ayamonte1936 (1).jpgCazarabet conversa con...   Francisco Espinosa Maestre, coeditor del libro “Ayamonte, 1936. Diario de un fugitivo” (Aconcagua) de Miguel Domínguez Soler

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miguel Domínguez Soler narra, en forma de diario, la huida de un fugitivo.

El libro, editado por Aconcagua, tiene como “cuidadores de la edición” a Manuel Ruíz y Francisco Espinosa.

Estamos ante un libro que son, más bien, unas memorias con ese germen de “nacer como diario”, el de un fugitivo en el Ayamonte de 1936.

Lo que nos narra Miguel Domingo Soler, bajo el cuidado en la edición de Manuel Ruíz y Francisco Espinosa, es un exilio poco estudiado, el que se dio en Marruecos.

La sinopsis del libro. Aquello que nos cuenta:

Ayamonte, Tavira, Olhâo, Lisboa, Cintra, Casablanca, Bouarfa, Kenadsa, Rabat, Agadir y Safí. Cuatro países. He aquí el itinerario que hubo de recorrer Miguel Domínguez Soler desde que los fascistas ocuparon Ayamonte en julio de 1936 hasta que, perdida la esperanza de que los aliados pusieran fin a la dictadura de Franco, tomó conciencia de que su futuro estaba allí, en Marruecos. De Ayamonte a Safí recorreremos también la España republicana, el golpe militar y la guerra civil, la guerra mundial, la invasión nazi del norte de África y finalmente el desembarco aliado.

Miguel Domínguez no volvió a España hasta los primeros años ochenta. No hay exageración alguna en decir que sus recuerdos se leen como una de aquellas novelas de aventuras en las que nos colocábamos un atlas al lado para saber dónde ubicar aquellos lugares exóticos llenos de misterio. Solo que al contrario de aquellas novelas, en este caso, todo es real. Nos recuerda el desconocido exilio español al norte de África.

Por lo demás, es bueno leer precisamente en estos tiempos la historia de un español que, con no pocas dificultades, tuvo que establecerse en Marruecos para rehacer su vida.

Los dos cuidadores en la edición y coordinación:

Francisco Espinosa Maestre

Historiador y Doctor en Historia. Autor de diversos trabajos sobre la República, la guerra civil y la represión en el suroeste español. Entre ellos y en relación con Huelva destacan La guerra civil en Huelva (1996; 5ª ed. 2018), La justicia de Queipo (2005), Guerra y represión en el sur de España (2012), Contra la República. Los sucesos de Almonte de 1932 (2012), y en colaboración con José María García Márquez, “La desinfección del solar patrio. La represión judicial militar en Huelva, 1936-1945”, dentro de La gran represión (2009), y Por la Religión y la Patria (2014).

Manuel Ruiz Romero

Profesor de EGB y Doctor en Historia. Pionero y especialista en los estudios sobre Transición y tardofranquismo en Andalucía. Miembro del Grupo de Investigación, Historia y Contenidos de la Comunicación de la Universidad de Sevilla. Entre sus trabajos, aparte numerosos artículos y colaboraciones en obras colectivas, destacan El proceso autonómico de Andalucía durante la II República (1991), La conquista del Estatuto de Autonomía para Andalucía, 1977-1982(2005), Blas Infante Pérez, 1875-1936 (2010) y El bulo sobre el complot de Tablada. Sevilla, 1931 (2018).

Leer más: https://www.aconcagualibros.net/news/ayamonte-1936/

 

 

Cazarabet conversa con  Francisco Espinosa Maestre:

ayamonte1936 (2).jpg-Francisco, ¿cómo llega a vosotros el diario y el testimonio, casi memorialístico, de Miguel Domínguez Soler? ¿Cómo y por qué decidís trabajarlo en forma de libro para darlo a conocer, editándolo con Aconcagua?

