La
Librería de El Sueño Igualitario
Un
magnífico libro, recopilatorio de discursos históricos, que nos llegan gracias
al “mimo” y la supervisión de Antonio Riovera.
Lo que nos
dice del libro, la editorial Los Libros de La Catarata:
De Zhöu Göngdàn a Galileo, de Burke a Evo Morales, de Lord Byron a Angela
Merkel… 130 oradores toman la palabra. Las voces aquí
reunidas de políticos profesionales y dirigentes, también ciudadanos,
científicos y escritores dan buena cuenta de la variedad retórica y argumental
de los discursos políticos y de su influencia cambiante sobre la vida pública.
Si en los siglos XIX y XX vive su apogeo gracias a la extensión de la imprenta
y la prensa y la aparición de un amplio público lector, en nuestras
audiovisuales culturas masivas y mediáticas, la figura del elocuente orador ha
sido desplazada por la del eficaz comunicador; el discurso político y la
verbalización de argumentos más o menos complejos ha dado paso a nuevas y
simplificadas formas de comunicación, basadas en la preeminencia publicitaria
de la imagen y del carácter telegráfico e inmediato del mensaje político: así
el tuit, el canutazo televisivo o la consigna
mediática. Sin ceñirse exclusivamente a nuestra contemporaneidad y a nuestro
mundo occidental, su editor, Antonio Rivera, ha compilado una completa y
representativa selección de discursos –muchos vertidos por vez primera al
castellano–, procedentes de todas las épocas y latitudes,
con la voluntad de conformar e ilustrar, al hilo de los grandes temas y
acontecimientos, no solo una historia del discurso político, sino “una historia
del mundo”. Discursos improvisados o pensados, leídos brillantemente o a duras
penas, escritos por sus oradores o por talentosos “negros” y pronunciados ante
una multitud organizada o espontánea, ante políticos en un debate
parlamentario, ante un juez, ante periodistas frente a una cámara de televisión
o un micrófono de radio, en un acto fúnebre o conmemorativo, etc., muestran la
heterogeneidad de voces y escenarios que componen esta antología, en la que los
interesados en la filosofía, la política, la historia o la evolución del
pensamiento encontrarán una fuente inmejorable.
El
editor, Antonio Rivera:
Catedrático
de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco. Autor y coautor de
diversos libros sobre la historia social y política de España y el País Vasco,
en concreto sobre nacionalismo, movimientos sociales e izquierda obrera. Entre
sus últimas publicaciones se encuentran Profetas del pasado: las derechas en
Álava (con Santi de Pablo; Ikusager, 2014) y Señas de identidad: el País Vasco visto
por la izquierda histórica (Biblioteca Nueva, 2008). Asimismo, la
edición de Movimientos sociales de la España contemporánea (Abada,
2008), Violencia política. Historia,
memoria y víctimas (con
C. Carnicero; Maia, 2010), El
franquismo en Álava: dictadura y desarrollismo (2009)
y Horacio
Prieto, mi padre (de
César M. Lorenzo; Ikusager, 2015).
Esta
entrevista, reciente, está muy bien que nos acompañe:
http://www.eldiario.es/politica/acostumbrando-tipo-conocimiento-epidermico-encima_0_509899237.html
Cazarabet
conversa con Antonio Rivera:
-Antonio, amigo. Pensar, escoger y
localizar discursos para realizar una antología no es para nada sencillo. ¿Cómo
lo has conseguido?
-No lo es, ciertamente, y por varias
razones. La primera, que hay que tener una intención bien clara que conduzca la
selección y que le otorgue una cierta dimensión de “obra de autor”. De lo
contrario, acabas recolectando los discursos clásicos que aparecen en cualquier
antología. Es un asunto no sencillo porque ha de ser un objeto tanto
instrumental -¿para qué hacer y publicar esa selección?- como susceptible de
articular un relato por debajo de los mismos discursos. En mi caso elegí el
hacer una historia del mundo a través de los discursos.
