La Librería de El Sueño Igualitario

portada.jpgCazarabet conversa con...   Alfredo Grañena Gavín, autor de “Tedero 5. Cauvaca. El paraíso perdido” (Amigos del Castillo del Compromiso)

 

 

 

La publicación Tedero de la Asociación de Amigos del Castillo de Compromiso de Caspe editan este libro firmado por Modesto –seudónimo de Alfredo Grañena--que cuenta la historia del barrio de Cauvaca de Caspe , un lugar anegado por las aguas, un lugar que se vio sumergido por el silencio fugaz y tremendo, casi tan callado como silencioso de las aguas del Ebro…en un tiempo y una época en que las aguas se llevaban algo más que las casas y las propiedades por delante…se llevaban las vidas, los sueños, las ilusiones , los anhelos, la calma y los inmensos susurros de un día a día  quebrado y descosido por el destino .

Esta es la historia recuperada de la vida de los habitantes, de los latidos ralentizados de Cauvaca: de los cánticos de los agricultores azada al hombro yendo al bancal; de las mujeres llevando algo más que una casa adelante, de los abuelos prendiendo el fuego mientras cuentan sus historias a los nietos asombrados; de los niños jugando por unas calles descosidas y libres, de un mundo que en sí era toda una escuela, de la vida, de la naturaleza…del agua que estaba y discurría cerca, tan cerca que , habiendo sido su gran riqueza durante años, se convirtió en manos de la avaricia en la principal amenaza …

Cauvaca pasa a ser un pueblo idílico o como dice el escritor, un paraíso…en casi nada porque en años casi se perdió el recuerdo entre la amenaza del escarmiento.

De esta manera, Cauvaca se ha convertido en un pueblo fantasma bajo las agua, ahogado y sombrío…extenuado y tan sombrío como un invierno sacudido por nieblas quebradas por el hielo matinal.

El embalse de Mequinenza abrazó, como en una zarpa inmensa, a Cauvaca desparramando todo lo que allí se había fraguado en tiempos y tiempos…

 

 

Cazarabet conversa con Alfredo Grañena:

16649193_758418034327742_55.jpgAmigo ¿qué tienen en común e imprescindibles todos los lugares sacudidos por los embalses como Cauvaca?

-Una pregunta bastante difícil de responder. No soy experto en el tema de los embalses, pero me arriesgaría a afirmar que todos, al menos todos los que se llevaron por delante núcleos habitados, generan en la población afectada un enorme sentimiento de orfandad, de desarraigo. Que inunden tu casa, tu escuela, las eras que has cultivado y han dado de comer a tu familia, no es plato de buen gusto.  

-Son un verdadero atentado al entorno, a nuestro paisaje, a nuestra tierra, pero, también, a nuestra idiosincrasia como personas…a aquello que somos en realidad ¿No?

-No podemos obviar que los pantanos fueron, son y seguirán siendo imprescindibles en nuestras vidas, para generar energía, para garantizar el abastecimiento de agua de boca a pueblos y ciudades, para acometer regadíos, etc. Dicho esto, es cierto que, si para muchos, un pantano es vida y prosperidad, para otros es un verdadero trauma difícil de superar, especialmente si a los afectados les coge en edad avanzada y sin posibilidad de iniciar una vida o aprender otro oficio que el que desempeñaban anteriormente.

-Porque cuando se nos extirpa de nuestro entorno, se nos quitan muchas cosas, ¿no?, ¿qué perdemos en realidad?

-Entiendo que es un sentimiento de desgarro tremendo. A veces he fantaseado cómo sería mi vida si, de repente, un pantano inundara mi  pueblo, mi barrio, mi casa, mi colegio, mi iglesia, y creo, francamente, que la pena me acompañaría el resto de mi vida. Creo que con ello te contesto a la pregunta de qué es lo que perdemos: todo, absolutamente todo.

-¿Se vuelve a recuperar, pero cómo o solo en parte porque  me imagino que lo que nos marca es lo que no logramos recuperar? Háblanos de ello.