-Las memorias de Miguel Domínguez Soler han llegado a nosotros como suelen llegar estas cosas: por una concatenación de hechos casuales. En febrero de 1980, desde su lugar de residencia, la ciudad costera de Safí, en Marruecos, envió una carta de apoyo a Rafael Escudero, presidente de la Junta de Andalucía. La carta podría haber corrido el destino de tantas otras cartas que se recibieron en el mismo sentido, pero fue archivada por un motivo: aludía a Blas Infante, al que conoció en la etapa que este estuvo al frente de la notaría de Isla Cristina (Huelva)  a finales de los años veinte y del que prometía enviar sus recuerdos, lo cual hizo poco después. Tuvieron que pasar diecisiete años hasta 1997 para que Manuel Ruiz Romero encontrara la carta de Domínguez Soler mientras realizaba una investigación sobre la etapa en que Plácido Fernández Viagas ocupó la presidencia de la Junta de Andalucía. Fue él quien tuvo la iniciativa de contactar con Miguel Domínguez, encontrándose con que ya había fallecido. Fue su viuda, Abouch Mohaiti Gaugui, la que le habló de la existencia de un texto manuscrito que Miguel dejó sobre su vida y quien finalmente lo envió en 1998.

Lo que sigue son las gestiones realizadas tanto por parte de Manuel Ruiz como desde Ayamonte para la publicación de los recuerdos de Domínguez Soler. En cuanto a mi intervención en el asunto fue fruto de la casualidad: un amigo me comentó la existencia del documento. Acababa de publicar La guerra civil en Huelva (Diputación de Huelva, 1996) y lógicamente me interesó ese testimonio sobre lo que en principio creí que se circunscribía a Ayamonte y que luego pude ver que era mucho más. Tras preparar laboriosamente el texto para su publicación finalmente pudo ver la luz en 2001.  

Para completar el testimonio de Domínguez Soler decidí analizar en un anexo un documento procedente del Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo que recogía una denuncia anónima sobre la represión fascista en Ayamonte y la instrucción que se hizo de ella, que recayó sobre un joven abogado llamado Antonio Pedrol Rius, miembro de la colonia catalana en Sevilla y que como tantos otros se puso al servicio de la Auditoría de Guerra presidida por el general Francisco Bohórquez Vecina desde que llegó a la ciudad. La primera edición, muy corta, desapareció de inmediato, pero contra toda lógica y por motivos nunca aclarados, Diputación decidió no publicar otra pese a la demanda.  

Así quedó este proyecto después de tanto trabajo y tanta ilusión puesta en la publicación de un testimonio tan interesante como el de Miguel Domínguez Soler. Finalmente este sabor amargo se apagó ante la posibilidad de sacar una nueva edición gracias a Ángel del Pozo y su editorial Aconcagua, que es la que ahora se presenta. Creo que el libro merecía este final.     

-¿Qué os llama la atención de este socialista onubense?;¿qué destacaríais de su perfil político?; ¿y de su personalidad o trazo-Miguel Domínguez es un socialista muy activo, especialmente a partir de los años treinta, ¿cómo pasa él los años de la II República siendo secretario de la Agrupación Socialista de Ayamonte? -¿El protagonista, Miguel Domínguez se da cuenta, enseguida, de que Ayamonte para él se ha convertido en una ratonera, es así?, contadnos un poco…

-Primero le salvó su instinto de supervivencia.  Mientras algunos de sus amigos y paisanos volvían al pueblo a los pocos días cansados de la vida del huido y convencidos de que su inocencia les libraría de todo mal,  Miguel prefirió aguardar un poco más,  pasar luego oculto a algunas casas de confianza y salir finalmente hacia Portugal el día 1 de septiembre del 36.  En este país su vida clandestina transcurrió entre Tavira, Olhâo y Lisboa, desde donde dos años y medio más tarde partiría finalmente hacia Casablanca unos días después de que concluyera la guerra civil.  Hasta ese momento, primero por permanecer en Ayamonte y luego a través de las redes de contrabando,  estuvo siempre en contacto con su familia e informado de lo que ocurría en el pueblo y sus alrededores.  De ahí el valor de su testimonio. También debe tenerse en cuenta, aunque el autor no lo mencione, que Miguel Domínguez Soler fue secretario de la Agrupación Socialista de Ayamonte en los primeros años de la República, siendo Antonio Ceada presidente de dicha agrupación, constituida el 1 de abril de 1931 por treinta y cuatro afiliados que irían aumentando en meses sucesivos hasta pasar de cien. En realidad dicha agrupación no tuvo representación política municipal hasta finales de 1932, en que el alcalde Manuel Flores Rodríguez y ocho concejales (Pedro Botello Díaz, Fernando Flores,  José Carro, José Mestre, José Miguel Gómez, Juan Muniz Revuelta, Isidoro Gómez y José Calderón, todos socialistas salvo el último, independiente) pasaron en bloque de la Unión Ayamontina, presidida por Manuel Rubio Valdés, al Partido Socialista. 

