres literarios de Roger Pla,
Abelardo Castillo y Liliana Héker. Se licenció en
Letras por la Universidad de Buenos Aires y es MA in Hispanic
Studies por la Universidad de Virginia. Vivió por
temporadas en Madrid, Jerez de la Frontera, São Paulo, Charlottesville, París y
Oualidia (Marruecos). Actualmente reside (y reincide)
en Londres. Algunos de sus ensayos y crónicas sobre ciudades han aparecido en
las revistas Artefacto, Grumo, El Interpretador y otras publicaciones de
Argentina, Uruguay y España. En 2007, Editorial Funambulista
publicó una de sus novelas, Mientras gira el viento, que fue finalista
del Premio de Novela Mario Lacruz en su edición 2006
con un jurado compuesto por Enrique Badosa, Rafael Borràs, Marietta Gargatagli, José
Ovejero y Juan Max Lacruz.
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