Cazarabet conversa con...
Carlos Serrano Lacarra, autor de “Una ciudad en la crisálida. Espacios de
cultura, espacios de acción (Zaragoza, 1969-1979)” (Rolde de Estudios
Aragoneses)
.
Carlos Serrano analiza cómo son los
espacios de la cultura y los espacios de
la acción en la ciudad de Zaragoza en la horquilla temporal que abarca de 1969
a 1979.
El libro lo edita Rolde de Estudios
aragoneses, alternando muy bien, desde el gusto por la edición, las inserciones
de imágenes, fotografías, textos diferenciados con diferentes colores de fondo…
El libro forma parte de la colección Salvachinas.
Nosotros hemos mantenido varias
entrevistas con Rolde, (las podéis ver
en este enlace http://www.cazarabet.com/conversacon/editoriales.htm
) y en el siguiente enlace os vamos a recordar este pequeño reportaje, que
tiene a ver con la Revista Rolde. http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/rolde162-163.htm
Lo que nos explica Rolde del libro .La
sinopsis:
Este
libro nos acerca a una Zaragoza que, en la década de 1970, se mueve entre la
inercia de una dictadura represiva y los anhelos de libertades. Una Zaragoza en
desordenado crecimiento, con desigualdades e injusticias en su seno, y en la
que se atisban pretensiones de modernidad junto a un innegable sustrato rural.
La «zaragozana gusanera» de Miguel Labordeta
cobija pálpitos de inquietud y de ruptura: vivencias y actitudes que, a lo
largo de la década, irán anunciando nuevos tiempos.
En esta ciudad y en estos años, muchos espacios
albergaron esos impulsos. Aquí damos protagonismo a tres lugares, vivos en
2018, que en los años setenta del pasado siglo fueron más allá de la función
para la que habían sido concebidos. El restaurante Casa Emilio, el Café de
Levante y el bar Bonanza (tres lugares muy diferentes entre sí, y por ello
complementarios) aportaron sociabilidad y dieron cobijo al diálogo, a la
rebeldía y a la creatividad. Hubo otros muchos, por supuesto, y también
desfilan por estas páginas, componiendo un mosaico que, en los ochenta, tendrá
más color.
El
autor del libro. Un experto en estos lares, Carlos Serrano:
Este zaragozano es licenciado
en Geografía e Historia, DEA en Historia Contemporánea y máster de gestión
cultural por la Universidad de Zaragoza. En este último campo donde desarrolla
su labor profesional.
Ha coordinado diversas publicaciones
relacionadas con despoblación y desarrollo rural, llevando a cabo una intensa labor divulgativa en publicaciones
periódicas y libros, documentando exposiciones y audiovisuales sobre historia
de la autonomía, historia de Aragón, despoblación, desarrollo rural e
instituciones aragonesas, programando e impartiendo talleres y cursos sobre
esos temas en ámbitos de educación reglada.
Su labor investigadora se ha centrado
en la historia del aragonesismo en el siglo XX (décadas previas a la Guerra
Civil y en los años de transición a la democracia), reflejada en charlas,
conferencias, aportaciones a congresos de historia contemporánea, artículos
especializados en revistas, colaboraciones en libros colectivos y monografías.
Cazarabet conversa con Carlos Serrano:
-Carlos, ¿qué es lo que te ha llevado a escribir este libro,
qué es lo que te ha inspirado a ello?
-El
libro surgió como una forma de dar continuidad a una exposición comisariada por mí, bajo coordinación expositiva de Beatriz
Lucea, que estuvo instalada en el Centro de Historias
de Zaragoza durante la primavera de 2018. La visita a la Zaragoza de los
setenta que suponía esa muestra se ve aquí completada, con más textos, algunas
imágenes diferentes, mayor reflexión… elementos que lo limitado del espacio expositivo
no permitía. De este modo, aunque la exposición tuvo una vida corta, lo que se
reflejaba en ella sigue teniendo una presencia en estas páginas. Se le da nueva
vida al proyecto.
El
libro, por otra parte, no es un estudio sesudo ni nada que pretenda servir de
referencia canónica o académica. Es un paseo por la Zaragoza de esos años, con
una visión, en parte amable y en parte crítica, con un clarísimo afán
divulgativo, con referencias (incluidos enlaces a sitios de internet) donde
poner el foco, pistas para ampliar cuestiones concretas… La idea era,
recogiendo el testigo de la exposición, que entrase por los ojos, que tuviese
vistosidad y que se pudiera leer entre líneas, también.