No es pues de extrañar que muchos de ellos, empezando por el alcalde y varios concejales, partieran de Ayamonte en el pesquero “Guadiana” cuando los fascistas llegaron a Huelva. Esto creó un sentimiento de agravio en muchos izquierdistas que no pudieron huir, sentimiento presente en las memorias de Domínguez Soler y que solo la desproporción y la duración del desastre iría disipando. De ahí que cuando por fin el autor se encuentra cara a cara con el alcalde Flores Rodríguez es incapaz de articular acusación alguna.  Miguel Domínguez,  al igual que sus compañeros, tenía que huir y él lo sabía. Es la Falange ayamontina la que asalta y saquea la sede socialista o la logia “Redención” de la calle Cavalga, y es esa misma Falange la que se apropia de toda la documentación, parte de la cual,  la socialista, se incorporará al sumario 95/37, mientras que otra, la masónica, pasará a engrosar el inmenso archivo creado por Franco en Salamanca para luchar contra sus obsesiones favoritas: la Masonería y el Comunismo. 

-¿Cómo fueron los primeros momentos del Golpe de Estado en Ayamonte?;¿Cómo los vive él? -Decide pronto que lo mejor es escapar y se abre camino como improvisando para salvar la vida…pero escapando del golpe, la represión…no le impide vivir el mismo golpe y los días de guerra, así como las represiones…¿Qué nos podéis contar?...me da que es una escapada sabiendo mucho lo que dejaba a sus espaldas y eso como que le pesa…

-Las memorias de Miguel Domínguez, interesantes en tantos conceptos, son especialmente valiosas en todo lo que se refiere a la implantación del golpe militar en Ayamonte. No andamos muy sobrados de memorias escritas y, mucho menos, de memorias escritas por gente corriente. El autor deja muy claro que el recurso a la violencia en los días posteriores al estallido del golpe, los llamados días rojos, se canalizó directamente hacia los objetos. Efectivamente los izquierdistas onubenses causaron graves daños al patrimonio eclesiástico, pero como bien escribió Miguel Domínguez Soler: Los santos se rehacen; las vidas, no. Y quien esto decía no solo lo hacía desde un pueblo donde los presos derechistas conservaron la vida sino que él mismo reconocía haber impedido la destrucción de ciertas imágenes. Pero los diez días rojos volaron y casi sin darse cuenta comenzaron a llegar noticias de que las fuerzas de Queipo, ese extraño conglomerado de militares sublevados, guardias civiles fuera de la ley, señoritos y fascistas, se iban aproximando.   

Y un buen día Ayamonte fue ocupado por dichas fuerzas, a las que se sumaron otras similares de Huelva, y por un numeroso grupo hispano-portugués que penetró desde Villarreal de San Antonio y que fue considerado erróneamente por el autor como origen de los llamados “Viriatos”, contingente portugués que se incorporó a la lucha en ayuda de los sublevados. Ni que decir tiene que la ayuda portuguesa al fascismo español a lo largo de toda la raya fue total y decisiva. La detención y devolución de refugiados, contraviniendo la legislación internacional,  fue un hecho diario plenamente conocido.  En la zona portuguesa que limita con Badajoz y Huelva llegó a funcionar incluso un rudimentario campo de concentración, el de Coutadhina, donde los detenidos eran reunidos antes de su entrega a las autoridades españolas. Muchos de ellos, como se reconoce en los documentos oficiales que aquí se reproducen, serían asesinados en las cercanías de Ayamonte, caso de numerosos vecinos de Puebla de Guzmán. Han sido precisamente documentos portugueses los que nos han permitido saber, por ejemplo, que el último alcalde republicano de Valverde del Camino, Juan Fernández Romero, asesinado probablemente en Badajoz, fue detenido a mediados de agosto del 36 cerca de Barrancos por una de las brigadas móviles que vigilaban la frontera desde Portugal.  

