Cazarabet conversa con... Daniel Gasol, autor de “Arte
(in)útil. Sobre cómo el capitalismo
desactiva la cultura” (Rayo Verde)
.
Un ensayo de Daniel Gasol que nos cuenta cómo
el capitalismo desactiva la cultura.
También los medios de comunicación entran en
este debate porque, según Gasol, “como divulgadores de conocimiento, lucha
política para la representación e instrumentalización del arte como relato de
Estado.
Lo que nos cuenta el libro:
Arte (in)útil reflexiona en torno a la idea de
artista emergente e institución cultural como ente legitimador. El contenido de
este marco solo es la punta del iceberg sobre la mediatización cultural entre
arte, artista e institución, pero sirve para entender cómo se inicia el artista
en un circuito y qué mecanismos se utilizan para absorberlo. Así es cómo se
aleja el arte de ser una herramienta política crítica de pensamiento, y se
convierte en producción y, por tanto, en un producto más del contexto posfordista.
A partir del cambio de paradigma sobre
la idea de exposición con el objetivo de dar visibilidad a obras —una
visibilidad necesaria para que lleguen a ser arte—, Daniel Gasol se pregunta si
el artista se adapta a la producción institucional que se entiende como arte. El
autor también valora si, por el contrario, es la exposición institucional la
que dota al trabajo de una importancia hipotética, con la consecuencia
indirecta de generar legítimamente creaciones colindantes de semejanza formal y
conceptual.
Gasol explora la existencia de diversos
tipos de creación o contextos que proyectan qué debe ser arte, así como sobre
qué consideramos arte emergente o obra expositiva.
También cuestiona las instituciones adecuadas para exhibir producciones
artísticas, y cómo el sistema del capital y laboral afecta a la creación y la
exposición de arte.
El autor, Daniel Gasol:
Artista y doctor por la Universidad de
Barcelona, cuestiona discursos dominantes construidos por poderes fácticos
sobre identidad, trabajo, clase o consumo que convierten formas de ficción y/o
realidad. Inicia su trayectoria combinando investigación y producción
artística, explorando los mecanismos que constituyen narrativas hegemónicas.
Desde 2018, es docente en la Universidad Oberta de
Catalunya y desarrolla el diseño y contenido de proyectos desde el programa Interseccions Arts Visuals del Ayuntamiento de El Prat de Llobregat y es
coordinador de Soporte a la Creación de la Escuela de Artes Visuales de El
Prat.
Cazarabet
conversa con Daniel Gasol:
-Daniel, amigo, bien tu
libro nos recalca algo que ya sabíamos o que “sabemos que sabemos”... que está
como flotando en el aire, pero que se mantiene como inerte, ¿no?...que hay
arte, desgraciadamente, que no aporta y que es inútil...
-Me gustaría, para empezar,
desgranar la cuestión planteada. Debemos considerar qué significado tiene el
término “inutilidad” entendido desde el contexto capitalista donde al parecer,
todo eso que no genere rédito monetario o plusvalía económica, es inútil per se. Si ponemos en crisis esta premisa
que establece una definición de “inutilidad” en tanto a valor económico y por
tanto simbólico (una moneda es un trozo de metal y un billete un mero trozo de
papel), podemos determinar otra clase de valores que probablemente quiebren
nuestras bases epistemológicas. Teniendo en cuenta este punto de partida en
relación al arte y considerando nuestra deficiente educación sobre las
prácticas artísticas, quizás podemos considerar que lo determina “inútil” no es
el quehacer del arte, sino el sistema que lo gobierna, autoriza, domina,
legitima y decide “eso que debe o debería ser”. Hay muchos/as artistas
contemporáneos que desarrollan prácticas brillantes y necesarias que quiebran
el sistema cultural dominador y autoritario, como Wilfredo Prieto y su propuesta
“vaso medio lleno medio vacío de agua”
en la feria Arco de Madrid... un trabajo muy inteligente en el contexto donde
se presentó. Desde esta perspectiva, cabe destacar la pésima narrativa de los
medios en pro de la espectacularización de audiencia
para explicar trabajos como estos que, evidentemente, son presentados como
tomaduras de pelo, ofreciendo por tanto, una lectura plana a la audiencia,
epidérmica y superficial, ubicando al espectador como un ser “básico” al que
tratar de imbécil. El arte no es inútil, lo que lo convierte en inútil es
nuestra definición en un sistema que requiere establecer parámetros sobre qué
sirve y que no sirve, tal y como lo hace con las personas. Quizás debamos
ejercitar nuestra forma de plantear utilidad y inutilidad, porque lo que
probablemente sea inútil, sean las definiciones Neoliberales que por tanto,
impiden otras formas de entender y relacionarnos con el mundo.