-Al margen del contenido, temática
y demás el título es de lo más sugerente… ¿qué hay detrás del mismo?
-El
título es un guiño a Miguel Labordeta, cuyo espíritu sobrevuela el libro (murió
en 1969, al inicio de este tiempo que acotamos en diez años, y su recuerdo
estuvo muy presente durante toda la década). Miguel hablaba de la zaragozana
gusanera, ese lugar un poco putrefacto y cadavérico donde no pasaba nada,
cualquier mínima disidencia era socavada y todo era conformismo. Pero en los
setenta, con una dictadura que en su decadencia sigue siendo represiva, se
perciben pálpitos de inquietud, de reivindicación, de creatividad, de
contestación… Dentro del capullo empieza a haber movimiento, esos gusanos
inician su metamorfosis.
-Todavía está en la crisálida Zaragoza? O la crisálida
explosionó como ser sensible que es con el paso cronológico…
-La
crisálida se abrió en la década de los ochenta, todo lo que se había incubado y
palpitaba… explotó, y de ahí salieron mariposas, color, aire fresco… la llegada
de la democracia, la izquierda en el Ayuntamiento, la Asamblea de Cultura, las
fiestas populares, la cultura en la calle, nuevos equipamientos, más
pluralismo… por más que siguiera habiendo problemas, el cambio era evidente.
Otra cosa es que tal vez se creasen nuevas crisálidas, nuevas barreras que
hubiese que romper, nuevos retos...
-¿Una ciudad en la crisálida es como una especie
de ciudad que viene de otras confluencias como de otras ciudades y que, a la
vez, alberga una ciudad de ciudades?
Como
ahora, en aquellos años Zaragoza se hace eco de influencias externas, y también
proyecta influencia hacia, especialmente, el resto de Aragón (muchos de cuyos
habitantes, les guste o no, tienen a la capital de Aragón como centro). “Ciudad
de ciudades”… digamos que en Zaragoza había muchas zaragozas.
Ahora sigue habiendo diferencias pero quizá están más difuminadas: está claro
que en 1975 por ejemplo, la Zaragoza de Valdefierro
no tenía nada que ver con la Zaragoza de León XIII, ni a su vez con la Zaragoza
del Puente de los Gitanos: las preocupaciones y prioridades de los habitantes
de unas y otras “zaragozas” eran diferentes. Zaragoza
por otra parte siempre fue una ciudad de aluvión, de inmigración tanto del
resto de Aragón como de otros lugares de la España interior. Tanta variedad de
procedencias en la construcción de ciudad, determinaba ya una personalidad en
la misma, y marcaba también diferencias entre unos barrios y otros. Y también,
conviven muchas sensibilidades, actitudes e inquietudes diferentes, o que no
tienen por qué ir en la misma dirección. Más allá de la idea de “desigualdad de
oportunidades y recursos” (a priori negativa), esa variedad, a mi modo de ver,
es enriquecedora.
-¿Cómo definirías actualmente a
Zaragoza?
-Una
ciudad muy vital, las cosas como son. Con mucho vigor creativo: pintores,
ilustradores, poetas, escritores, músicos, fotógrafos, gente del teatro, de la
danza, del audiovisual, del cómic… de lo más granado en España. Antón Castro
dice que Zaragoza es la ciudad de la alegría, y estoy de acuerdo con él. Hay movimiento,
circulan proyectos muy interesantes, hay equipamientos donde se hacen muchas
cosas, ciclos, grandes museos, exposiciones magníficas, etcétera. Debemos huir
de discursos victimistas, llorones y quejicas, que
muchas veces parecen tomar más protagonismo, y creer un poco en nosotros
mismos. Siempre se nos ha llenado mucho la boca hablando de la Barcelona
(anterior a estos tiempos tan modorros) integradora, abierta, cosmopolita… y
resulta que Zaragoza reúne hoy día esos adjetivos. El hecho de no haber nacido
en Zaragoza no es obstáculo para mucha gente que se instala aquí, que tiene
cosas que proponer. Y hay muchos ejemplos de eso.
-¿Qué carencias le ves, le notas casi le palpas?
-Carencias, claro
que tiene. Ese diagnóstico tan optimista que acabo de hacer no debe ocultar que
hay muchos problemas, que hay desigualdades, injusticias, desmanes
urbanísticos, etc., pero está todo mejor regulado y hay más conciencia cívica
(es lo que tiene el ejercicio de la democracia y de las libertades durante unas
cuantas décadas). Por mucho que nos quejemos (y con razón) de arbitrariedades
que se puedan cometer hoy día, por muchas parcelas que haya que mejorar… hay
que reconocer que muchos de los problemas son los normales en una ciudad viva.