Las detenciones dieron comienzo el mismo día de la ocupación, llenando rápidamente la cárcel y debiendo habilitarse como depósito un cine. Esto se prolongó desde el 28 de julio hasta el día 11 de agosto. En esos días la Guardia Civil tomó declaración a algunos detenidos y se practicaron registros y saqueos de todo tipo. Un momento especialmente tenso fue el de la ejecución pública de las autoridades civiles y militares durante la tarde del 4 de agosto en un paseo de la ciudad de Huelva. Fue la señal de salida. En Ayamonte es posible que la represión se distribuyera como Domínguez Soler expone en sus memorias y no con las fechas que se inscribieron en el Registro Civil. La primera saca importante, la de los veintiún hombres y tres mujeres, debió ser el día 13 de agosto. Coincide con una matanza que afectó a varios pueblos del sur de la provincia y que tuvo su origen en las protestas públicas producidas por la ejecución del joven diputado socialista Juan Gutiérrez Prieto, localizado en su pueblo natal, Palos de la Frontera, y eliminado igualmente en Huelva. La represión posterior, efectuada cada seis o siete días, se extendió hasta los primeros días de octubre.  

El diario de Miguel Domínguez nos permite vislumbrar también uno de los aspectos más vergonzosos y desconocidos del “Glorioso Alzamiento Nacional”: la violencia sobre las mujeres. Por ahora sabemos que fueron asesinadas 185 mujeres en toda la provincia. Pero casi tan malo como la muerte fueron las vejaciones y las terribles condiciones de vida a que quedaron expuestas muchas de ellas por el mero hecho de tener alguna relación familiar con izquierdistas huidos o asesinados. Entre los hechos de singular crueldad ocurridos en Ayamonte, como en tanto otros pueblos, cabe destacar el rapado del cabello de unas 30 ó 40 mujeres, a las que se obligó a ingerir aceite de ricino y a marchar por las calles del pueblo entre el alborozo de los vencedores. Este espectáculo horrible, celebrado pueblo a pueblo, tenía por objetivo castigar y amedrentar a la población pero su verdadera misión era propiciar el clima de depravación y de corrupción moral deseado por los golpistas para llevar a cabo sus planes. Una de esas mujeres humilladas fue precisamente la madre de la novia de Miguel Domínguez. Y yo, que lo oía todo, aquel día me sentí caer en la locura,  escribió en el diario. En el informe de la Policía se lee:

Que es cierto que se pelaron unas cuantas mujeres y las pasearon por las calles,  yendo chicos tocando tambores detrás,  así como a hombres con lazos en la cabeza,  pero tampoco se cree que tuviera Ramón Núñez intervención directa en ello,  y si tuvo alguna fue de índole informativa. (…).

Los chicos que tocaban los tambores eran flechas.

Las mujeres peladas eran rojas y los hombres,  invertidos y rojos. No se fusiló a ninguna de estos [sic], y solo se les hacía a ellos y a ellas comparecer en el Cuartel de Falange diariamente.

Miguel Domínguez mencionó en sus memorias a unas veinticinco personas de las que fueron asesinadas en Ayamonte. Como puede verse en mi trabajo sobre la guerra civil en Huelva todas ellas fueron inscritas salvo cuatro: Manuel Franco, Arturo Pessoa Soeiro, Ángel Espinosa y alguien apellidado Casillas, padre de Sebastián Casillas, secretario de las Juventudes Socialistas. Si a estos añadimos algunos nombres citados en el informe de la Comisaría de Investigación y Vigilancia, caso de un tal Ferrer o el de un farero, aun faltando unos diez casos nos acercaremos bastante a los ciento quince  represaliados reconocidos por este organismo oficial. La cantidad resulta bastante fiable si pensamos que su obligatoria inscripción en el Registro de Defunciones, que en la mayoría de la provincia se efectuó a lo largo de varias décadas y de manera incompleta, en el caso de Ayamonte se hizo de una sola vez entre febrero y marzo de 1937 por orden superior. El carácter de esta represión, sus razones de fondo, están bien claras, pues fueron los propios vencedores los que en el informe policial que se reproduce definieron su carácter político y clasista:

Los fusilados han sido unos ciento quince de Ayamonte (…). Entre ellos había algunos maleantes,  pero la mayoría pertenecían a la clase obrera marxista.

Otra cuestión interesante reflejada en el diario es el intento de los vencedores de conseguir que los familiares de las personas represaliadas firmasen a cambio de la promesa de una pequeña pensión un documento en que se reconocía que las víctimas murieron en el frente. No es la primera vez que se escucha esta historia. Es más, esta operación de blanqueo de sangre tuvo también otro aspecto menos conocido,  pues a la vez que se intentaba obtener las firmas mencionadas, se procuró recuperar de dichas  familias ciertos documentos obtenidos a fines del 36 o comienzos del 37, documentos  que, al reconocer la desaparición irregular del familiar, permitían a la gente acceder a ciertas ayudas (ropa, comida o albergue). Aquí jugaron un papel importante, y nefasto, los curas, quienes con su enorme poder e influencia obtenían de las mujeres esos documentos que constituían en la mayoría de los casos la única prueba, por leve que fuera, que las familias tenían sobre lo ocurrido. Una de las amenazas habituales era la retirada de la cartilla de racionamiento.