-Amigo,
pero coméntanos ¿por qué escribes este libro que nos da a conocer la verdadera
dimensión que tiene entre nosotros el arte...el arte, ése, un poco más como
escondido, el arte inútil?
-El libro, originalmente, parte
de mi tesis doctoral en la Universitat de Barcelona y que hemos adaptado en
versión editorial con Rayo Verde, con el objetivo de hacerla más ligera. El
interés de la tesis surge por comprender cómo se gesta la llamada práctica
artística y qué formas condicionan la libertad creativa. La hipótesis de la
tesis parte de definiciones como “producción artística” o “industrias
culturales”, que remiten a formas de hacer fordistas
propias de la Revolución industrial, y cómo la institucionalización del arte,
mediante el compromiso keynesiano, que afirma que el Estado tiene la
responsabilidad de intervenir en la economía para mantener su equilibrio,
desarrolla formas de capitalismo que determinan la cultura con los medios de
comunicación como eje central de funcionamiento para establecer realidades.
Escribir una tesis doctoral abordando estas cuestiones desde una Facultad de
Bellas Artes, parecía impropio en un inicio, pero me ayudó a comprender por qué
establecemos lógicas institucionalizadoras y las
razones que otorgamos al “Padre Estado” para que deba proteger una cultura que
sigue secuestrada por un relato hegemónico, clasista y unilateral.
-¿Es
el querer poner negro sobre blanco lo que te hace repensar sobre la existencia
y el sentido de la existencia del arte entre nosotros?.
-¿Definiendo el que es arte útil del que es arte “inútil”?
-Las definiciones de arte, a
menudo, parten de la hegemonía institucional, política, económica, capitalista
y mediática como relato homogeneizador. Desde esta perspectiva, con unas formas
de comprender la cultura tan escueta, dirigida y constreñida, entendemos que la
práctica artística está “fuera”, que no nos pertenece o que ni si quiera la
desarrollamos individualmente o como sociedad. En el momento en que pensemos
cómo colectivizar las practicas culturales como
prácticas legítimas, emancipadoras y autónomas que quiebren la dominación
institucional que jerarquiza socialmente esos que pueden practicarla por
conocimientos y oportunidad de clase social (el arte tiene a ser desarrollado
por esos que pueden desarrollarlo porque disponen de tiempo y economía para
sobrevivir), empezaremos a entender la cultura como una forma propia del hecho
social e individual. Por tanto, arte y por ende cultura, está en la forma de
mirar y percibirla, y es por ese motivo que algunas prácticas solo son
consideradas como tal desde un contexto institucional, porque fuera no se
“comprenderían” como tal a no ser que modificáramos nuestra mirada y restáramos
autoridad al Estado como responsable.
-El subtítulo del libro es: “Sobre cómo el capitalismo desactiva
la cultura”. ¿Es como entender que el capitalismo utiliza al arte para sus
intereses?