-Es una ciudad que vive un poco como de espaldas
a un inmenso mundo rural que pivota a su alrededor…
-Zaragoza
siempre había sido un modelo de simbiosis campo-ciudad, desde sus primeros
siglos de vida, desde la Cesaraugusta romana. La
ciudad jerarquizaba un espacio rural en el que estaba acogida con cierta
armonía. Eso se empieza a alterar en las primeras décadas del siglo XX, y se
desbarata por completo en los sesenta y setenta, cuando el modelo económico
impulsado por el franquismo, el polo de desarrollo, las autopistas… dan al traste
con lo mejor de la huerta zaragozana, y la ciudad consolida la concentración de
industria y servicios. En el fondo, Zaragoza paga un peaje muy alto por todo
eso: pierde parte de su identidad, de su ADN, y encima desde algunos sectores
se le va a recriminar “estar contra Aragón”, acusando a la ciudad de absorber
recursos del resto del territorio para crecer (cuando precisamente Zaragoza es
la primera perjudicada por un modelo de crecimiento desmesurado, desordenado y
casi por decreto).
-Mundo rural del que se ha nutrido Zaragoza… por eso Zaragoza
es un compendio de Aragón de todos sus pueblos, aldeas, barriadas,
masadas y masías…
-Es
un pueblo grande, en el buen sentido (ni mucho menos despectivo, más bien al
contrario). En los años sesenta y setenta, de los que me ocupo en el libro,
Zaragoza sigue teniendo ese aire rural por la procedencia de muchos de sus
vecinos, se sigue tomando la fresca (y aún hoy en algunos barrios), hay
relaciones de proximidad en los que ser de tal o cual pueblo o comarca es
importante, se sigue “bajando a Zaragoza” cuando se va de un barrio al centro…
Muchos zaragozanos, pese a vivir en un bloque de edificios, siguen manteniendo
hábitos y formas de vida asociadas a lo rural. Curiosamente, ese aire rural
contrastará con todo aquello que, siguiendo otras dinámicas, vaya dando aires
de modernidad. Una convivencia curiosa (y por eso estimulante).
-Pero, a veces a ese mundo rural le puede
parecer o puede sentir que la ciudad, la “gran urbe” le da la espalda…cosa
que es, de primeras, incomprensible porque digamos y recordemos que Zaragoza es
un compendio de aragoneses
-Claro,
Zaragoza concentra a más de la mitad de los aragoneses, ahora y hace cuarenta
años. Para bien o para mal, resume en sus calles multitud de procedencias (no solo
aragonesas, también sorianas, etc.). No es que se le dé la espalda al resto de
Aragón, ya lo he explicado: a Zaragoza le toca centralizar flujos de recursos,
mano de obra, etc., que si no hubieran recaído sobre ella, hubieran ido fuera
de Aragón. Y esa concentración y crecimiento los llevó a cabo Zaragoza con un
enorme coste (su huerta, como he dicho antes, y más cosas). De hecho, esa frase
que hizo fortuna de “Zaragoza contra Aragón” y que acuñó el sociólogo Mario
Gaviria (con más intención de denunciar lo desequilibrado de la política
desarrollista del régimen que de meterse con la capital de Aragón), debería ser
más bien “Zaragoza contra Zaragoza”. La ciudad sacrifica su identidad secular y
crece desaforadamente sobre una base mínima, con infraestructuras precarias,
desigualdad social, inexistencia de equipamientos básicos, transporte urbano
ridículo, con barrios incomunicados…
-Dedicas muchas miradas, en este libro, a “lo
social”, pero también a “lo cultural” que palpita en Zaragoza, ¿hay
un buen equilibro?