Habría también que mencionar las famosas listas.  Estas supuestas listas con los derechistas que deberían ser eliminados constituyeron en numerosos lugares la justificación inmediata para la represión desencadenada. Evidentemente, de cara a los sectores medios, los golpistas necesitaban justificaciones para la matanza. Esto se hizo de dos formas: distorsionando la realidad y haciendo circular mentiras y exageraciones. Este proceso, siguiendo el principio nazi de que toda mentira repetida el número suficiente de veces acaba siendo creída, se basó en la desinformación y en la más burda propaganda. De este modo, amparados en la impunidad que da el terror, el periodista portugués Leopoldo Nunes se permitió escribir sobre una “linda y malhadada muchacha” asesinada por los marxistas en Ayamonte, y uno de los “Avances” de lo que luego sería la Causa General expuso los pocos casos de violencia habida en Huelva como si hubiesen sido lo habitual. Paralelamente a esto, en todos los pueblos donde como en Ayamonte no había habido víctimas de derechas, surgieron dos historias: la del “no les dio tiempo” y la del hallazgo de una supuesta lista de derechistas que los “rojos” pensaban eliminar. Ambas tenían el mismo objetivo: convencer a la gente de que los métodos expeditivos que se estaban empleando eran meramente defensivos. De esta forma, que sería elevada posteriormente a categoría jurídica, los golpistas se convirtieron en víctimas y las verdaderas víctimas, el gobierno legal y los ciudadanos respetuosos con las leyes, en reos del delito de rebelión militar.

En el caso de Ayamonte se encontró una “relación de fascistas y simpatizantes”,  reproducida en el Informe de la Comisaría, y unas cajas que supuestamente contenían dinamita para volar la cárcel con los presos dentro. Pero, como en tantos pueblos en poder de la izquierda, resultó que no les dio tiempo. La relación de fascistas, de la que no se llegó a ver  nunca el original, fue encontrada por los falangistas en la Casa del Pueblo tras salir de la cárcel. Suponiendo que existiera, lo cierto es que los vencedores la interpretaron a su conveniencia. ¿Por qué no pensar que era simplemente un listado de personas a las que, con motivo del golpe militar, convenía tener controlada? Así ocurrió en todos sitios: la República se protegió desarmando y poniendo a buen recaudo de inmediato a las personas que eran partidarias de la sublevación. Es evidente, como ya se ha indicado, que la interpretación dada a la lista respondía al deseo de encontrar algún pretexto para justificar la matanza. Pero lo cierto es que estas leyendas de las listas o de la falta de tiempo han tenido larga duración, y solo cuando ha podido documentarse objetivamente la represión efectuada por ambos bandos es cuando han mostrado su verdadera esencia: en su momento sirvieron para acometer la “gran tarea” y posteriormente para enturbiar y falsificar la memoria histórica, pues a la vez que se hacía pública exhibición de la lista de los derechistas detenidos que pudieron ser asesinados, se ocultaban o destruían para siempre las otras listas, las verdaderas, las de las miles de personas asesinadas por los sectores antirrepublicanos. 

ayamonte1936 (3).jpg-El primer país que pisa nuestro protagonista huyendo del fascismo y de la represión es Portugal donde pasa toda la guerra civil, ¿cómo es su experiencia allí?.En Portugal vive su propio periplo: Tarivia y Olhâo  en el Algarve; Lisboa y la muy próxima Cintra/Sintra ---a las faldas de la montaña del mismo nombre---…-De ahí da un salto, embarcándose en Abril  de 1939 en el barco Aurigny rumbo, ya ,al continente africano, en concreto a Casablanca…él sabía que debía de marchar, ¿no?...Portugal, para nada, era lugar seguro…

