portadacrisalidaweb.jpgCazarabet conversa con...   Carlos Serrano Lacarra, autor de “Una ciudad en la crisálida. Espacios de cultura, espacios de acción (Zaragoza, 1969-1979)” (Rolde de Estudios Aragoneses)

 

 

 

 

 

 

 

 

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Carlos Serrano analiza cómo son los espacios  de la cultura y los espacios de la acción en la ciudad de Zaragoza en la horquilla temporal que abarca de 1969 a 1979.

El libro lo edita Rolde de Estudios aragoneses, alternando muy bien, desde el gusto por la edición, las inserciones de imágenes, fotografías, textos diferenciados con diferentes colores de fondo…

El libro forma parte de la colección Salvachinas.

Nosotros hemos mantenido varias entrevistas con Rolde, (las podéis ver  en este enlace http://www.cazarabet.com/conversacon/editoriales.htm )  y en el siguiente enlace os  vamos a recordar este pequeño reportaje, que tiene a ver con la Revista Rolde. http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/rolde162-163.htm

Lo que nos explica Rolde del libro .La sinopsis:

Este libro nos acerca a una Zaragoza que, en la década de 1970, se mueve entre la inercia de una dictadura represiva y los anhelos de libertades. Una Zaragoza en desordenado crecimiento, con desigualdades e injusticias en su seno, y en la que se atisban pretensiones de modernidad junto a un innegable sustrato rural.
La «zaragozana gusanera» de Miguel Labordeta cobija pálpitos de inquietud y de ruptura: vivencias y actitudes que, a lo largo de la década, irán anunciando nuevos tiempos.
En esta ciudad y en estos años, muchos espacios albergaron esos impulsos. Aquí damos protagonismo a tres lugares, vivos en 2018, que en los años setenta del pasado siglo fueron más allá de la función para la que habían sido concebidos. El restaurante Casa Emilio, el Café de Levante y el bar Bonanza (tres lugares muy diferentes entre sí, y por ello complementarios) aportaron sociabilidad y dieron cobijo al diálogo, a la rebeldía y a la creatividad. Hubo otros muchos, por supuesto, y también desfilan por estas páginas, componiendo un mosaico que, en los ochenta, tendrá más color.

El autor del libro. Un experto en estos lares, Carlos Serrano:

Este zaragozano es licenciado en Geografía e Historia, DEA en Historia Contemporánea y máster de gestión cultural por la Universidad de Zaragoza. En este último campo donde desarrolla su labor profesional.

Ha coordinado diversas publicaciones relacionadas con despoblación y desarrollo rural, llevando a cabo una  intensa labor divulgativa en publicaciones periódicas y libros, documentando exposiciones y audiovisuales sobre historia de la autonomía, historia de Aragón, despoblación, desarrollo rural e instituciones aragonesas, programando e impartiendo talleres y cursos sobre esos temas en ámbitos de educación reglada.

Su labor investigadora se ha centrado en la historia del aragonesismo en el siglo XX (décadas previas a la Guerra Civil y en los años de transición a la democracia), reflejada en charlas, conferencias, aportaciones a congresos de historia contemporánea, artículos especializados en revistas, colaboraciones en libros colectivos y monografías.

 

 

Cazarabet conversa con Carlos Serrano:

carlosserrano-(2).jpg-Carlos, ¿qué es lo que te ha llevado a escribir este libro, qué es lo que te ha inspirado a ello?

-El libro surgió como una forma de dar continuidad a una exposición comisariada por mí, bajo coordinación expositiva de Beatriz Lucea, que estuvo instalada en el Centro de Historias de Zaragoza durante la primavera de 2018. La visita a la Zaragoza de los setenta que suponía esa muestra se ve aquí completada, con más textos, algunas imágenes diferentes, mayor reflexión… elementos que lo limitado del espacio expositivo no permitía. De este modo, aunque la exposición tuvo una vida corta, lo que se reflejaba en ella sigue teniendo una presencia en estas páginas. Se le da nueva vida al proyecto.

El libro, por otra parte, no es un estudio sesudo ni nada que pretenda servir de referencia canónica o académica. Es un paseo por la Zaragoza de esos años, con una visión, en parte amable y en parte crítica, con un clarísimo afán divulgativo, con referencias (incluidos enlaces a sitios de internet) donde poner el foco, pistas para ampliar cuestiones concretas… La idea era, recogiendo el testigo de la exposición, que entrase por los ojos, que tuviese vistosidad y que se pudiera leer entre líneas, también.