-El capitalismo no solo es una
mecánica económica que debe generar plusvalía mediante la explotación de
recursos de personas y las despreciables prácticas de especulación, sino que
también determina nuestras relaciones, nuestras formas de entender el mundo,
nuestra forma de sobrevivir y nuestra forma de existir. El capitalismo como
tal, es una mecánica conceptualmente “perfecta”, porque mediante su propia
crítica continua generando rédito económico. A, capitalismo le interesa
desarrollar su crítica, porque así pluraliza sus discursos y no se entiende y
percibe como una forma dominadora y autoritaria, sino libre y flexible… La
mecánica capitalista como institución dogmática, como lo es la
heterosexualidad, la raza blanca, la familia o el concepto “institución”, tiene
la capacidad de absorberlo todo, fagocitar los discursos, desactivarlos y
mercantilizarlos como formas de libertad. Hay muchos ejemplos que pueden
ilustrar el hecho y que algunas personas, con voluntad critica o que tienden a
un narcisismo exasperante, ponen en valor estas prácticas despreciables…
Respecto al feminismo liberal que niega el feminismo radical interseccional y que obvia la estructura de clase social,
por ejemplo, tiende a desarrollar camisetas con lemas aparentemente feministas,
exposiciones solo de mujeres que subrayan el insulto con participantes blancas
y heterosexuales, apoya el discurso capacitista de
que “las mujeres pueden hacer tareas propias de “los hombres”... Respecto a la
disidencia sexual, se tiende “normalizar” los ritos heterosexuales como fines
de aceptación, como el matrimonio o la idea de familia nuclear, apoyando por
tanto dichas prácticas como espacios a lograr… Estas formas etiquetadas desde
la crítica como purple washing o pink washing y como
forma de defender derechos y libertades que son consumidas y aceptadas por
sujetos intentan sobrevivir en una clase media ingenua y ególatra, son las que
el capitalismo utiliza para desactivar la radicalidad de discursos críticos
necesarios. Desde una perspectiva cultura o concretamente desde el arte, el
capitalismo como forma de dominación cultural en forma de institucionalización
y responsabilidad del Estado en su desarrollo y mantenimiento, tiende a conservar las prácticas efímeras
como elementos que “rememoran” hechos o formas de hacer, convirtiéndolas en
formas de “arte” inactivo y por tanto, en cadáveres que conforman un cementerio
que pretende paralizar el tiempo, como si la cultura y el arte no aceptaran o
negaran su destrucción como forma de relato de Estado.
-¿Cómo
lo hace?; ¿cómo coarta el capitalismo al arte para infundirlo como un
instrumento que desactive ciertas pautas culturales?
-Estableciendo la hipótesis que
mediante la pluralidad de formas de consumo podemos ser libres. Poder elegir qué
consumir como avance de un hipotético progreso interminablemente hacia un
adelante que explosionará, no solo es un error, sino que establece parámetros
sobre quién puede ejercer la posibilidad de esa aparente libertad, apoyada por
el discurso de que “trabajar y esforzarte, te convierte en rico como
recompensa”… Asumir la idea de valor simbólico, económico y social como hecho,
sin poner en crisis qué oportunidades ha tenido ese sujeto como artista para
desarrollar su práctica, son lógicas que debemos poner en crisis porque la
práctica artística no debería pasar por la posibilidad económica, más bien por
la forma de mirar, de pensar, de establecer otras pautas y de la creatividad
como elemento propio de la vida propio del ser.
-La
cultura siempre suele ir a rastras, económicamente hablando...como buscando
ayudas, mecenas... ¿hasta qué punto esto es bueno porque, a veces, me da que el
primero que pasa te puede ayudar a llevar a cabo tu proyecto artístico y luego
“como atarte” o “atar tu fidelidad”...?
-Uno de “los problemas” que
existen en el ámbito cultural, es haber asumido precisamente esta lógica que
planteaba en la cuestión anterior. Hay muchas formas de desarrollar cultura que
no pasan por el eje económico como posibilidad y es ahí donde debemos detenernos
a pensar por qué requerimos de capacidad monetaria para desarrollar arte y/o
cultura y sobre todo, por qué no abordamos la noción de clases sociales en el
ámbito del arte como formas u oportunidades para su desarrollo. No es lo mismo
un artista que proviene de clase proletaria y que quiere dedicarse al arte que
alguien que, por ejemplo y sin querer atacar a dichas personas, vive en un piso
heredado de su familia que probablemente esté manchado por la sangre de la
explotación de familiares de ese artista proletario que quiere desarrollar su
práctica. La posibilidad de la profesionalización del arte pasa por la
oportunidad de la misma forma que los ricos siempre serán ricos por su herencia
familiar como forma de acumular poder.