-Lo último que Miguel Domínguez escuchó al dejar Lisboa fueron las terribles palabras de un policía salazarista, quien al escuchar que deseaba llegar a Méjico le espetó que donde él tenía que ir era al cementerio de su pueblo. ¡Mira el hijo de puta qué bien habla portugués!, añadió otro policía. En ese momento, después de tres años de tensión constante, Miguel Domínguez se derrumbó y lloró amargamente antes de poder acceder finalmente a su camarote. Probablemente sabía la terrible verdad que las palabras de la policía encerraban: su lugar estuvo en la saca de cierto día de agosto del 36 en la que hubiera ocupado el número 14, y en la fosa común del cementerio donde yacían sus amigos y compañeros. Desde este punto de vista salir de la península equivalía a escapar definitivamente del paredón y de la fosa para él dispuestas. Nunca olvidaría que aquel viaje hacia la libertad solo fue posible gracias a la ayuda anónima de izquierdistas portugueses de los que por su relato solo llegamos a conocer a ese personaje un tanto novelesco llamado Israel Isaac, representante de una compañía cinematográfica americana y activo militante contra la dictadura portuguesa. 

-La primera ciudad del exilio marroquí es Casablanca, donde se pone a trabajar en una conservera, pero por poco tiempo porque fruto de la Invasión nazi de Francia …Alemania entra en escena, también en Casablanca donde llega la Comisión Alemana que se hace cargo de todo lo que hasta aquel momento estaba bajo el protectorado francés……-Es hecho prisionero y desplazado con un Batallón de Extranjeros a construir el ferrocarril transahariano esto es lo que hace moverse a otros lugares, ¿no?.-Entran en escena: Bouarfa, Kenadsa—en Argelia---¿Cómo es el paso por Argelia?-Para volver a Rabat, Agadir, otra vez en Marruecos y finalmente se “recoge” en  Safí, donde fue reclamado por el antiguo propietario de la conservera de pescado de Casablanca…¿En Safí es donde vuelve a recobrar “cierta estabilidad”?...

-La vida de Miguel Domínguez Soler desde su llegada a Casablanca hasta su muerte es muestra ejemplar del destino de la colonia española, una vida dedicada al trabajo con casi todos los proyectos aplazados a la espera del final de la dictadura franquista. Miguel, que no había olvidado los años infantiles con su madre trabajando en la industria conservera ayamontina, se mete de lleno en el mundo de las conservas y del salazón, mundo del que ya no saldrá y en el que llegará a ocupar importantes puestos. Los contactos epistolares con su novia fueron espaciándose y, poco a poco, enfriándose hasta que un buen día ella le dijo que diera por rotas las relaciones.  Aquí se truncó todo cuanto fue mi juventud y mis ilusiones. ¿Por qué y para qué tengo que seguir luchando por la Reconquista de España?, escribirá en su diario. Curiosamente Miguel Domínguez no legalizaría su relación con la mujer marroquí con la que convivió toda su vida hasta que no le llegó la noticia de la muerte de su antigua novia en Barcelona.

La vida laboriosa en la que se sumerge solo conocerá un paréntesis: la irrupción en Casablanca de la influencia nazi como consecuencia de la ocupación de Francia.  Miles de españoles son enviados a diversos campos de concentración y de trabajo como el de Bouarfa, en pleno desierto, donde pondrán los cimientos de algunos tramos del Transahariano (línea Bouarfa-Kenadsa). Como decían los españoles con ironía fue esa, la guerra contra ellos, la única que los franceses ganaron. Allí, entre otros conocidos, encontrará a Manuel Flores Rodríguez,  el último alcalde republicano de Ayamonte, al que logrará integrar luego en sus proyectos industriales. También en aquellas tierras tendrá otros encuentros destacados por el propio autor como el habido con el veterano cenetista Cipriano Mera Sanz, con el político sevillano Ramón González-Sicilia de la Corte o con el político y masón onubense Pablo Ojeda Ojeda. Finalmente, los resultados de la guerra mundial dejaron abiertas una serie de posibilidades para la España del exilio que, por lo que respecta a los resultados de la guerra civil, muy pronto se verían frustradas. La “Reconquista” soñada por Miguel Domínguez  nunca existiría; el retorno era imposible. Y cuando fue posible, ya con la transición, su gran sueño de recuperar la condición de funcionario que le fue arrebatada en julio del 36 o la ilusión de que sus huesos no quedasen en cualquier cementerio moro, chocan contra un proceso político que en ningún momento contempla no ya resarcir de alguna manera las vidas rotas por el fascismo español sino simplemente llamar a las cosas por su nombre.