Luego está la propia operativa de
localizar discursos, conseguir una versión buena –Internet está llena de
trampas, de discursos apócrifos que nunca se pronunciaron o de versiones
retocadas-, seleccionar los fragmentos suficientes como para no perder el
sentido y la tensión de la oración ni tampoco hacerla tediosa por larga,
traducir adecuadamente el original al castellano e introducir cada texto con un
pequeño apunte que, más que contextualizarlo históricamente, señale el detalle
que particularmente me ha interesado para llevarlo a la antología. Entre medio
tenemos que informarnos sobre ese contexto histórico, los personajes, las
repercusiones del discurso y un largo etcétera que hace que cada uno de esos
ciento treinta sean otras tantas incursiones en pedazos de historia. Vamos, una
manera formidable de poner a prueba tus conocimientos de historia universal y
de rellenar los muchos huecos de ignorancia sobre la misma.
-¿En
base a qué factores has realizado esa selección?
-El secreto ha estado en ir del proceso
histórico al discurso, y no al revés. Me explico. Seleccioné una cantidad de
procesos y hechos históricos que en una sucesión cronológica podrían conducir
una lectura de la historia del mundo. Por ejemplo, la guerra como forma de vida
en el Medievo, el feudalismo, el absolutismo monárquico, la emergencia del
parlamento en la Inglaterra de finales del siglo XVII, la revolución industrial
y sus víctimas, el colonialismo, las revoluciones liberales, los nacionalismos
decimonónicos, los socialismos, la Inglaterra victoriana, el tobogán hacia la
primera gran guerra, la revolución rusa, los fascismos, el New Deal, el estalinismo, la guerra fría,
la descolonización y la emergencia del Tercer Mundo, el mayo del 68, la
aparición progresiva de la mujer como sujeto social, la “revolución
conservadora”, la lucha contra las guerras y un largo etcétera. De cada uno de
esos grandes temas busco un personaje, un momento y un discurso que lo pueda
ilustrar. Así consigues que tu función de editor no se quede en recopilador,
sino que todo el trabajo de selección, recorte y clasificación de los textos
adquiera una lógica y te conviertas en autor de una historia; solo que en ella
son los otros los que hablan por ti. Las pequeñas entradillas no hacen sino
redirigir cada discurso hacia la lógica explicativa de la historia que pretendo
mantener en las casi quinientas páginas del libro.
-Abarcas
un tiempo cronológico muy ancho y esto le da una riqueza enorme al libro y a lo
que creo pretendes. ¿Lo tenías pensado y asumido así desde un principio?
-La editorial (Los Libros de la Catarata)
“impuso” unas exigencias comerciales que me vinieron muy bien: tenía que ser
universal en territorio y tiempo, tenía que haber americanos porque allí hay
también buen mercado, tenía que haber mujeres hablando, tenían que estar los de
arriba y los de abajo… Yo luego seguí y traté de que no faltara ningún
continente ni ningún tiempo ni ninguna temática. Es algo imposible, pero solo
intentándolo se llega a cubrir en buena medida. Sobre esa base lo que tenía
delante era una invitación a hacer una historia universal. Luego, lógicamente,
la propia naturaleza del discurso y la ignorancia del editor juegan sus bazas:
tenemos muchos más registrados de los tiempos recientes que de los antiguos,
muchos más de nuestro mundo occidental que de otros, y sé personalmente más
cosas de esos tiempos y espacios que, por ejemplo, de la China de los Ming. En
resumen, parece una sesuda, erudita y completa historia del mundo, pero en
realidad se puede apreciar, por lo que hay y lo que no, en qué temas me manejo
y de qué temas es tarea casi imposible localizar un discurso con garantías de
que alguna vez se pronunció y de que lo hizo como lo trasladamos aquí. Pero,
insisto, con un empeño muy ambicioso se llega a una apariencia muy lograda.
-Yo
todavía estoy con la lectura y la disfruto mucho porque hoy leo a estos, mañana
a aquellos y vuelvo sobre unos y otros… Es un libro muy ágil y dinámico. Pero,
cuéntanos, ¿cómo fue la elaboración del mismo… tan apasionante?
-Sí lo ha sido. Apasionante y divertida,
casi más que laboriosa, que también (pero se nota menos cuando lo anteceden las
otras dos situaciones). Todavía todo no está en Internet, pero sí muchas cosas.