-Al margen del contenido, temática y demás el título es de lo más sugerente… ¿qué hay detrás del mismo?

-El título es un guiño a Miguel Labordeta, cuyo espíritu sobrevuela el libro (murió en 1969, al inicio de este tiempo que acotamos en diez años, y su recuerdo estuvo muy presente durante toda la década). Miguel hablaba de la zaragozana gusanera, ese lugar un poco putrefacto y cadavérico donde no pasaba nada, cualquier mínima disidencia era socavada y todo era conformismo. Pero en los setenta, con una dictadura que en su decadencia sigue siendo represiva, se perciben pálpitos de inquietud, de reivindicación, de creatividad, de contestación… Dentro del capullo empieza a haber movimiento, esos gusanos inician su metamorfosis.


-Todavía está en la crisálida Zaragoza? O la crisálida explosionó como ser sensible que es con el paso cronológico…

-La crisálida se abrió en la década de los ochenta, todo lo que se había incubado y palpitaba… explotó, y de ahí salieron mariposas, color, aire fresco… la llegada de la democracia, la izquierda en el Ayuntamiento, la Asamblea de Cultura, las fiestas populares, la cultura en la calle, nuevos equipamientos, más pluralismo… por más que siguiera habiendo problemas, el cambio era evidente. Otra cosa es que tal vez se creasen nuevas crisálidas, nuevas barreras que hubiese que romper, nuevos retos...


-¿Una ciudad en la crisálida es como una especie de ciudad que viene de otras confluencias como de otras ciudades y que, a la vez,  alberga una ciudad de ciudades?

Como ahora, en aquellos años Zaragoza se hace eco de influencias externas, y también proyecta influencia hacia, especialmente, el resto de Aragón (muchos de cuyos habitantes, les guste o no, tienen a la capital de Aragón como centro). “Ciudad de ciudades”… digamos que en Zaragoza había muchas zaragozas. Ahora sigue habiendo diferencias pero quizá están más difuminadas: está claro que en 1975 por ejemplo, la Zaragoza de Valdefierro no tenía nada que ver con la Zaragoza de León XIII, ni a su vez con la Zaragoza del Puente de los Gitanos: las preocupaciones y prioridades de los habitantes de unas y otras “zaragozas” eran diferentes. Zaragoza por otra parte siempre fue una ciudad de aluvión, de inmigración tanto del resto de Aragón como de otros lugares de la España interior. Tanta variedad de procedencias en la construcción de ciudad, determinaba ya una personalidad en la misma, y marcaba también diferencias entre unos barrios y otros. Y también, conviven muchas sensibilidades, actitudes e inquietudes diferentes, o que no tienen por qué ir en la misma dirección. Más allá de la idea de “desigualdad de oportunidades y recursos” (a priori negativa), esa variedad, a mi modo de ver, es enriquecedora.


-¿Cómo definirías actualmente a Zaragoza?

-Una ciudad muy vital, las cosas como son. Con mucho vigor creativo: pintores, ilustradores, poetas, escritores, músicos, fotógrafos, gente del teatro, de la danza, del audiovisual, del cómic… de lo más granado en España. Antón Castro dice que Zaragoza es la ciudad de la alegría, y estoy de acuerdo con él. Hay movimiento, circulan proyectos muy interesantes, hay equipamientos donde se hacen muchas cosas, ciclos, grandes museos, exposiciones magníficas, etcétera. Debemos huir de discursos victimistas, llorones y quejicas, que muchas veces parecen tomar más protagonismo, y creer un poco en nosotros mismos. Siempre se nos ha llenado mucho la boca hablando de la Barcelona (anterior a estos tiempos tan modorros) integradora, abierta, cosmopolita… y resulta que Zaragoza reúne hoy día esos adjetivos. El hecho de no haber nacido en Zaragoza no es obstáculo para mucha gente que se instala aquí, que tiene cosas que proponer. Y hay muchos ejemplos de eso.


-¿Qué carencias le ves, le notas casi le palpas?