-Conforme pasa el tiempo va conformándose y se va convenciendo de que no le toca otra que el exilio, ¿verdad?. -Hay cierta dosis de suerte, aunque contenida,  en todo el periplo de nuestro protagonista Miguel Domínguez…-Pero  él no perdía la esperanza de que desde el extranjero y desde la lucha contra el fascismo le llegase la ayuda a los que luchaban contra la II República?.Porque en Safí, creo recordar, le sorprende el desembarco aliado---Noviembre del 42—y se hace ciertas ilusiones…-Ilusiones que supongo siente como desvanecerse, ¿no?

-Probablemente fue la costumbre de escribir la que salvó e hizo más amable la vida de nuestro protagonista. Domínguez Soler no volvería a pisar España hasta 1983, cuarenta y cuatro años después de su salida. Sin duda, hubiera sido interesante conocer sus impresiones sobre esa España de los años ochenta y, concretamente, sobre el pueblo del que tuvo que huir en septiembre de 1936. Lo cierto es que, después de más de cuatro décadas de exilio, la España Libre y Republicana que conociera Miguel Domínguez Soler ya solo existía en su cabeza.

En la presente edición del “Diario de un fugitivo” se ha intentado respetar al máximo el texto original. El mayor problema planteado fue el ajuste general del tiempo narrativo, pues es probable que lo que fue un diario escrito en presente fuese reescrito y retocado después para su redacción definitiva, produciéndose desajustes narrativos. También ha habido que agrupar un texto disperso en exceso y donde la influencia de otros idiomas produjo en ocasiones frases de complicada construcción y extraño significado. Nada de esto, sin embargo, disminuye el valor del “Diario” ni la gran fuerza que Miguel Domínguez supo imprimir a sus recuerdos escritos. No hay exageración alguna en decir que se leen como una de aquellas novelas de aventuras en las que nos colocábamos un atlas al lado para saber dónde ubicar aquellos lugares exóticos llenos de  misterio. Solo que al contrario de aquellas novelas, en este caso, todo es real y no hay final feliz.

-Vamos a hablar un poco del diario, un poco más…Pero sus ideas, su ideal socialista se mantiene firme, ¿no?, porque es afiliado a la Federación Departamental de Marruecos Occidental del PSOE y a la delegación de Safi del Grupo Socialista Español de Marruecos Occidental. ¿Qué acciones realizan; qué experiencias desde estos colectivos se van desarrollando?-Decide no cruzar hacia España hasta que no estuvo bien asentada la democracia, ¿por qué…simple y llanamente cuestión de principios o…no sé cada uno es dueño de su destino? ¿Cómo y bajo qué especie de presiones se tomaban estas decisiones?, porque el exilio no dejaba de ser una prisión y sufrir una represión….-Aunque, me da que  él mantuvo “el pulso vivo” con su tierra. ¿Nos podéis explicar?

-No es posible dejar de pensar, cuando se lee el diario de Domínguez Soler, en la desazón y en la profunda tristeza del exiliado, en la angustia del inocente que ve destrozada su vida sin poder hacer nada para evitarlo y que nunca más, ni siquiera con el final del régimen político causa de todos sus males, podrá recuperar los derechos que injustamente le fueron arrebatados, ni recibirá compensación ética, política o económica alguna. Ciertamente la España de la transición tuvo con Miguel Domínguez Soler, al igual que con todos los que lucharon contra el fascismo, los mismos miramientos o recuerdos que hacia aquella República dueña de la única y verdadera legitimidad histórica, es decir, ninguno, el olvido más absoluto. Cuatro décadas de franquismo no habían pasado en vano y cualquiera que, como nuestro protagonista, volviera a España tras un largo exilio podía captarlo. Muy poco o nada pesó entonces la certeza histórica de que la democracia tenía el supremo deber de la memoria. Lo que ocurrió fue casi exactamente lo contrario, instaurándose lo que podríamos llamar el reinado del olvido y propiciándose así la penetración e influencia de todo tipo de simplificaciones y falsedades. Y así, amparados en la tranquilidad y en la desfachatez que propician la desmemoria y la ocultación del pasado, llegaron los mistificadores con la especie de que fue la República la que condujo al caos, de que la guerra fue inevitable (“no fue posible la paz”, escribió el mismo Gil Robles que pasaba armas por Portugal a los fascistas de Badajoz), de que ambos bandos fueron responsables por igual del desastre y –como gran burla final– de que todo había sido necesario para llegar a la situación actual. No era la mentira del 39, ya insostenible; ni las posteriores, que atufaban igualmente. Se trataba de la mentira final del franquismo: los dos bandos fueron malos, pero el rojo más; su libro de cabecera hasta hoy: “Pérdidas de guerra”, del general Salas Larrazábal. 