-Es
que lo uno va con lo otro: movimiento social, contestación al régimen y
activismo cultural podían ir muy unidos. En el libro hablamos de espacios
concretos de sociabilidad (el restaurante Casa Emilio, el bar Bonanza, el Café
de Levante) en los que hemos querido simbolizar diferentes combinaciones de
esos elementos en tres lugares que llevaron su función meramente “hostelera”
más allá de lo pensado (también como homenaje a tres lugares y a las personas y
familias que durante décadas los han mantenido). También cobra cierto
protagonismo el Centro Pignatelli como lugar en el
que se dan cita esas cuestiones culturales, sociales y políticas. Y no es raro
que todos los partidos de la izquierda clandestina tuviesen su centro de
estudios, su comisión cultural. El acto creativo por definición, es un acto de
rebeldía, de cuestionamiento de lo establecido. Por eso luego, cuando la
izquierda ocupa parcelas de poder, cuando la rebeldía anterior se
institucionaliza, hay tantos escrúpulos, divisiones internas, estrategias
enfrentadas a la hora de afrontar políticas culturales. Si un ingrediente
social de la cultura es extenderse, difundir, crear masa crítica a partir de la
formación… las semanas culturales, los cineclubes, los recitales, etc. que
cunden en esos tiempos por muchos puntos de Zaragoza y de Aragón son, en cierto
modo, también, actos de rebeldía.
-Cualquiera que sea la situación social en
la que nos encontremos, ¿tenemos acceso a toda la cultura que se necesita para
crecer como seres humanos?
-Esa
es una pregunta muy compleja, pero si te puedo dar mi opinión un poco de barra
de bar… pues te diría que todo lo que absorbamos es poco, siempre querremos
más, y más cuanto más acceso tengamos, que es bueno tomar de aquí y de allá
para formar opinión y dotarnos de criterios. Hay quien diría que el problema es
que hay tanto acceso, tantas posibilidades, tantos canales de información… que
lo complicado es discriminar, discernir lo provechoso, lo que realmente nos
alimenta, de toda la morralla que nos arrebata tiempo y paciencia, cuando no
nos envilece.
-Porque no sé si nos daremos cuenta, pero el
factor cultural es muy necesario en nuestro devenir diario, ¿cómo lo ves?
-Claro,
es que la cultura forma parte de la vida cotidiana. Y ya no solo porque, si nos
ponemos, todo sea cultura en el sentido de intercambio, de relación… La cultura
es alimento para el espíritu, es desarrollo personal y grupal. Es lo que nos
aporta autoestima e identidad, y nos impulsa a no dejarnos avasallar (el
conocimiento nos da argumentos frente al abuso). La cultura, al fin y al cabo,
es felicidad. Por eso, y por muchas cosas más, es tan importante.
-¿Alberga Zaragoza lugares y sitios donde poder
mostrarse indignado y rebelde? Sin estos dos ingredientes la libertad de cambio
y reivindicación no se puede llevar a cabo…y sin cambios no hay mejoras. ¿Qué
nos puedes reflexionar?
-Mostrarse
indignado y rebelde, hoy día, ya no depende tanto de espacios físicos: hay más
encuentros virtuales, en las redes sociales… con lo que eso tiene de positivo y
de negativo. Por supuesto, la indignación y la rebeldía evocan ansia de
justicia, cuestionamiento de lo supuestamente establecido y dado por canónico,
y derecho a equivocarse, también. Todo eso es saludable y necesario, como bien
dices, para la mejora… No obstante, aunque hoy día no sea tan importante lo del
lugar físico… siempre habrá espacios improvisados de reunión, y cuando no… la
calle. Volviendo a la década de los setenta, lo que cuento en el libro, en el
fondo, es la crónica de la conquista de espacios hasta entonces exclusivos de
los grupos de poder político, económico y social, y, llevándolo más allá, la
conquista de la calle como lugar de encuentro, de celebración y de protesta,
que todo forma parte del mismo pastel.
-Háblanos de esos lugares de rebeldía,
reflexión, búsqueda constante de mejora casi más diría desde “lo
social”
-Sigo
con la década de los setenta. El libro ofrece una especie de cartografía
asistemática de lugares destinados a esa rebeldía, reflexión, ansias de cambio,
creatividad… de forma muy variopinta. He nombrado antes, por la carga simbólica
tan importante que les doy en el libro, el Levante, Bonanza, Casa Emilio y el
Centro Pignatelli… pero son indicadores de algo más
extendido: bares, galerías de arte, cineclubes, parroquias, etc. Y nombro
también dos lugares que simbolizan algo muy importante, porque de ser espacios
reservados a la burguesía adepta al régimen (identificados por tanto con la
“gusanera”) irán siendo tomados (con gran escándalo entre algunos sectores
reaccionarios) bajo otras formas de expresión y con carácter popular: el Teatro
Principal y La Lonja. El primero acogiendo en 1973 el primer encuentro de la
canción popular aragonesa (y a partir de ahí, abriéndose a otras formas
escénicas); la segunda abriendo sus exposiciones a grupos y artistas de
vanguardia y claramente alternativos a lo convencional, o dejando de albergar
los exclusivos bailes de gala con motivo de las fiestas del Pilar en el momento
en que estas pasan a ser “populares”.