-Carencias, claro que tiene. Ese diagnóstico tan optimista que acabo de hacer no debe ocultar que hay muchos problemas, que hay desigualdades, injusticias, desmanes urbanísticos, etc., pero está todo mejor regulado y hay más conciencia cívica (es lo que tiene el ejercicio de la democracia y de las libertades durante unas cuantas décadas). Por mucho que nos quejemos (y con razón) de arbitrariedades que se puedan cometer hoy día, por muchas parcelas que haya que mejorar… hay que reconocer que muchos de los problemas son los normales en una ciudad viva.


-Es una ciudad que vive un poco como de espaldas a un inmenso mundo rural que pivota a su alrededor…

-Zaragoza siempre había sido un modelo de simbiosis campo-ciudad, desde sus primeros siglos de vida, desde la Cesaraugusta romana. La ciudad jerarquizaba un espacio rural en el que estaba acogida con cierta armonía. Eso se empieza a alterar en las primeras décadas del siglo XX, y se desbarata por completo en los sesenta y setenta, cuando el modelo económico impulsado por el franquismo, el polo de desarrollo, las autopistas… dan al traste con lo mejor de la huerta zaragozana, y la ciudad consolida la concentración de industria y servicios. En el fondo, Zaragoza paga un peaje muy alto por todo eso: pierde parte de su identidad, de su ADN, y encima desde algunos sectores se le va a recriminar “estar contra Aragón”, acusando a la ciudad de absorber recursos del resto del territorio para crecer (cuando precisamente Zaragoza es la primera perjudicada por un modelo de crecimiento desmesurado, desordenado y casi por decreto).


carlosserrano (3).jpg-Mundo rural del que se ha nutrido Zaragoza… por eso Zaragoza es un compendio de Aragón de todos sus pueblos, aldeas, barriadas, masadas  y masías…

-Es un pueblo grande, en el buen sentido (ni mucho menos despectivo, más bien al contrario). En los años sesenta y setenta, de los que me ocupo en el libro, Zaragoza sigue teniendo ese aire rural por la procedencia de muchos de sus vecinos, se sigue tomando la fresca (y aún hoy en algunos barrios), hay relaciones de proximidad en los que ser de tal o cual pueblo o comarca es importante, se sigue “bajando a Zaragoza” cuando se va de un barrio al centro… Muchos zaragozanos, pese a vivir en un bloque de edificios, siguen manteniendo hábitos y formas de vida asociadas a lo rural. Curiosamente, ese aire rural contrastará con todo aquello que, siguiendo otras dinámicas, vaya dando aires de modernidad. Una convivencia curiosa (y por eso estimulante).


-Pero, a veces a ese mundo rural le puede parecer o puede sentir que la ciudad, la “gran urbe” le da la espalda…cosa que es, de primeras, incomprensible porque digamos y recordemos que Zaragoza es un compendio de aragoneses 

-Claro, Zaragoza concentra a más de la mitad de los aragoneses, ahora y hace cuarenta años. Para bien o para mal, resume en sus calles multitud de procedencias (no solo aragonesas, también sorianas, etc.). No es que se le dé la espalda al resto de Aragón, ya lo he explicado: a Zaragoza le toca centralizar flujos de recursos, mano de obra, etc., que si no hubieran recaído sobre ella, hubieran ido fuera de Aragón. Y esa concentración y crecimiento los llevó a cabo Zaragoza con un enorme coste (su huerta, como he dicho antes, y más cosas). De hecho, esa frase que hizo fortuna de “Zaragoza contra Aragón” y que acuñó el sociólogo Mario Gaviria (con más intención de denunciar lo desequilibrado de la política desarrollista del régimen que de meterse con la capital de Aragón), debería ser más bien “Zaragoza contra Zaragoza”. La ciudad sacrifica su identidad secular y crece desaforadamente sobre una base mínima, con infraestructuras precarias, desigualdad social, inexistencia de equipamientos básicos, transporte urbano ridículo, con barrios incomunicados…


-Dedicas muchas miradas, en este libro, a “lo social”, pero también a  “lo cultural” que palpita en Zaragoza, ¿hay un buen equilibro?