-¿Por quién hay que dejarse ayudar o cómo debería de ser ayudado
el arte?
-Realmente no tengo claro que
debamos ayudar al arte, porque entre otras razones, plantea una posición
extremadamente paternalista sobre la práctica… Con esta hipótesis no quiero
afirmar que el Estado no deba dar ayudas a la cultura, que de hecho debería
aportar más del porcentaje ridículo actual… Si el Estado quiere
responsabilizarse en desarrollar una verdadera práctica cultural, quizás
debería empezar por trabajar en la educación primaria y secundaria, plateando
seriamente la renta básica universal y por tanto, “liberar” las definiciones de
cultura que afirman las instituciones.
-¿Cómo
puede ayudar la profesionalización del arte a que el arte sea lo más útil
posible?
-La noción de
“profesionalización” de arte, ergo
necesidad de especialización, y por tanto tiempo para su dedicación que no
disponemos la clase proletaria, es lo que personalmente considero que nos aleja
de esa utilidad social como herramienta de pensamiento que debería tener el
arte o la cultura. La llamada profesionalización del arte como hecho
legitimador para su aceptación, con el capitalismo como forma de capitanear esa
integridad de artistas como intentos de asalariados que generen actividades y
plusvalía económica, creo que debe repensarse en su totalidad para que el
Estado deba tomar partido en el asunto si quiere responsabilizarse de las
prácticas que se desarrollan en una noción tan abstracta como eso a lo que
llamamos “país”. Quizás encontremos la respuesta en la contradicción de la cuestión,
donde el arte como práctica no deba entenderse como elemento y práctica profesionalizadora que asuma formulas laborales, como la meritocracia o la rentabilidad, sino en la capacidad
individual y colectiva por repensar un mundo con el que no se siente cómodo y
entenderlo como herramienta de posibilidades de construcción de otros mundos
probables.
-¿Y
las subvenciones?; a veces pueden ir bien, pero otras no tanto...
-Las subvenciones, a menudo, son
sobras de una comida de lujo de esos que tienen tratos con las instituciones
que las otorgan y sobretodo en cultura a la que se le destina un porcentaje
bajísimo como forma de caridad. Las subvenciones, si se desea continuar con
esta lógica, deberían no solo ser más altas en cantidad económica, sino que
debería enseñarse su mecánica en espacios escolares de la misma forma que
debería enseñarse a leer una factura de la luz o el agua... El desconocimiento
de la burocracia no solo es una forma de control y sumisión de “algo” que no
entendemos pero que debemos hacer, sino que supone un conocimiento impenetrable
por su complejidad. Solicitar una subvención requiere práctica, un tiempo una
dedicación del que no todos disponemos.
-¿Es
el arte que quiere satisfacer a las élites, a los patronos, a las diferentes
administraciones el que se vuelve arte inútil?
-Definitivamente, el arte desde
y en espacios de élite, es una práctica convertida en inútil porque supone una
forma de glorificar a esos que pueden acceder al mismo o que pueden obtenerlo
como elemento para demostrar poder. El arte, como elemento de representación,
siempre ha sido utilizado como herramienta dogmática y “educativa” durante años
para proyectar principios religiosos, entre otros, que benefician a las clases
de poder. Tan solo hace falta dar una vuelta por un mueso de carácter
histórico, con obras que favorecen relatos heterosexistas,
homófobos, machistas, clasistas y misóginos del
cristianismo y donde las llamadas clases superiores, que pretenden establecer
juicios morales a esos que no cumplimos con unas normas que ni siquiera ellos
mismos asumen en su intimidad aunque si públicamente, pueden proyectar su
imagen pública. Las élites, que han llegado a serlo son por la explotación de
otros con el resultado de privilegios conseguidos mediante la mezquindad,
siguen perpetuando formas tradicionales que se replican, también, en la cultura
como resultado de unas necesidades económicas y morales que sirven para
persistir en un determinado modelo social burgués. Es en el arte apoyado y
consumido por las élites, donde se reproducen los valores clasistas de relato
que apoyan la narrativa hegemónica. De hecho, resulta revelador que los bancos
como instituciones de control social, apoyen la cultura como forma de
desarrollo nacional, no únicamente para limpiar su imagen a través de lo
“caritativo”, sino porque la cultura ya pertenece a la lógica capitalista que
debe generar plusvalía simbólica y/o monetaria.