-En casos como el de Cauvaca, lo único que se puede recuperar son los recuerdos, aquellos que no resultan dolorosos. Fíjate, he entrevistado a medio centenar de vecinos afectados, y la mayoría, lo primero que hacía antes de responder a la primera pregunta era llorar. Ver cómo te inundan poco a poco la casa, sin poder siquiera recoger la cosecha, es un auténtico drama. A nivel material, las pérdidas son enormes; a nivel emocional, y en líneas generales, todavía mayor. Si admitimos que Ralke tenía razón cuando afirmaba que la patria de un hombre es su infancia, imagínate cómo se puede vivir sabiendo que tu patria está sepultada bajo metros de agua y lodo. Difícil.

-Cauvaca, ¿qué crees que dejaron atrás, sumergido entre las aguas, sus habitantes?

-En primer lugar, una tierra enormemente fértil. Todos los entrevistados coinciden en que Cauvaca era, como la Herradura (otra huerta caspolina anegada casi totalmente) un auténtico vergel en el que crecían todo tipo de cultivos. Todos los que vivían en Cauvaca, tenían en el campo su medio de vida. Y muchos, una vez cogido el recao venían al pueblo bien cargadicos y lo vendían en las plazas, en las calles. En segundo lugar, dejaron atrás un innegable patrimonio. El conjunto formado por la ermita-escuela de San Bartolomé, datado en el siglo XII, según Valimaña, será un templo gótico de bella factura, especialmente su pórtico principal (que en alguno de los desembalses posteriores fue desmontado y expoliado). También, por supuesto, las torres, en su mayoría con vuelta (segunda planta) y algunas realmente esbeltas, construidas en piedra sillares. En tercer lugar, el embalse finiquitó, antes de tiempo, un sistema de economía que en muchas ocasiones se sustentaba en el trueque. Era habitual que entre los vecinos se llevaran a cabo pagos en especias: anguilas por conejos, lechugas, por madrillas, etc. Me contaba un vecino que cuando tenían que hacer obras en la torre, los albañiles no querían dinero, sino que les bastaba con tener la tripa llena. 

-De los testimonios que has ido recogiendo, desde los directos  a los más indirectos, ¿qué es lo que más recuerdas; qué es aquello de lo que no puedes desprenderte?

-Son varios los que me han impresionado. Particularmente el de José Bielsa (el finojo). José es uno de los caspolinos más alegres y divertidos que existen. Siempre de broma. Él vivía, con su familia, en el Ramblar (partida lindante a Cauvaca), en una torre grande, con vuelta y enramá, de la cual no eran propietarios. Un día vino personal de Endesea y le dijeron a su padre: “mañana a las 8 dinamitamos la torre, así que ya podéis ir recogiendo todo”. Se pasaron toda la noche replegando los pocos enseres que tenían, llevando los animales a una torre cercana, de un pariente, con la cabeza gacha, humillados, compungidos… Y al alba, a las 8 de la mañana, la torre voló por los aires. Se quedaron para verlo. Él era un niño, apenas tenía 10 años, de modo que tampoco tenía una conciencia clara de lo que estaba pasando. Pero imagínate sus padres o su abuelo. Terrible. Ver a Pepe en ese registro para mí desconocido, llorando, rabioso, impotente, fue conmovedor.

También me enterneció el testimonio de Francisco Samper, uno de los últimos niños de que disfrutó de la escuela de Cauvaca. Admitía que una de las imágenes más duras y nítidas de su infancia es la del pequeño oleaje rebasando el bancal de alfalfa y entrando en los cultivos, mientras su padre se afanaba en cortar y arrastrar los troncos con las caballerías.

O las vivencias de Mercedes Sanz, del Fondón (“donde el Ebro se estrechaba y había tanto clote que nunca faltaba agua”), contándome que existía una mina, un túnel, que cruzaba el Ebro por debajo. El acceso estaba en la ermita del Santo Cristo (Santa María de Horta) y se pensaban que llegaba hasta el Hospital de Santo Domingo.  O el relato de su prima, Carmen Sanz, casada con Joaquín Gimeno, del Fondón, que recuerda que no todo era felicidad y alegría en Cauvaca. En la posguerra, la maestra acostumbraba a reprender más severamente a los hijos de los rojos. Y es que todo vergel tiene también sus zarzas. Pero aún con todo, creo que allí en la huerta estaban bastante aislados de la represión que se estaba ejerciendo en el pueblo, donde los vencidos tenían que bajarse de la acera y arrodillarse al paso de la procesión. “Crecimos medio salvajes, asilvestrados”, me decía José García (Juandiez), pero allí no nos faltaba un bocao que echarnos a la boca, mientras que “en el pueblo se quitaban el hambre a bofetás”. 