-Es que lo uno va con lo otro: movimiento social, contestación al régimen y activismo cultural podían ir muy unidos. En el libro hablamos de espacios concretos de sociabilidad (el restaurante Casa Emilio, el bar Bonanza, el Café de Levante) en los que hemos querido simbolizar diferentes combinaciones de esos elementos en tres lugares que llevaron su función meramente “hostelera” más allá de lo pensado (también como homenaje a tres lugares y a las personas y familias que durante décadas los han mantenido). También cobra cierto protagonismo el Centro Pignatelli como lugar en el que se dan cita esas cuestiones culturales, sociales y políticas. Y no es raro que todos los partidos de la izquierda clandestina tuviesen su centro de estudios, su comisión cultural. El acto creativo por definición, es un acto de rebeldía, de cuestionamiento de lo establecido. Por eso luego, cuando la izquierda ocupa parcelas de poder, cuando la rebeldía anterior se institucionaliza, hay tantos escrúpulos, divisiones internas, estrategias enfrentadas a la hora de afrontar políticas culturales. Si un ingrediente social de la cultura es extenderse, difundir, crear masa crítica a partir de la formación… las semanas culturales, los cineclubes, los recitales, etc. que cunden en esos tiempos por muchos puntos de Zaragoza y de Aragón son, en cierto modo, también, actos de rebeldía.


-Cualquiera que sea la situación social en la que nos encontremos, ¿tenemos acceso a toda la cultura que se necesita para crecer como seres humanos?

-Esa es una pregunta muy compleja, pero si te puedo dar mi opinión un poco de barra de bar… pues te diría que todo lo que absorbamos es poco, siempre querremos más, y más cuanto más acceso tengamos, que es bueno tomar de aquí y de allá para formar opinión y dotarnos de criterios. Hay quien diría que el problema es que hay tanto acceso, tantas posibilidades, tantos canales de información… que lo complicado es discriminar, discernir lo provechoso, lo que realmente nos alimenta, de toda la morralla que nos arrebata tiempo y paciencia, cuando no nos envilece.


-Porque no sé si nos daremos cuenta, pero el factor cultural es muy necesario en nuestro devenir diario, ¿cómo lo ves?

-Claro, es que la cultura forma parte de la vida cotidiana. Y ya no solo porque, si nos ponemos, todo sea cultura en el sentido de intercambio, de relación… La cultura es alimento para el espíritu, es desarrollo personal y grupal. Es lo que nos aporta autoestima e identidad, y nos impulsa a no dejarnos avasallar (el conocimiento nos da argumentos frente al abuso). La cultura, al fin y al cabo, es felicidad. Por eso, y por muchas cosas más, es tan importante.


-¿Alberga Zaragoza lugares y sitios donde poder mostrarse indignado y rebelde? Sin estos dos ingredientes la libertad de cambio y reivindicación no se puede llevar a cabo…y sin cambios no hay mejoras. ¿Qué nos puedes reflexionar?

-Mostrarse indignado y rebelde, hoy día, ya no depende tanto de espacios físicos: hay más encuentros virtuales, en las redes sociales… con lo que eso tiene de positivo y de negativo. Por supuesto, la indignación y la rebeldía evocan ansia de justicia, cuestionamiento de lo supuestamente establecido y dado por canónico, y derecho a equivocarse, también. Todo eso es saludable y necesario, como bien dices, para la mejora… No obstante, aunque hoy día no sea tan importante lo del lugar físico… siempre habrá espacios improvisados de reunión, y cuando no… la calle. Volviendo a la década de los setenta, lo que cuento en el libro, en el fondo, es la crónica de la conquista de espacios hasta entonces exclusivos de los grupos de poder político, económico y social, y, llevándolo más allá, la conquista de la calle como lugar de encuentro, de celebración y de protesta, que todo forma parte del mismo pastel.


-Háblanos de esos lugares de rebeldía, reflexión, búsqueda constante de mejora  casi más diría desde “lo social”

-Sigo con la década de los setenta. El libro ofrece una especie de cartografía asistemática de lugares destinados a esa rebeldía, reflexión, ansias de cambio, creatividad… de forma muy variopinta. He nombrado antes, por la carga simbólica tan importante que les doy en el libro, el Levante, Bonanza, Casa Emilio y el Centro Pignatelli… pero son indicadores de algo más extendido: bares, galerías de arte, cineclubes, parroquias, etc. Y nombro también dos lugares que simbolizan algo muy importante, porque de ser espacios reservados a la burguesía adepta al régimen (identificados por tanto con la “gusanera”) irán siendo tomados (con gran escándalo entre algunos sectores reaccionarios) bajo otras formas de expresión y con carácter popular: el Teatro Principal y La Lonja. El primero acogiendo en 1973 el primer encuentro de la canción popular aragonesa (y a partir de ahí, abriéndose a otras formas escénicas); la segunda abriendo sus exposiciones a grupos y artistas de vanguardia y claramente alternativos a lo convencional, o dejando de albergar los exclusivos bailes de gala con motivo de las fiestas del Pilar en el momento en que estas pasan a ser “populares”.