Esos
y otros son lugares de rebeldía, pero no solo eso. Por cierto, en torno a esa
idea de rebeldía, ya existía un proyecto coral muy interesante (Zaragoza
rebelde: exposición y libro de 2009, que ha dejado muchos rastros en la red, a
los que precisamente desde mi libro animo a entrar) que analizaba los lugares
de la Zaragoza rebelde entre 1975 y 2000. Lo hace más desde los movimientos
sociales. Pero sí, se busca una mejora, sea como sea.
-Pero una ciudad necesita, también, de
creatividad y de lugares donde ésta encuentre su cobijo. ¿Lo encuentra, aquí,
en Zaragoza?
-¿Hoy
día? Ya lo creo que sí. Por supuesto. Zaragoza no se valora lo suficiente, pero
en su seno hay desde siempre un montón de iniciativas. Yo creo que eso obedece
a un espíritu abierto. Ya vale de no valorarnos, y decir que si somos
provincianos, que si no nos promocionamos… Ya he abundado antes esa idea y no
voy a repetirme…
-¿Dónde podemos localizar esos lugares?
-Desde
la Harinera o el CSC Luis Buñuel, pasando por los bares de la Madalena, del entorno
del Campus, entre otros muchos, el Túnel del Barrio Oliver, los centros cívicos
de los barrios urbanos y rurales, el Serrano, el Gargallo, el Centro de
Historias, Etopía, el Roncal, las galerías de arte,
locales de ensayo, los “Esto no es un solar”, San Agustín, Las Armas, las
Esquinas, El Mercado, y muchos más lugares que es imposible abarcar. Cualquier
sitio donde dos, tres, cuatro personas empiecen a carburar y a idear cosas… a
salir de la atonía… Por no hablar, que ya lo hemos nombrado, de otras formas de
relación más virtual. Y la calle, siempre la calle.
-Te estamos realizando este
cuestionario en presente, aunque tu trabajo se centra en el pasado de los 70—lo
recordamos a los lectores--- ¿cómo lo podemos leer todo esto si lo miramos,
hoy, en perspectiva?
-Pues
que aquellos años son irrepetibles, tanto en lo bueno como en lo malo. Fueron
años de ilusión por hacer cosas nuevas, estaba todo por hacer y por conseguir
(las libertades, la democracia, la autonomía…), había muchas ideas… y a la vez
fueron años muy tristes, muy cutres, de represión, de palos, de censura… Creo
que entonces se sentaron bases importantes, pero, desde luego, el apoyo de las
instituciones democráticas, la idea de participación ciudadana, mantenido todo
ello como puro y simple ejercicio de derecho y de libertades, han contribuido a
que esas bases de desarrollasen, y a que podamos decir que no estamos mal hoy
día.
-¿Cómo ha evolucionado Zaragoza
desde lo social?; ¿y desde lo cultural?
-A
mejor, sin duda alguna. En lo creativo, hace cuarenta años podía haber más
frescura, improvisación, tal vez mayor originalidad, había más caminos
inexplorados, y más capacidad para la sorpresa. Pero las infraestructuras eran
inexistentes, y todo eso ha mejorado, ha habido progreso, precisamente porque
ya había una masa crítica que en los setenta pedía mejoras y ofrecía
alternativas. Y eso puede aplicarse también a lo social, por más que ahora todo
eso esté más diluido. Lo he explicado antes, aunque pueda ser una opinión:
Zaragoza ofrece mucho y muy bueno.
-¿Qué aportaciones hizo en estos
dos campos Zaragoza y en cuáles ha ido aportando más a sus vecinos geográficos?
; Aunque es indudable que nos podemos ir fijando en los que no son
tan vecinos en lo geográfico, ¿verdad?, me refiero a la hora de interaccionar…
-Zaragoza
es lugar de referencia para muchos no zaragozanos que demandan cultura:
suministra propuestas culturales para habitantes de localidades cercanas, que
en 150, 200 kilómetros a la redonda tienen un punto físico en el que encontrar respuesta
a sus inquietudes. Por otra parte, su potencial demográfico contiene también un
mercado importante que redunda en favor de propuestas que se hagan desde otros
lugares. Es un camino de ida y vuelta. La interacción en lo virtual y en redes
es harina de otro costal: ahí la cercanía física no es importante. Pero no se
puede precisar, individualizar aportaciones… todo: arte, literatura,
conciertos, etc. forma parte de ese mercado, de esa industria cultural, en la
que Zaragoza es pieza fundamental en su área de influencia.