Y es que, como escribió el historiador francés Pierre Vidal-Naquet, “lo propio de la mentira es presentarse como la verdad”. Con ello, y así ocurrió de hecho, igualábamos a Miguel Domínguez Soler, y a sus amigos y vecinos de Ayamonte, con los militares traidores y con aquellas bandas paramilitares con capellán que, precisamente por carecer de representación política alguna, se lanzaron con saña inimaginable a la destrucción de la democracia en España. Y ahora, esta otra España de la transición, creía ser el paradigma de la ecuanimidad al condenar a ambos al olvido, sin tener en cuenta que, al igual que la democracia exige el ejercicio de la memoria, sin ésta todo futuro es incierto. De esta forma a los historiadores nos ha quedado la triple tarea de investigar aquellos hechos históricos, poner en evidencia las versiones seudo-históricas y, lo más difícil, explicar por qué desde ámbitos de cultura y del mundo de la información se amparó –y se sigue amparando– el olvido y la falsedad. Sinceramente, no es fácil explicar las razones por las qué hay que juzgar a Pinochet por los veinte casos que la justicia ha logrado documentar y, sin embargo, nadie, ni siquiera el Estado democrático, deba, no ya juzgar, sino simplemente reconocer los 115 casos de Ayamonte o, por ceñirnos al marco provincial, los más de cinco mil desaparecidos a consecuencia del golpe militar del 36.

Poder leer a estas alturas el impresionante testimonio de Miguel Domínguez es algo completamente excepcional. Tanto el autor como su obra estaban condenados al desconocimiento más absoluto. Por ello hay que agradecer a Manolo Ruiz su interés por el documento y, por lo que a mí respecta, el haberme dado la oportunidad de leerlo y de participar en su publicación. En definitiva no se ha hecho sino cumplir con el deber del historiador de recoger el testimonio de las víctimas, de los perdedores, en definitiva, de dar la voz a los que nunca la tuvieron. Es seguro que muchos diarios como éste acabaron en la basura o en alguna chimenea después de que alguien, incluso su propio autor, al hojearlo, se planteara con cierto deje pesimista a quién podría interesar aquello. Desde luego el clima de la transición no era el más propicio para darlo a la luz. No obstante hay que decir que si a partir de 1977, en vez del imperio del olvido, se hubiese valorado desde las instituciones competentes la recuperación de la memoria  y la investigación del pasado reciente, con la Universidad a la cabeza, hoy tendríamos acceso a muchas otras vidas dispersas y rotas como la de Miguel Domínguez. Sin embargo, lo cierto, al menos por estos pagos, es que esas instituciones lograron su verdadero objetivo y que a estas alturas, salvo excepciones, podemos dar casi por perdida la memoria escrita y oral del ciclo histórico abierto con la República y cerrado con la desaparición de la guerrilla a comienzos de los años cincuenta.

El “Diario de un fugitivo” llega además en un momento crítico en que asistimos a cómo personas procedentes de lejanas tierras americanas, africanas o europeas intentan buscarse un sitio en una España que parece haber asumido sin complejos el papel de portera-gendarme de Europa. En este sentido no vendrá nada mal recordar junto con Miguel Domínguez las penosas vicisitudes, casi totalmente desconocidas por otra parte en nuestra historiografía, de esos españoles que, al amparo de actitudes humanas profundamente solidarias, pudieron rehacer sus vidas en Marruecos. Como hombre agradecido Domínguez Soler deja constancia de todas las buenas personas, españolas, portuguesas y marroquíes, que desde su inicial ocultación hasta el final de su vida le prestaron ayuda sin esperar nada a cambio.

Por todo ello es un motivo de enorme satisfacción que ahora, cuando hace diecisiete años que Miguel Domínguez Soler concluyó su diario, nosotros recuperemos su memoria, su vida novelesca a su pesar, las de los numerosos personajes que aparecen en el relato y, de paso, la de su pueblo, Ayamonte, en los imborrables días de 1936. Sea en su memoria y en la de todos y cada uno de los que como él hubieron de dedicar su vida prácticamente a sobrevivir.

 

 

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