Esos y otros son lugares de rebeldía, pero no solo eso. Por cierto, en torno a esa idea de rebeldía, ya existía un proyecto coral muy interesante (Zaragoza rebelde: exposición y libro de 2009, que ha dejado muchos rastros en la red, a los que precisamente desde mi libro animo a entrar) que analizaba los lugares de la Zaragoza rebelde entre 1975 y 2000. Lo hace más desde los movimientos sociales. Pero sí, se busca una mejora, sea como sea.


-Pero una ciudad necesita, también, de creatividad y de lugares donde ésta encuentre su cobijo. ¿Lo encuentra, aquí, en Zaragoza?

-¿Hoy día? Ya lo creo que sí. Por supuesto. Zaragoza no se valora lo suficiente, pero en su seno hay desde siempre un montón de iniciativas. Yo creo que eso obedece a un espíritu abierto. Ya vale de no valorarnos, y decir que si somos provincianos, que si no nos promocionamos… Ya he abundado antes esa idea y no voy a repetirme…

 

carlosserrano-(1).jpg-¿Dónde podemos localizar esos lugares?

-Desde la Harinera o el CSC Luis Buñuel, pasando por los bares de la Madalena, del entorno del Campus, entre otros muchos, el Túnel del Barrio Oliver, los centros cívicos de los barrios urbanos y rurales, el Serrano, el Gargallo, el Centro de Historias, Etopía, el Roncal, las galerías de arte, locales de ensayo, los “Esto no es un solar”, San Agustín, Las Armas, las Esquinas, El Mercado, y muchos más lugares que es imposible abarcar. Cualquier sitio donde dos, tres, cuatro personas empiecen a carburar y a idear cosas… a salir de la atonía… Por no hablar, que ya lo hemos nombrado, de otras formas de relación más virtual. Y la calle, siempre la calle.


-Te estamos realizando este cuestionario en presente, aunque tu trabajo se centra en el pasado de los 70—lo recordamos a los lectores--- ¿cómo lo podemos leer todo esto si lo miramos, hoy,  en perspectiva?

-Pues que aquellos años son irrepetibles, tanto en lo bueno como en lo malo. Fueron años de ilusión por hacer cosas nuevas, estaba todo por hacer y por conseguir (las libertades, la democracia, la autonomía…), había muchas ideas… y a la vez fueron años muy tristes, muy cutres, de represión, de palos, de censura… Creo que entonces se sentaron bases importantes, pero, desde luego, el apoyo de las instituciones democráticas, la idea de participación ciudadana, mantenido todo ello como puro y simple ejercicio de derecho y de libertades, han contribuido a que esas bases de desarrollasen, y a que podamos decir que no estamos mal hoy día.


-¿Cómo ha evolucionado Zaragoza desde lo social?; ¿y desde lo cultural?

-A mejor, sin duda alguna. En lo creativo, hace cuarenta años podía haber más frescura, improvisación, tal vez mayor originalidad, había más caminos inexplorados, y más capacidad para la sorpresa. Pero las infraestructuras eran inexistentes, y todo eso ha mejorado, ha habido progreso, precisamente porque ya había una masa crítica que en los setenta pedía mejoras y ofrecía alternativas. Y eso puede aplicarse también a lo social, por más que ahora todo eso esté más diluido. Lo he explicado antes, aunque pueda ser una opinión: Zaragoza ofrece mucho y muy bueno.


-¿Qué aportaciones hizo en estos dos campos Zaragoza y en cuáles ha ido aportando más a sus vecinos geográficos? ;  Aunque es indudable que nos podemos ir fijando en los que no son tan vecinos en lo geográfico, ¿verdad?, me refiero a la hora de interaccionar…

-Zaragoza es lugar de referencia para muchos no zaragozanos que demandan cultura: suministra propuestas culturales para habitantes de localidades cercanas, que en 150, 200 kilómetros a la redonda tienen un punto físico en el que encontrar respuesta a sus inquietudes. Por otra parte, su potencial demográfico contiene también un mercado importante que redunda en favor de propuestas que se hagan desde otros lugares. Es un camino de ida y vuelta. La interacción en lo virtual y en redes es harina de otro costal: ahí la cercanía física no es importante. Pero no se puede precisar, individualizar aportaciones… todo: arte, literatura, conciertos, etc. forma parte de ese mercado, de esa industria cultural, en la que Zaragoza es pieza fundamental en su área de influencia.