-Seguramente que en la escritura de este libro te has enriquecido y no poco….

-Enormemente. Los testimonios arriba citados son sólo una parte minúscula de lo que este trabajo ha supuesto para mí, con el hándicap, además, de que soy caspolino y que conocía a muchos de los afectados, lo cual no ha hecho sino sensibilizarme todavía más con su situación: emocionarme con ellos, reír con ellos, llorar con ellos. Ha sido realmente educativo y un verdadero regalo.

-Tu metodología de trabajo se desarrolla y discurre, casi viaja, de familia en familia…de aquellas que habitaban las calles y las casas de Cauvaca: ¿te ha sido muy difícil dar con todas?¿Cómo fue el proceso de documentación?

-No ha sido difícil. Ten en cuenta que Cauvaca era un barrio rural relativamente pequeño, formado por no más de 20 torres habitadas, que mantenían un estrecho contacto. Y es necesario recordar aquí cómo surgió el proyecto. En abril de 2013 me encontraba trabajando haciendo visitas guiadas a la Colegiata Santa María la Mayor. En un grupo de los Monegros se acercó una señora, que se me identificó como caspolina e hija y nieta de cauvaqueros, y me pidió ayuda para sacar a la luz la historia de esa huerta y concretamente de su inundación forzosa. Había leído nuestro Tedero 1, el estupendo libro de Josefina Rufau sobre su infancia en la Herradura, y sintió que era necesario hacer algo así con Cauvaca. Me dio dos o tres nombres para empezar a hablar, que casualmente eran vecinos míos, y ahí empezamos a tirar del hilo. Lo que empezó como algo pequeñito ha acabado convirtiéndose en el testimonio de más de medio centenar de afectados y en un archivo fotográfico que supera las 200 entradas. Te confieso que yo mismo desconfiaba de que se pudiera hacer algo con enjundia, porque desconocía que en Cauvaca, además de la ermita de San Bartolomé a la que todo el pueblo iba en romería los lunes de Pascua, había tanta vida. Poco a poco, regirando, creo que hemos logrado hablar con prácticamente todas las familias que pertenecieron a la última etapa de esta huerta, así como de las lindantes (Ramblar, la Palanca, Fondón, el Soto, etc.)

12512684_598207483682132_90.jpg-Háblanos de la metodología de trabajo…

-Yo no soy un erudito ni un historiador. Soy solo un ciudadano al que le interesa el pasado de su pueblo y que disfruta escuchando a nuestros mayores. Sin otras pretensiones que el mero disfrute personal. Por otra parte, la colección Tedero, a la cual pertenece este libro de Cauvaca, pretende dar cancha a personas que, aunque no posean una formación académica, tengan una historia que contar. Y en este caso no ha sido una sino varias decenas de personas las que, poco a poco, han ido tejiendo este libro. Mi único mérito ha sido escuchar y recoger un buen puñado de fotos. Nada más. El libro es de los cauvaqueros. Yo ni siquiera me he atrevido a firmarlo, porque ellos son los únicos y verdaderos narradores de sus propias vivencias. Hubiera sido bastante osado interrumpir su discurso, por lo que he omitido notas al pie y otro tipo de anotaciones que despisten al lector.

Este trabajo de campo lo he completado con las lecturas a Mosen Mariano Valimaña y Juan Antonio del Cacho y Tiestos, cronistas caspolinos de imprescindible consulta, así como con textos de Sebastián Cirac Estopañán y José Garrido en defensa de otra solución que no fuera el macro-pantano que finalmente se hizo. Eran dos hombres del Régimen pero que, en este punto en concreto, se opusieron de modo férreo y valiente a sus dictados. Por último, he buceado en el Archivo Municipal, en las sesiones de las distintas corporaciones habidas durante las primeras décadas del siglo XX, en busca de datos sobre los profesores de la escuela de San Bartolomé, los ermitaños, etc. Alguno de esos datos los desvelo en el prólogo; otros he preferido guardarlos… 

-¿Cómo eran las gentes de Cauvaca?; mayoritariamente: ¿A qué se dedicaban?

