La
Librería de El Sueño Igualitario
Un
libro que se aproxima al escritor valenciano desde la mirada y la pluma de José
García Mercadal, con edición de Francisco Fuster.
Un
escritor longevo y prolífico que viajó, desde el mundo de las letras entre dos
siglos.
Lo
que nos dice Prensas Universitarias sobre este libro:
Aunque se licenció en Derecho, José García Mercadal (Zaragoza,
1883 - Madrid, 1975) descubrió desde muy joven que su verdadera vocación era
escribir y consagró toda su vida a la literatura y al periodismo, a los que se
dedicó en cuerpo y alma durante más de seis décadas. Amigo y colaborador de
varios escritores de la generación del 98 y la del 14, mantuvo una larga y
estrecha relación con Azorín, a quien dedicó esta completa y sentida biografía,
que es, muy probablemente, su obra más acabada.
Cazarabet conversa con Francisco Fuster
García:
-Amigo, Azorín es un escritor de la generación del 98: ¿Qué puntos en común
tenía con el resto de componentes de esta generación y en qué puntos era más como un “verso libre”?
-En común tenía varias cosas. En primer
lugar, el hecho de que la mayor parte de ellos (Baroja, Unamuno, Maeztu,
Machado o el propio Azorín) procedía de la periferia de España, geográficamente
hablando. Para poder triunfar tuvieron que trasladarse a Madrid o relacionarse
con los círculos literarios de la capital, que es donde había mercado y donde
uno se podía hacer “un nombre” como escritor o como periodista. En su caso, el
problema que tuvieron es que en sus inicios no les resultó nada fácil porque
tuvieron que “competir” dentro del mismo campo cultural con una generación
anterior (Pardo Bazán, Galdós, Valera, Palacio Valdés e incluso Blasco Ibáñez,
que si bien formaba parte –por edad–del 98 tenía un estilo que lo emparentaba
más con esos otros nombres) que era la que por entonces dominaba el panorama
editorial. Cuando sucede la crisis del 98, Azorín y sus compañeros perciben que
el sistema de la Restauración está agotado y que se impone una regeneración de
arriba abajo (el famoso “cirujano de hierro” del que habló Joaquín Costa). Sin
embargo, jamás se organizaron como grupo de intelectuales (solo hubo un tímido
intento –el “Grupo de los tres”, integrado por Azorín, Baroja y Maeztu– que no
cuajó del todo) y sus reivindicaciones no pasaron jamás del reproche o la
crítica hechos a título personal. Sobre el tema de las diferencias, lo cierto
es los miembros de ese grupo tienen todos personalidades muy marcadas y muy
distintas las unas de las otras, lo que explica también esa falta de
coordinación.
-¿Cómo fue la
relación con los otros componentes de esta generación?
-En general, buena. Azorín no era un
hombre excesivamente simpático o sociable, en el sentido de su fuerte fuesen
las relaciones personales, pero si era una persona muy correcta en el trato, amable
y, por lo que escribieron sus amigos sobre él, muy generoso para con sus
compañeros del gremio, sobre todo con la gente joven que empezaba y que siempre
encontraba en él unas palabras de ánimo o un buen consejo. La prueba más
evidente de esto es que, cuando en 1913 la Real Academia Española rechazó su
candidatura de ingreso por segunda vez, los mejores intelectuales del momento
(no solo de la generación del 98, sino también de la siguiente, la del 14) le
organizaron el famoso homenaje de la Fiesta de Aranjuez, como una forma de
desagravio ante lo que todo el mundo consideró una decisión injusta, atendiendo
a los méritos que reunía el propio Azorín, muy superiores a los de quien
terminó ocupando ese sillón. En el caso, por ejemplo, de Baroja, que yo estudié
en el estudio introductorio que escribí para mi reedición de Ante Baroja (Publicaciones de la
Universidad de Alicante, 2012), llama mucho la atención el hecho de que ambos
mantuviesen una amistad de más sesenta años, siendo, como eran, dos personas cuyos
caracteres y formas de ser no podían ser más dispares.
-Creo que es de
los que más supo ver la valía de dramaturgos como Ángel Guimerá;
y ya no digo de otras plumas como Benito Pérez Galdós.