-¿Pudo incurrir, en demasía,
Zaragoza como en “depender” de otras grandes urbes como Barcelona,
Madrid, también Valencia…para no hacerlo tanto de las otras capitales de
provincia y resto de territorio con los que tantos vínculos vecinales y
sociales retenía y retiene…?
-Hablar
de “incurrir” inspira elementos de culpa y de responsabilidad, como si Zaragoza
tuviera que dar explicaciones por desatender a los vecinos, y estoy en radical
desacuerdo con esa idea. En la relación con su entorno geográfico, Zaragoza
juega en dos categorías: Primero está en el centro del cuadrilátero que
conforman las cuatro zonas más ricas y pobladas de España y sus cuatro ciudades
referencia (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao), e inevitablemente debe estar
a la altura de ese papel central, relacional, que por otra parte, con temas
como la plataforma logística, le sitúa también en un plano internacional. Es
también la ciudad que marca tendencias (que se lo digan a sociólogos y
estudiosos de mercados). Por otra parte, a nivel más “regional”, es el centro
de Aragón y de una parte de ese interior comentado… hay vínculos,
efectivamente, ya no tanto por ser territorios vecinos, sino por la sinergia,
la integración de procedencias, porque de alguna manera esos lugares de origen
están presentes en Zaragoza, en la línea integradora que he comentado antes, y
porque lo que es bueno para Zaragoza es bueno para el resto de Aragón, y
viceversa. ¿Que en momentos se pueda decir que Zaragoza ha dado la espalda al
resto de Aragón? No me parece justo, y además, tampoco se puede hablar de
Zaragoza como un ente con una voluntad uniforme, porque es un espacio de
relaciones y contradicciones (y eso lo enriquece).
-Queda más claro, muy
claro, que la evolución se ha dado más que nada en que en un mundo cada
vez más inmediato y globalizado… Zaragoza puede y llega cada vez a más lugares
en su influencia, pero a ella también le llegan, más que
nunca, influencias…
-Hoy
día es evidente, a todos los niveles. La cuestión es que la globalización, las
tecnologías, el flujo continuo (y abrumador) de información tiene dos
consecuencias que de entrada parecen contradictorias: por una parte uniformiza
(hábitos de consumo, de ocio, actitudes, etc. que permiten que en muchas
cuestiones no se distinga Zaragoza de Atenas, de Bogotá, de Rotterdam o de Sanghai), pero por otra permite que lo que se hace de
interés, lo que tiene “denominación de origen”, lo que crea marca, se
visibilice y rompa fronteras de miles de kilómetros en cosa de segundos. Así,
hay una versión “alienante” y otra “distintiva”, y esta última es la parte interesante de estar tan interconectados. Dicho
esto, Zaragoza absorbe muchas cosas, y a la vez ofrece otras muchas. Es una
ciudad moderna, y lo curioso es que hace cincuenta años, a su manera, también
lo era. Con lo casposo que era todo a su alrededor, Zaragoza, donde hacía ya
años que se escuchaba la FM de la base americana, era uno de los lugares
pioneros del rock and roll en España, empezaba a haber bares “modernos”,
experiencias muy imaginativas (como la sala Patagallo
de Sergio Abraín), coqueteos con vanguardias (la
Hermandad Pictórica…), grupos artísticos rompedores, como los Azuda o los
Forma, comprometidos con reivindicaciones vecinales y sociales como el
Colectivo Plástico… por nombrar solo algunos de los detalles que se cuentan en
el libro. Referencias en las que Zaragoza innovaba ya hace décadas, y que daban
idea de una ciudad que ha seguido creciendo en ese sentido, y adaptándose.
-Imagino una crisálida como un lugar frágil, quizás
tú no lo concibas así… ¿tan frágil era esa ciudad… tan frágil continúa en el
tiempo?
-La
interpretación que hago de la crisálida no es la de frágil o delicado, sino de
algo vivo, palpitante, cuya finalidad es precisamente romperse para aportar
creatividad y rebeldía. Zaragoza no es frágil: es sensible, que no es lo mismo.
Y creo que ahí radica su fuerza.
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