-Pero
el arte nunca dejará de ser el instrumento de algo, alguien o de alguna
intencionalidad, ¿verdad?
-El arte debe ser un instrumento
con el que pensar críticamente eso que suponemos como aparente verdad absoluta
y evidentemente oficial. Para empezar, definir el concepto cultura sigue siendo
difícil porque no existen acuerdos sólidos sobre eso que debe ser y francamente,
creo que su interés radica en una falta de definición que fluctúa
constantemente en relación a las necesidades que debe cumplir. No obstante, si que existe una definición que parece ser común en tanto
a arte y que establece desde aparatos institucionales de poder que definen eso
que debe ser cultura. Esta definición común, responde a la aparente bondad del
quehacer artístico que afirma mediante su práctica, que el arte “es
ingenuamente bueno”, obviando que el arte puede ser una herramienta feraz y critica
que desmonte la verticalidad social, entre otras formas de injusticia. Es por
esa razón, que dotar a la práctica artística de este halo color pastel inocente
y cándido, desarticula su importancia y
surgen formas de practicarlo “terapéuticas” que no ahondan más allá y que
apoyan el quehacer del artista como un ser “iluminador de verdades”. Quizás, lo
que deberíamos hacer, es pensar el arte como un espacio de posibilidad, con el
objetivo de establecer autonomía social en relación a sus prácticas, sin que
requieran de legitimidad institucional y dependencia al Estado... Pensar las
prácticas artísticas en toda su complejidad y amplitud, es una tarea que
transformaría la sociedad en relación al “Padre Estado” y entender los aparatos
burocráticos de los que dependemos para el desarrollo cultural, como mecánica
al servicio de las necesidades sociales.
-¿Incluso es una especie de palanca social para transformar a la
sociedad?
-Afortunadamente, hay muchos y
muchas artistas que demuestran con su práctica que el arte es capaz de colarse
en las grietas del sistema con de objetivo de cuestionarlo y evidenciar su
clasismo gobernado como aparatos de Estado. Así pues, hay centenares de
ejemplos que pueden servir para exponer problemáticas en relación al quehacer
del arte y la cultura, como los trabajos de Wilfredo Prieto, Núria Güell,
Eugenio Merino o Tania Bruguera entre otros/as. Lo más interesante de estas
prácticas, es que son desarrolladas des del campo del arte como espacio de
posibilidad y libertad de desarrollo, quizás aclamado por esa ingenuidad y
falta de importancia. Sin embargo, hemos de pensar cómo estas prácticas se
“presentan” desde los medios de comunicación, que tienden a “espectacularizar” los trabajos, ridiculizándolos
frecuentemente.
-¿Debe
el arte saber captar lo que “se precisa”, “se demanda”, se reivindica”...?
-Si la práctica artística fuera
planteada y desarrollada como herramienta de pensamiento crítico, ajeándolo la
tarea narcisista que a menudo cumple, desempeñaría en sí mismo la labor que “se
precisa”, “se demanda” o “se reivindica” de forma individual o colectiva. Sin
embargo, cabe apuntar que no siempre es necesario pensar la práctica como una
práctica de colectivización, ya que si el arte como practica nos ayuda a
“resolver” cuestiones individuales, como por ejemplo entendernos como sujetos,
puede servirnos como espacio personal o incluso “beneficioso”, adjetivo que
hemos de plantear con mucha prudencia ya que a menudo ubica al o el artista en una posición moral “superior” que
pretende “salvar con heroicidad” a un colectivo que quizás no requiera de su
práctica, sino de otro tipo de necesidades que ni siquiera son planteadas
generalmente como arte… Estas formas de hacer como síntoma, devienen herencia
de la idea romántica del artista “tocado por los dioses” que “iluminará” con su
práctica a una humanidad que supuestamente debe educarse cuando a quienes deben
educarse, son a “los de arriba” en nociones de empatía, amor, generosidad y
horizontalidad social.