Una vez elegidos los temas a buscar me sumergí en la red y en la biblioteca,
dejándome llevar, pero buscando; nada de perderme ni perder el tiempo. La
verdad que tropiezas con muchas cosas que ni sabías que existían. Discursos de
personajes que son tan buenos o mejores que los que se tienen por
característicos de su papel histórico. Margaret Thatcher
en el acto fúnebre de su amigo de combate desvela la convicción de aquellos
jóvenes por imponer su discurso ultraliberal en un
partido conservador ganado entonces para la causa socialdemócrata del reparto
relativo de la riqueza capitalista. O Sarkozy poniendo voz al discurso de su
“negro”, extraordinario, que convierte en reaccionarios a los herederos del
mayo francés y en progresistas a los conservadores como él. Una joya argumental
y dialéctica. Muchos, como digo, te los tropiezas en Internet o en las
estanterías de los libros. De otros habías oído hablar, alguna vez los habías
manejado en clase, tenías alguna noticia, sabías de una frase famosa y tiras
del hilo hasta encontrar toda una oración. A veces pierdes los días buscando
algo sin éxito y otras veces sale a la primera. Otro tanto digo luego de
informarse para poder decir en una docena de líneas introductorias algo
sugerente para el lector y que “acomode” el discurso al trazo fuerte
explicativo que tú pretendes para toda la obra. Una operación muy costosa,
tanto una como otra, pero llena de sorpresas. Además, te das cuenta de que
estás aprendiendo como nunca en tu vida. Al final eso genera un entusiasmo que
se traslada también al lector y que logra imponerse al hecho objetivo de que,
mayormente, las antologías suelen ser bastante planas y tediosas.
-¿No
llega uno a agobiarse un poco ante tanta magnitud de discursos, nombres y
textos? Porque seguro que querías publicar más de lo que se te permite, ¿no?
-Claro, pero otra vez aparece ahí la
sensatez “comercial” de la editorial que te pone límites cabales: tantas
páginas para tal día. Cuando te metes en el lío, el agobio desaparece porque tú
vas partido a partido, discurso a discurso. Cada uno lo vas haciendo poco a
poco y en solitario. Eso no agobia. Pero sí cuando te vas acercando a la
centena y te habías marcado de límite unos ciento veinte o ciento treinta.
Entonces empiezas a ver que te faltan mujeres, liberales, partidarios del
colonialismo, aborígenes hablando, líderes nacionalistas europeos del XIX,
algún dirigente de Australasia…; te das cuenta de que tienes casi vacío o
abandonado el siglo XVII o que no hay nada de iglesias distintas de la de Roma…
Entonces sí que hay agobio, pero estarás conmigo en que es un agobio tan
insólito por la razón por la que se produce que hasta provoca algo de
divertimento. En ese momento aparece la voz de la editorial –y aquí mi gran
musa fue Carmen, al otro lado de la línea, una ayuda formidable- que dice:
“Antonio: salimos para la feria del libro. Termina en diez días”. Y entonces el
agobio no lo produce tanto personaje histórico hablando sino tu capacidad para
resolver en diez días lo que antes habías tardado en componer tres meses.
-Una cosa es leer un discurso y otra
poderlo escuchar o ver. Hoy en día hay medios para registrar e inmortalizar una
oración “en tres dimensiones”. El lenguaje verbal y el no verbal van de la
mano…
-Sí, pero solo tenemos registros
audiovisuales del siglo XX para aquí. El discurso de Christabel
Pankhurst al salir de la cárcel de mujeres en 1908 es
uno de los primeros de los que se conserva audio. Luego ya, desde los años
treinta de esa centuria, tenemos también imágenes en movimiento. En estos casos
he puesto, a la vez que la fuente, la referencia para escuchar y ver el
discurso. Y sí, gana más viéndolo y escuchándolo que solo leyéndolo. Además
encuentras cosas divertidas como que esos registros audiovisuales también se
recortan y maquillan para que digan lo que se pretende de ellos, igual que se
hacía desde siempre con los registros escritos. Es sorprendente lo difícil que
es encontrar una versión “oficial” del discurso de Perón en 1945 que le
catapulta al poder: sus herederos políticos se aplicaron en hacer desaparecer
para la posteridad pasajes incómodos de esa grabación. Luego, claro, no es lo
mismo ver y oír la gracia de Obama que la parquedad
de la Merkel, aunque su mensaje de navidad
televisado, con el que se cierra el libro, sea también formidable.
-Quizás
me lo ha parecido y esté equivocada, pero me da como si argumentases que hoy la
gente está más por “lo fácil”, por la proclama vacía y directa, y poco más. No
sé si estoy muy de acuerdo porque, personalmente, a mí me gusta que me
expliquen de manera pormenorizada las cosas, que se sea claro, directo y
sincero… Y un discurso debe perseguir esto, llegar a las personas, contarles y
explicarles las cosas, y a la vez levantarles por la emoción… ¿Crees que la
gente quiere solo una frase o queremos más?