-Los que vivían en Cauvaca todo el año eran agricultores y campesinos. Por norma, gente que vivía de modo humilde, trabajando sus tierras y completando su economía, en ocasiones, con lo que pescaban en el Ebro y lo que cazaban en el monte, al otro lado del río. También había pastores, como el tío Joaquín bezón, protagonista de varias de las anécdotas más divertidas que recuerdan los huertanos. Cuestión aparte eran quienes tenían allí una torre de recreo y acudían en verano o fines de semana sueltos. Gente con un poder adquisitivo mayor que tenían en Cauvaca una especie de segunda residencia, a orillas del Ebro.  

Y en lo humano, pues había de todo, como suele decirse, pero sí es cierto que en general todos los vecinos destacan que existía un ambiente bueno, de cordialidad y camaradería. Tal y como hemos comentado, a pesar de estar a solo 1 km del pueblo, estaban “aislados” por el río y por el tren, de manera que vivían de modo tranquilo y libres de muchas de las penurias morales y económicas de la posguerra. 

-Lo defines como un paraíso… un paraíso geográfico, pero me imagino, también, que parte de ese paraíso les pertenece a sus  habitantes, ¿no?

-Son ellos, los cauvaqueros, los que aplican el calificativo de “paraíso” al referirse a Cauvaca, principalmente por la gran fertilidad de sus tierras. Hacían todo tipo de plantaciones, cosechas realmente enormes que, en algunos casos, luego llevaban a vender a Peñalba, Candasnos, etc. Problemas que había en Caspe, como el olor fétido de las calles, el miedo, las humillaciones, ellos no los padecieron. Realmente, Cauvaca tenía todos los condicionantes para ser un lugar casi idílico para vivir.  

-Es necesario, preciso e imprescindible ejercicios de memoria en torno a Cauvaca para, de alguna manera, devolverla a la dignidad velada, casi escondida y es hora de descoser ese velo, ¿no?

-Totalmente necesario. La lástima, como siempre en estos casos, es no haber emprendido el proyecto unos años antes, porque habríamos disfrutado de un puñados más de voces que vivieron en primera persona la vida en esa huerta y que estaban especialmente implicados en su día a día. Las cosas surgen cuando surgen, pero creo que debemos sentirnos satisfechos por haber “devuelto a la vida” a tantos y tantos vecinos que perdieron casi todo: su casa, sus tierras, su modo de vida, su proyecto de futuro, en pro del bien común, aunque ni Caspe, en general, ni ellos, en particular, fueron justamente damnificados. La aparición de este libro dio pie al inicio de la campaña en defensa del antiguo cauce del Guadalope. Nuestra Asociación no va a parar hasta conseguir que lo que durante cientos de años fue un río hermoso, un lugar lleno de vida, de riqueza, de diversión, sea hoy una cloaca. En esa lucha estamos y seguiremos estando.

 

 

Web de la exposición “Cauvaca. Un paraíso perdido”

http://www.cazarabet.com/exposiciones/cauvaca/index.htm

 

 

 

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Tedero 5. Cauvaca. El paraíso perdido. Alfredo Grañena Gavín   
203 páginas
12.00 euros
Amigos del Castillo del Compromiso



Es el quinto número de la colección Tedero que edita la asociación de Amigos del Castillo del Compromiso. Y en este caso, si en el número 1 se hablaba de la huerta de la Herradura, en el que hoy presentamos se pone sobre el tapete el expolio, la inundación y el abandono precipitado del barrio rural de CABO DE VACA (o CAUVACA), anegado casi en su totalidad en 1965 por las aguas del embalse de Mequinenza.
El barrio rural contaba con bella ermita románica, en cuya ala se ubicó también la escuela, que funcionó hasta 1963 y que dio servicio a decenas de cauvaqueros.
El libro narra en primera persona las vivencias de varias decenas de afectados por el embalse, que tuvieron que abandonar sus casas, su tierra, su hogar, en aras del bien común.
El diputado Pedro Arrojo es el autor del Prólogo de un libro que pretende homenajear a tantos caspolinos y bajoaragoneses afectados por este pantano y que no fueron justamente recompensados por su gran sacrificio
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