-¿Cómo
debe hacerlo?
-Planteado la práctica artística
y cultural desde la humildad, la horizontalidad y como forma de aprendizaje
multilateral, sin barreras ni jerarquías. De esta manera, cuando eso a lo que
llamamos “artista” piensa o plantea un proyecto, debe seguir las necesidades
del propio trabajo, dejando que éste lo gobierne y lo guíe hacia el lugar
adecuado sin considerar las mecánicas propias de un sistema capital que
desactivan sus objetivos culturales.
-A
veces el arte también puede servir para “reconciliarnos” con la sociedad y también
para resguardarnos de ella...pero siempre para eso debe ser arte útil ,¿no?
-El término “utilidad” es
abstracto que deviene signo dentro de un paisaje de signos que considerados
como dogma. Es revelador que las formas de representación como espacio de
negociaciones nacidos a partir de la Modernidad, donde eso que debe ser útil ha
de servir para “algo” y ese algo debe ser útil desde una perspectiva escueta de
su definición, ha de ponerse en crisis considerando nuestra historia y eso que
nos conforma como sociedad y como sujetos individuales. El arte o la cultura,
puede servir para “reconciliarnos” como sociedad y como individuos, pero antes
de buscar los mecanismos de reconciliación, debemos entender porqué necesitamos
esa reconciliación y como se ha constituido tan acontecimiento que ha adquirido
forma de enfrentamiento. No obstante, hasta que no percibamos el arte como un
mecanismo o herramienta que es capaz de transformar nuestros paradigmas y lo
desposeamos de esa aura de ingenuidad implantada para desactivarlo que ha hecho
considerar las prácticas artísticas como formas de hacer “bondadosas”, no
empezaremos a cambiar nuestra mirada.
-¿Hasta qué punto los
políticos crees que está bien, regular o es abusivo el uso que hacen
del arte...?
-Existe una clara censura sobre
eso que debemos hacer o decir desde la práctica artística. Existen,
desafortunadamente, centenares de ejemplos, desde trabajos que ponen en duda la
legitimidad monárquica o la continuidad, normalizada, de la dictadura fascista
tras su ocupación militar en 1936. Estos trabajos, que enuncian una potencia
que no es subestimada, ya que si así fuera no padecerían censura, contienen la
fuerza de transformar la realidad. Así pues, con su censura, no solo es
minimizada la capacidad crítica de lectura de los y las espectadores/as, sino
que nuevamente, el “Padre Estado”, intenta proteger a la ciudadanía de una
violencia ejercida por el mismo con un único lenguaje: la ocultación y por
tanto, la prohibición. El Estado, que debería velar por la práctica artística y
su la libertad, acaba por convertirse en un filtro capitalista que tiene el
“deber” de proteger y generar plusvalía económica o simbólica con trabajos
artísticos que apoya, afirmando su propio relato hegemónico que continua
perpetuando una estructura oligárquica.
-Si
el artista está agradecido,¿ puede hacer siempre
arte—en cualquiera de sus expresiones—congratulado con el poder político que es
quien lo exhibe?
-Esos, normalmente hombre
heterosexuales y blancos, que son etiquetados como artistas y que sirven al
Estado realizando retratos para la absurda monarquía, entre otras formas, son
“artesanos” (sin infravalorar la práctica) que dominan disciplinas que en algún
momento de la prefabricada historia del arte, sirvieron para establecer eso que
era considerado como “arte”. Sin embargo, después de la llamada Revolución
Industrial, donde las máquinas empiezan a dominar más la técnica que la mano
humana, el arte empezó a tener otro papel más allá de dominar unas disciplinas
que habitualmente encorsetan y constriñen la práctica, la experimentación y la
abertura de posibilidades. Es por esa razón que dominar una técnica o la
creación o práctica artística, no debería pasar por la disciplina como forma de
creación, y es por esa razón que como autor me autodetermino
anti-disciplinar las disciplinas, a menudo, establecen la posibilidad de
ejecución en relación a la capacidad o privilegio económico que ese o esa que
las desarrolla.