-Azorín supo ver la valía de cualquier
creador porque era su trabajo y porque lo ejercía probablemente mejor que nadie
en la España de su época. Como crítico literario, no conozco a ninguno con una
obra tan extensa, rica y variada como la azoriniana. La gente tiene la imagen
de Azorín como la de un autor que solo se dedicó a estudiar a los clásicos
españoles o franceses, pero nada más lejos de la realidad. Azorín era un
crítico muy profesional que siempre estaba atento a las novedades y que cumplía
la perfección con la que se supone que es la tarea del crítico: orientar a su
lector sobre lo que merece la pena y lo que no, establecer jerarquías y
ponderar en su justa medida lo bueno y lo malo que hay en cada libro. Desde ese
punto de vista, los más de cinco mil artículos de periódico que publicó son,
sin ninguna duda, un gigantesco manual de literatura española y universal del
que se podría extraer muchas lecciones magistrales. Puede parecer exagerado,
pero cualquier que haya leído a Azorín y a otros críticos del momento sabrá que
no lo es.
-Muchos eran
los que en aquellos años se alienaban con las ideas libertarias ¿Qué nos puedes decir de la influencia del anarquismo en Azorín en aquellos sus
primeros años?
-Puede decir lo mismo que dice García
Mercadal en su biografía. Azorín fue un mal estudiante porque le “obligaron” a
estudiar –como supongo que nos sucede a todos– asignaturas y temarios que no le
interesaban nada. Pero, a la vez, fue un joven adicto a la lectura de todo tipo
de libros y panfletos que caían en sus manos. Cuando se trasladó a Valencia
para estudiar Derecho (carrera que jamás terminó) y luego a Madrid, entró en
contacto con un ambiente cultural efervescente en el que por entonces –hablamos
del cambio de siglo– estaban muy de moda el anarquismo o el krausismo. Como
muchos jóvenes del momento, Azorín abrazó aquellas ideas y escribió sus propios
panfletos en los que criticó duramente a todo lo que, según su opinión,
representaba ese viejo orden caduco con el que había acabar. Como es sabido,
más adelante moderó muchísimo su postura y se “arrepintió” un poco de aquellos
escritos de juventud, aunque tuvo la valentía y la coherencia de incluirlos en
sus Obras Completas (cosa que otros
autores no hicieron), argumentando que era una parte más de su obra y que, como
tal, el lector debía conocerla, precisamente para entender mejor su evolución
como intelectual.
-¿Cómo crees que sentó a los propios compañeros de la Generación del 98
este acercamiento al anarquismo?
-La realidad es que, cuando se produce ese
acercamiento, la generación del 98 no existía todavía, ni como grupo, ni como
categoría (fue el propio Azorín quien creó el nombre en una serie de artículos
publicados en ABC, en 1913). Dicho
esto, no pudo sentar mal porque algunos de sus compañeros (los ya citados
Baroja y Maeztu, que luego tuvo una evolución similar a la de Azorín o incluso
más exagerada) también simpatizaban con el pensamiento anarquista; no con el
anarquismo como forma de acción violenta o antisistema,
evidentemente, sino con el anarquismo filosófico que podríamos llamar de raíz
nietzscheana. En realidad, a sus compañeros de generación lo que les sentó peor
fue que Azorín pasara de una postura liberal y republicana, a otra más
conservadora y moderada, que es la normalmente asociamos con su persona. Ahí sí
que hubo gente que no le perdonó que se metiese en política (el propio García
Mercadal dedica unas palabras muy elocuentes a este tema en su biografía),
aunque también hubo otros (como Baroja) que, pese a no compartir su postura,
siguieron fieles en su amistad.
-Trabajó y
colaboró en prensa, le dejó mucha influencia otro valenciano Blasco Ibáñez,
¿no? De otro escritor que recibió apoyo y comprensión fue Leopoldo Alas,
“Clarín” ¿no?, ¿qué nos puedes comentar?
-La relación de Azorín con Blasco Ibáñez
no fue nunca estrecha, por lo que ya he dicho anteriormente. Blasco se quejó
siempre, y con cierta razón, de que el núcleo “madrileño” del 98 no le aceptase
como uno más del grupo, pese a tener una edad más o menos similar y pese a
perseguir, en teoría, los mismos objetivos de renovación de la vida nacional,
tanto desde el punto de vista estético, como desde el político. Los del 98
miraban con recelo a Blasco porque era un autor, que pese a escribir peor que
ellos, vendía muchos más libros, pues tenía un estilo que, probablemente, se
adaptaba mejor a los gustos de la época. El caso de “Clarín” es distinto.