-No, no, estoy contigo. El buen discurso
es un relato amplio y profundo que explica cuál es la situación desde la perspectiva
de quien habla y qué propone para que esta cambie y mejore. Lo que pasa es que
ahora eso no se hace y todo ha sido sustituido por un ritual de pura banalidad:
tomas de posición de los partidos, “argumentarios”
diarios para que todo el mundo repita como un loro lo que mandan desde algún
recóndito lugar donde habita el poder, frases que se pretenden ingeniosas y que
se reiteran como hallazgos pero que no dicen nada una vez agotada la
ocurrencia, oraciones de veinte segundos preparadas para ser soltadas y que las
recoja la tele cuando se ilumina el chivato en un mitin, corte ocurrente en una
larga oración que no aporta nada al conjunto de la explicación… Se podría
seguir. Pienso que no hay peores políticos que antaño. Lo que ocurre es que,
como dijo el clásico, “el medio es el mensaje”. En ese sentido, hay demasiados
políticos (de segunda) y demasiados medios de comunicación (necesitados de
minutos y centímetros). De esa manera no hay tiempo para lo que tú pides –y yo
también: ese discurso pausado, igual hasta largo, riguroso, culto, que me
proponga un relato interpretativo de la realidad. ¿Qué medio lo va a
reproducir? Ninguno. Luego todo el mundo se somete al canutazo televisivo, a ser el más guay en las variantes de Internet
o a comunicar la cosa más grave, ¡desde una presidencia de un gobierno!,
mediante un tuit de menos de ciento cuarenta
caracteres. El pensamiento complejo desaparece, pero ya sabemos –lo dijo Vattimo- que el “pensamiento débil” es inherente a la
sociedad postmoderna. Es lo que tenemos. Por eso este libro es hasta cierto
punto “arqueológico”. Pero no desesperemos: un tercio de mi selección de ciento
treinta discursos es de personajes que todavía bien, contemporáneos nuestros.
-Dices
bien: hay discursos bellos, escritos exquisitamente, tanto de antaño como
actuales. Y es que ha habido muy buenos oradores en muchos campos. Pero también
es cierto que detrás de algunos de ellos hay “negros” pensando antes que el
orador. ¿No es así?
-Sí, la figura actual del “negro” es
clave. Antaño el político se fabricaba el discurso en su cabeza. Algunos
pronunciaban varios al día. También escribían largos artículos en la prensa.
Eran tipos entregados al mensaje en sus diferentes formatos y, sobre todo, a
los que cabía en la cabeza una “idea del país”. Pensemos en gentes como Azaña,
Bolívar, Churchill… Ahora la política se ha especializado más y casi solo el
dirigente máximo tiene esa idea completa de la situación; el resto la tienen
parcial, porque solo les dejan jugar en una liga parcial, ya sea en términos
territoriales o de coyuntura. Así que el gran jefe tiene a su servicio expertos
que le aconsejan y comentan la jugada política a cada momento, le apuntan
posibles estrategias, y también le escriben las bases (o el completo) de los
discursos. Esos “negros” son intelectuales, bien formados, que tienen la suerte
de tener en la cabeza también esa “idea del país”, aunque no están sometidos a
la misma presión que sus jefes y por eso piensan de manera más brillante. En
realidad se trata de un reparto de papeles. No hay por qué pensar que el
dirigente es un papagayo que se limita a repetir lo que otros le han escrito.
Hay mucho más que todo eso.
-No
te voy a decir que me escojas autores de discursos, ni tu selección de “los
mejores”, pero, mirando el conjunto de la historia, ¿qué período crees que
estuvo más necesitado del discurso?, ¿qué momentos fueron más prolíficos en
esto de los discursos?
-No creo que haya unos momentos más
propicios que otros. Solo han cambiado las circunstancias. Me explico. En las
sociedades clásicas el poder estaba muy concentrado y la política era cosa de
pocos. Más que discursos había pronunciamientos ante la corte correspondiente.
Cuando surge la masa social invadiéndolo todo y adquiriendo poder –piénsese en
el sufragio universal- se hace preciso un discurso también de masas,
generalista, que atienda al corazón más que a la cabeza, difundido a través de
medios de masas como el mitin o los diarios o luego la radio y la televisión.