-Enlazando
con la pregunta anterior, ¿estaremos entonces en el terreno artístico y del
arte....teniendo por un lado, a artistas que trabajan para hacer la obra y se
exprimen para darla a conocer, como casi proletarios y otros que como ya estén
con la garantía de que se lo van a exponer, publicar....pues estén en la rueda
de “cierto clientelismo”....?
-Antes de contestar a la
cuestión, me gustaría apuntar que creo firmemente como dijo Beuys,
que toda persona “es artista” y que el arte, como dijo mi codirector de tesis Octavi Comerón, “quizás no tiene porque
ser para todo el mundo” en relación a que no ha de forzarse su democratización
como mecánica populista, ni forzar a que el público considere esta práctica
como un herramienta esencial capaz de “salvar y liberar a la humanidad”, ya que
podría ser prepotente, ingenuo y jerarquizador en
tanto a otros saberes. Desde este prisma y para responder a la cuestión,
consideraremos aquí como “artistas” a todas esas personas que afirmándose en
dicho adjetivo, realizan trabajos que consideran prácticas artísticas desde la
definición más generalizada del término. Así pues, y considerando que la
práctica artística debe pasar por la mecánica laboral para legitimarse (no
estoy seguro si debe pasar por ella pero seguiremos con dicha lógica a partir
de la definición presentada en el inicio de esta cuestión), no creo que haya
diferenciación entre artistas que trabajan para generar una “obra” como
proletarios y otros que tienden a ser clientelares porque ambos tipos,
requieren de público para que su trabajo exista como tal y ahí, personalmente,
creo que radica la cuestión: en desear ser mirado para suplir el ego
existencialista. Partiendo de esta premisa, deberíamos plantear la práctica
artística como forma de mirar, de existir, como lógica que ayuda a desarrollar
nuestra forma de practicarnos individualmente y colectivamente, de pensarnos
críticamente cuestionando todo eso que nos es dado y como instrumento de
libertad. Es por ese motivo que todas esas “artes”, como por ejemplo las
llamadas escénicas que requieren de público y escenario (y entrecomillo el
término no por jerarquizar qué es mas o qué es menos,
sino por ser etiquetadas como formas de hacer que conllevan una herencia por
ser vistas y consumidas y por tanto, desde una perspectiva de ocio), suelen
tender a utilizar el término desde un narcisismo exasperante y a menudo
insultante, persistiendo en la idea de ser mirado mientras se desarrolla una
práctica con y desde la excelencia antidemocrática, y si se plantea
“democráticamente, suelen tender a “utilizar” un público orquestado como
instrumento de una propuesta que es etiquetada como “trabajo colectivo”.
-¿Así
habrá un arte por encima de otro?—porque se incentive más uno sobre
otro—
-No creo que ni yo ni nadie deba
considerar “qué es mas” o “qué es menos” arte… De hecho creo que el término
debería reestructurarse tanto que incluso, debería plantearse como una práctica
anticapitalista, antirracista, anticlasista, antigénero o antinstitucional…
Sin embargo, y planteado la cuestión desde el escenario actual, el “arte” que
más codiciado está por el capitalismo o el sistema, es ese que es capaz de
cumplir con las expectativas propias de entenderlo como una práctica espectacularizadora e ingenua… No se trata de negar
disciplinas pues en teatro, por ejemplo, hay trabajos brillantes que cumplieron
o cumplen necesidades sociales en tanto a público, como La Barraca entre otros.
Se trata más bien de comprender la práctica como una visión capaz de
posibilitarnos otros escenarios no impuestos que impliquen la negociación con
“la realidad” impositiva y considerarlo sin etiquetas porque éstas, son las que
determinan la clasificación, el juicio y los entes inalcanzables de la cultura
que tienden a ser clasistas.
-Bien,
el consumidor/a; la ciudadana/o debe de saber también qué lee, mira, contempla,
consume...