-¿Pudo incurrir, en demasía, Zaragoza  como en “depender” de otras grandes urbes como Barcelona, Madrid, también Valencia…para no hacerlo tanto de las otras capitales de provincia y resto de territorio con los que tantos vínculos vecinales y sociales retenía y retiene…?

-Hablar de “incurrir” inspira elementos de culpa y de responsabilidad, como si Zaragoza tuviera que dar explicaciones por desatender a los vecinos, y estoy en radical desacuerdo con esa idea. En la relación con su entorno geográfico, Zaragoza juega en dos categorías: Primero está en el centro del cuadrilátero que conforman las cuatro zonas más ricas y pobladas de España y sus cuatro ciudades referencia (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao), e inevitablemente debe estar a la altura de ese papel central, relacional, que por otra parte, con temas como la plataforma logística, le sitúa también en un plano internacional. Es también la ciudad que marca tendencias (que se lo digan a sociólogos y estudiosos de mercados). Por otra parte, a nivel más “regional”, es el centro de Aragón y de una parte de ese interior comentado… hay vínculos, efectivamente, ya no tanto por ser territorios vecinos, sino por la sinergia, la integración de procedencias, porque de alguna manera esos lugares de origen están presentes en Zaragoza, en la línea integradora que he comentado antes, y porque lo que es bueno para Zaragoza es bueno para el resto de Aragón, y viceversa. ¿Que en momentos se pueda decir que Zaragoza ha dado la espalda al resto de Aragón? No me parece justo, y además, tampoco se puede hablar de Zaragoza como un ente con una voluntad uniforme, porque es un espacio de relaciones y contradicciones (y eso lo enriquece).


-Queda más claro, muy claro, que la evolución se ha dado más que nada en que en un mundo cada vez más inmediato y globalizado… Zaragoza puede y llega cada vez a más lugares en su influencia, pero a ella también le llegan, más que nunca,  influencias…

-Hoy día es evidente, a todos los niveles. La cuestión es que la globalización, las tecnologías, el flujo continuo (y abrumador) de información tiene dos consecuencias que de entrada parecen contradictorias: por una parte uniformiza (hábitos de consumo, de ocio, actitudes, etc. que permiten que en muchas cuestiones no se distinga Zaragoza de Atenas, de Bogotá, de Rotterdam o de Sanghai), pero por otra permite que lo que se hace de interés, lo que tiene “denominación de origen”, lo que crea marca, se visibilice y rompa fronteras de miles de kilómetros en cosa de segundos. Así, hay una versión “alienante” y otra “distintiva”, y esta última es la parte interesante de estar tan interconectados. Dicho esto, Zaragoza absorbe muchas cosas, y a la vez ofrece otras muchas. Es una ciudad moderna, y lo curioso es que hace cincuenta años, a su manera, también lo era. Con lo casposo que era todo a su alrededor, Zaragoza, donde hacía ya años que se escuchaba la FM de la base americana, era uno de los lugares pioneros del rock and roll en España, empezaba a haber bares “modernos”, experiencias muy imaginativas (como la sala Patagallo de Sergio Abraín), coqueteos con vanguardias (la Hermandad Pictórica…), grupos artísticos rompedores, como los Azuda o los Forma, comprometidos con reivindicaciones vecinales y sociales como el Colectivo Plástico… por nombrar solo algunos de los detalles que se cuentan en el libro. Referencias en las que Zaragoza innovaba ya hace décadas, y que daban idea de una ciudad que ha seguido creciendo en ese sentido, y adaptándose.


-Imagino una crisálida como un lugar frágil, quizás tú no lo concibas así… ¿tan frágil era esa ciudad… tan frágil continúa en el tiempo?

-La interpretación que hago de la crisálida no es la de frágil o delicado, sino de algo vivo, palpitante, cuya finalidad es precisamente romperse para aportar creatividad y rebeldía. Zaragoza no es frágil: es sensible, que no es lo mismo. Y creo que ahí radica su fuerza.

 

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