“Clarín” publicaba en los diarios El
Imparcial y Madrid Cómico sus
famosos “Paliques”, que eran columnas en las que ensalzaba aquello que le
gustaba y criticaba mordazmente y sin piedad aquello que le disgustaba. Los
“Paliques” eran una especie de sanción que todo joven autor deseaba y Azorín
tuvo la suerte de llamar la atención de Clarín desde muy pronto, por lo que
esté le dedicó uno de sus artículos –la biografía de García Mercadal empieza,
precisamente, recordando esa circunstancia– y eso sirvió para llamar la
atención sobre un autor que, por entonces, todavía firmaba como José Martínez
Ruiz.
-¿Cómo y de qué
manera viaja, con sus ideas, hacia el conservadurismo?
-De forma más natural de lo que parece.
Como he dicho, Azorín pasó –como otros muchos autores– del anarquismo y el
regeneracionismo a una postura mucho más moderada, a la que podríamos llamar
progresista o republicana (aunque republicano se consideró siempre), y de ahí
fue poco a poco evolucionando hasta llegar a una actitud de cierto
distanciamiento, no solo de la izquierda, sino de cualquier extremo. En torno a
los años 1904 y 1905, que es cuando adopta el seudónimo por el cual lo
conocemos y cuando ingresa en el periódico ABC,
se produce el paso definitivo, que luego tiene su confirmación “oficial” en
1907, cuando Antoni Maura le propone –y él acepta el ofrecimiento– ser diputado
por el Partido Conservador, más por su prestigio, claramente, que por haber sido
una persona destacada por su defensa de un ideario de derechas. Luego se
mantuvo durante toda su vida en esa actitud que podríamos llamar moderada,
aunque con la llegada de la República apostó decididamente por el nuevo
régimen, del que también es verdad que se desencantó muy pronto, al ver los
derroteros que tomaba.
-Se adentra a
la par en la política como en la crítica literaria es como si para él todo eso
fuese un solo elemento, ¿no? Coméntanos, por favor.
-En realidad, no. La crítica literaria Azorín la
ejerció desde el principio de su carrera como periodista en diarios locales y
regionales de Valencia y Alicante. De hecho, uno de los primeros textos que
publicó –firmado con el seudónimo de “Cándido”–es un opúsculo titulado La crítica literaria en España, fruto de
una conferencia que dio en el Ateneo Literario de Valencia ese mismo año. En
ese sentido, su faceta como criterio es muy anterior a su entrada en la
política. La política le interesó siempre y le llamó mucho la curiosidad;
escribió libros de teoría política, crónicas parlamentarias y, como ya he
dicho, fue diputado en el Congreso (varias veces) y Subsecretario de
Instrucción Pública y Bellas Artes (el equivalente de lo que hoy sería
Secretario de Estado de Cultura). Pero su paso por la política activa fue, en
realidad, algo coyuntural y casi diría que anecdótico dentro de un carrera
dedicada a la literatura y el periodismo. No se pueden comparar ambas cosas.
-¿Cómo crees
que pudo influir la Guerra Civil en este escritor que, recordemos, marchó a
Francia empezada la contienda e hizo, al terminar ésta, el viaje inverso al de
los que huían al exilio?
-La guerra causó un verdadero trauma en Azorín, como
en todos los que la sufrieron de alguna manera. El hecho de que después
volviese a España ha hecho que quienes desconocen su vida y su obra
identifiquen a Azorín con el régimen franquista, pero es una falsedad
histórica. Azorín se marchó del país con su mujer de forma precipitada y pasó
tres años en París en una situación verdaderamente incómoda. Sobrevivió gracias
a que los directores del diario argentino La
Prensa, de Buenos Aires (en el que llevaba escribiendo con regularidad
desde 1916), siguieron confiando en él y le pagaron sus colaboraciones mientras
estaba exiliado. En París escribió Azorín un precioso libro de memorias (París) y un volumen de cuentos (Españoles en París) de cuya lectura se
desprende el hecho de que esos tres años de exilio fueron años de tristeza y
mucha nostalgia para un hombre que jamás había vivido fuera de su país.