Cambian los medios y el escenario del juego. Siempre se necesita dar una
explicación. Los sacerdotes de las religiones se han pasado toda la vida en
ello, pero jugando con el privilegio del monopolio de la verdad. La sociedad
moderna cuestiona que haya solo una verdad y abre paso a la competencia de
propuestas. Es el momento de la política y del discurso como instrumento para
convencer a una masa que directa o indirectamente posee el poder. Como ves, la
necesidad siempre ha sido la misma; solo han cambiado las condiciones de la
sociedad porque el discurso, el público político o el privado, es un
instrumento para conseguir algo, colectiva o personalmente.
-¿Cómo
ves el discurso hoy en día? A veces asociamos demasiado rápido y fácilmente el
discurso con la política, pero hay muchos más campos detrás del discurso, ¿no?
-Claro. Empiezo diciendo que el
discurso político no es monopolio del político profesional, sino que muchos
otros ciudadanos –intelectuales, artistas, científicos, literatos…- han dicho
cosas muy políticas, de gran contenido. Hoy el discurso político está en
retroceso, como decía antes, porque la revolución de los medios de comunicación
fuerza un tipo de lenguaje más banal, rápido, menos pensado, atendiendo a
varias cosas y a ninguna a un tiempo, más de pose que de convicción, más de
marca que de profundidad. Más que ideas fuerza hay ideas sueltas. Son malos
tiempos para el pensamiento fuerte y magníficos para
la ocurrencia. Una realidad acelerada devora a toda velocidad propuestas, ideas
y personajes. Todo es de usar y tirar; todo lo que es sólido se desvanece en el
aire, como dijo el barbudo. En este mundo, tener cuatro convicciones sólidas,
bien fundadas, es esencial para movernos por él con seguridad. Cuando todo es
volátil, tú tienes que proporcionarte esa seguridad. Por eso leer a estos personajes
puede contribuir a forjar una manera más sólida de pasar por la vida, aunque
solo sea por ver cómo algunos dejaron bien sentado que estaban convencidos de
que su vida estaba sirviendo para algo.
-Se nos ha ido larga esta conversa, amigo Antonio.
Antes de terminar, danos una pista de con qué te metes ahora.
-Hace años que descubrí a un
personaje curioso. Se llama Óscar Pérez Solís. Fue el primer español en la Komintern (Internacional Comunista de los
tiempos originales de Lenin) y terminó sus días en la Falange y recibiendo el
premio “Francisco Franco” a la mejor pieza periodística. Entre medias recorrió
en funciones dirigentes todo tipo de ideologías, desde el anarquismo al
fascismo, pasando por el socialismo o el catolicismo, además del comunismo.
Tengo un par de baldas con todos sus escritos y rastros vitales esperando unos
meses por delante sin demasiado ajetreo como para rematar su biografía. No va a
ser fácil, pero debiera resolverla ya y dejar en paz al individuo.
23177
Antología del
discurso político.
Antonio Rivera (ed.)
448 páginas 16 x 24 cms.
23,00 euros
La Catarata
De Zhöu
Göngdàn a Galileo, de Burke
a Evo Morales, de Lord Byron a Angela Merkel… 130 oradores toman la palabra. Las voces aquí
reunidas de políticos profesionales y dirigentes, también ciudadanos,
científicos y escritores dan buena cuenta de la variedad retórica y argumental
de los discursos políticos y de su influencia cambiante sobre la vida pública.
Si en los siglos XIX y XX vive su apogeo gracias a la extensión de la imprenta
y la prensa y la aparición de un amplio público lector, en nuestras
audiovisuales culturas masivas y mediáticas, la figura del elocuente orador ha
sido desplazada por la del eficaz comunicador; el discurso político y la
verbalización de argumentos más o menos complejos ha dado paso a nuevas y
simplificadas formas de comunicación, basadas en la preeminencia publicitaria
de la imagen y del carácter telegráfico e inmediato del mensaje político: así
el tuit, el canutazo televisivo o la consigna
mediática. Sin ceñirse exclusivamente a nuestra contemporaneidad y a nuestro
mundo occidental, su editor, Antonio Rivera, ha compilado una completa y
representativa selección de discursos –muchos vertidos por vez primera al
castellano–, procedentes de todas las épocas y latitudes, con la voluntad de
conformar e ilustrar, al hilo de los grandes temas y acontecimientos, no solo
una historia del discurso político, sino “una historia del mundo”. Discursos
improvisados o pensados, leídos brillantemente o a duras penas, escritos por
sus oradores o por talentosos “negros” y pronunciados ante una multitud
organizada o espontánea, ante políticos en un debate parlamentario, ante un
juez, ante periodistas frente a una cámara de televisión o un micrófono de
radio, en un acto fúnebre o conmemorativo, etc., muestran la heterogeneidad de
voces y escenarios que componen esta antología, en la que los interesados en la
filosofía, la política, la historia o la evolución del pensamiento encontrarán
una fuente inmejorable.