-Y sobretodo el o la que piense sobre eso que ve, entendiendo toda su
complejidad en una mecánica que posibilita que eso que es visto es afirmado.
-Aquí , ¿qué papel juegan los medios de comunicación e
incluso los críticos?
-Los medios de comunicación han
dejado de comunicar para convertirse en empresas que requieren de consumidores
en pro de su visibilidad y supervivencia. Cada click
o cada titular ha de atrapar a ese que debe consumirlo y por tanto, tiende a espectacularizar los titulares que a menudo, nada tienen
que ver con el contenido… Los medios de comunicación idiotizan a esos que los
consumen y a los que se les ha negado la capacidad de verlos críticamente y que
siguen pensándolos como verdades o dogmas tal y como lo hicieron generaciones
anteriores con afirmaciones como “lo han dicho en la tele”. Sin embargo,
generaciones posteriores que aprendieron
sobre la manipulación mediática como un arma ideológica, creo
humildemente que han tenido a ser manipulados por otros canales que han
limpiado la imagen del mensajero, cambiando su traje y corbata por un chándal…
No obstante, la lógica sigue siendo la misma: empresas como instituciones que
aparentemente “permiten” la democratización comunicativa en pro de la libertad
de prensa y de expresión y que nos dicen eso que deseamos escuchar para paliar
un nihilismo constante como resultado de no comprendernos como sujetos ni
sociedad.
-Si
tenemos tanto arte en la calle, entre nosotros, en comunidad... ¿podemos hacernos una idea del “estado general del arte”;
-Las formas de arte que
desarrolladas en la calle suelen ser maravillosas desde una perspectiva social
y fuera de las prácticas culturales legitimadas porque son “puras” desde una
perspectiva de cumplir una función colectiva. Sin embargo cabe decir, también,
cómo el capitalismo se ha adueñado de ciertas prácticas que hasta hace pocos
años eran consideras como prácticas de delincuencia para “ensalzarlas” como
prácticas artísticas o incluso utilizarlas para ocultar otras necesidades en
pro de la esteticidad de la disciplina. Un ejemplo que considero paradigmático
y que en el libro abordo, es el llamado “Street art”
como forma de limpiar barrios como lo hacen, entre otros lugares, en las
favelas brasileiras. Los murales en las ciudades han sido usados para limpiar o
estetizar la deplorable situación de muchos de ellos
y en el caso de las zona rurales, para “activarlas” y llenarlas de visitantes
(¿por qué debe llenarse un entorno rural de personas?). Todas esas prácticas
que voluntariamente se resisten a ser fagocitadas en pro de la amplitud de un
público para que sobrevivan, son las que realmente considero que deben
continuar, nacer y morir si lo precisan, siempre y cuando sean entendidas y
prácticas como una herramienta de ayuda mutua.
-¿En
el espacio público hay más arte útil o arte (in)útil? --o esta pregunta es más
bien subjetiva...--
-El espacio público es un
escenario destacable para entender cómo se construye la legitimidad, la
oficialidad y la concepción de cultura nacional. Desde y con monumentos que
glorifican un pasado que supuestamente debemos recordar, con personajes
ilustres que dignifican nuestra nacionalidad hasta escenas ejemplificadoras,
el espacio público nunca perteneció a la sociedad ya que está regido por normas
que sacrifican nuestra libertad en nombre de la paz. Las esculturas o
monumentos de “rotonda” contemporáneos que tienen nombre de hombre como Botero,
Plensa, Brossa, Miró o Subirachs y que en este caso sirvieron para reconstruir una
identidad nacional catalana que fue perseguida durante la dictadura fascista en
nombre de la unidad de España y del relato único, cumplen el papel “decorativo”
en ciudades que han de “demostrar” el apoyo a la cultura que
evidentemente, es turbio por su poca
transparencia. Hacer una revisión del uso del espacio público y el simbolismo
de los monumentos o esculturas con los que convivimos, es una tarea pendiente
que como sector debemos abordar porque imponen relatos que no se han decidido
de forma plural, que no nos representan y que sobretodo, han sido financiados
con dinero público que nadie decidió qué hacer con ellos.
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