Precisamente por eso, al terminar la guerra decidió volver y dedicarse por
completo a su obra literaria, sin apenas participar en actos públicos.
-En sus
novelas: primero es más autobiográfico; después como más negativo, más triste y
pensando o padeciendo por el destino; después sigue como vinculado al drama
personal y es aquí donde está como influido por Rainer
María Rilke. En conjunto ¿qué nos puedes comentar?
-Es muy difícil resumir en unas líneas la evolución
novelística de Azorín, porque son varias décadas de escritura y varios
registros distintos los que habría que abordar. Decir que su literatura es más
negativa o triste sería reducirla en exceso, pero es verdad que lo más conocido
de su obra –la trilogía protagonizada por Antonio Azorín (La voluntad, Antonio Azorín
y Las confesiones de un pequeño filósofo)
es un ciclo de novelas de tono inequívocamente autobiográfico en el que se
expresa ese desasosiego y esa abulia de los jóvenes intelectuales del 98 cuya
inteligencia choca frontalmente con la vulgaridad y la falta de valores de la
España finisecular. Luego su trayectoria evoluciona y va alternando novelas que
podríamos “históricas” (Don Juan, Doña Inés), con otras más originales en
la que arriesga e innova bastante tanto en el plano estilístico, como en el
temático (Félix Vargas, Superrealismo). De sus novelas de
después de la guerra se puede salvar alguna (Salvadora de Olbena), pero, en general,
son obras que no tuvieron mucho éxito porque se publican en un contexto en el
que la moda literaria que se iba imponiendo (el realismo social) ya no era la
que cultivaba nuestro autor.
-A Azorín le
gustó mucho el teatro, disfrutó de él y se acercó al mismo como crítico, pero
como dramaturgo no le fue tan bien ¿por qué crees que fue? (otra vez esa visión un tanto amarga y fatalista no gustaba encima del escenario, mezclado con
su particular realismo).
-En mi estudio introductorio a esta biografía destaco
que, a mi juicio, uno de los mayores aciertos de García Mercadal es justamente
ese: que aborda la faceta de Azorín como dramaturgo (una faceta que después se
ha estudiado mucho, pero que en la época apenas generaba interés) y explica
bastante bien las razones por las que, pese a sus notables esfuerzos, Azorín
fracasó como autor de teatro, siendo, como era, un excelente conocedor del
género. Probablemente, y por decirlo de forma resumida, Azorín se adelantó
demasiado los gustos de la época y quiso hacer un teatro demasiado
intelectualizado y profundo para un país en el que todavía triunfaba el sainete
y el teatro cómico. Él quiso trasladar al teatro ideas y pensamientos muy
complejos para el público habitual de los teatros madrileños o los teatros de
pueblo en los que se representaron sus obras. Tras unos años de dedicación, en los
que realizó varios intentos, él mismo se dio cuenta de que aquello no terminaba
de cuajar y volvió a lo que, a mi juicio, mejor se le deba, que eran los
artículos periodísticos y los libros creados a partir de la selección de los
mejores de esos textos aparecidos previamente en la prensa. Por encima del
Azorín novelista (que quizá es el más conocido para el gran público), del
dramaturgo (que no ha pasado a la historia) o del memorialista (que sin ser un
especialista en el género, dejó varios libros muy buenos que hoy se podría
reeditar y releer perfectamente), está, a mi juicio, el Azorín periodista y
crítico literario; el maestro del artículo breve que es capaz, a la vez, de
emocionar y de enseñar; de resultar moderno, sino un auténtico clásico.
23153
Azorín. Biografía ilustrada. José García Mercadal. Francisco Fuster García (ed.)
244 páginas 13 x 21 cms.
19,00 euros
Prensas de la Universidad Zaragoza
Aunque se licenció en Derecho, José García
Mercadal (Zaragoza, 1883 - Madrid, 1975) descubrió desde muy joven que su
verdadera vocación era escribir y consagró toda su vida a la literatura y al
periodismo, a los que se dedicó en cuerpo y alma durante más de seis décadas.
Amigo y colaborador de varios escritores de la generación del 98 y la del 14,
mantuvo una larga y estrecha relación con Azorín, a quien dedicó esta completa
y sentida biografía, que es, muy probablemente, su obra más acabada.
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