Antonio Rivera
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco. Autor y
coautor de diversos libros sobre la historia social y política de España y el
País Vasco, en concreto sobre nacionalismo, movimientos sociales e izquierda
obrera. Entre sus últimas publicaciones se encuentran Profetas del pasado:
las derechas en Álava (con Santi de Pablo; Ikusager,
2014) y Señas de identidad: el País Vasco visto por la izquierda histórica
(Biblioteca Nueva, 2008). Asimismo, la edición de Movimientos sociales de la
España contemporánea (Abada, 2008), Violencia política. Historia,
memoria y víctimas (con C. Carnicero; Maia,
2010), El franquismo en Álava: dictadura y desarrollismo (2009) y Horacio
Prieto, mi padre (de César M. Lorenzo; Ikusager,
2015).
RELACIÓN DE DISCURSOS
Zhöu Göngdàn. El
mandato del cielo, 17
Tucídides. El único derecho válido es el del
poder, 20
Demóstenes. La palabra al servicio de la comunidad, 23
Tácito. Arenga de Calgaco a
los pictos, 25
Urbano II. El Señor os designa como heraldos de
Cristo, 28
Bertrand de Born. Me agrada
el alegre tiempo de Pascua, 32
Peter de la Mare. Los Comunes demandan una auditoría
de las cuentas, 34
John Ball. Cuando Adán
trabajaba la tierra, ¿quién era entonces caballero?, 36
Constantino XI. Llegó el momento de nuestro triunfo o
de nuestra última hora, 38
Fray Antón Montesino. Primer sermón en defensa de los
indios, 40
Hernán Cortés. Pocos somos, pero la unión multiplica
los ejércitos, 42
Martín Lutero. Mi conciencia está cautiva de la
palabra de Dios, 44
Carlos V. Discurso de abdicación, 47
Galileo Galilei. Retractación, 50
Luis XIV. La escena del teatro cambia, 52
Guillermo III. Una monarquía controlada, 53
Patrick Henry. Dadme libertad o dadme muerte, 55
Edmund Burke. La
ley y el poder arbitrario son eternos enemigos, 58
George Washington. Dios y Constitución, 62
Antoine Barnave. Ya
es hora de terminar la revolución, 65
Claire Lacombe. La
‘sans-culotte’ feminista, 67
Louise-Antoine
Saint-Just. No se
puede reinar inocentemente, 69
Maximilien Robespierre.
Sobre los principios del Gobierno revolucionario, 72
Napoleón Bonaparte. Todos los pueblos envidian vuestro
destino, 75
Lord (George Gordon) Byron. En defensa de los luditas, 77
Simón Bolívar. Discurso de Angostura, 81
James Monroe. América para los americanos, 86
Noah Sealth (Si’ahl o Jefe Seattle). Tribus siguen a tribus y naciones a naciones, 89
Karl Marx. El proletariado ejecutará la sentencia de
la historia, 94
Camilo Benso Conde de Cavour. Iglesia libre en el Estado libre, 97
John Stuart Mill. Acceso de
la mujer al derecho a voto, 99
Abraham Lincoln. El Gobierno del pueblo, por el pueblo
y para el pueblo, 105
Pedro Egaña. Religión,
historia y armadura, 107
Mikhail Bakunin. Marx
quedará muy descontento, 109
Emilio Castelar. Abolición (inmediata) de la
esclavitud, 114
Benjamin Disraeli.
Las esencias de la Inglaterra victoriana, 118
Susan B. Anthony. ¿Son personas las
mujeres?, 122
Louise Michel. La bandera negra, 125
Otto Von Bismarck. El socialismo de Estado, 128
Friedrich Engels. El
más grande pensador de nuestros días, 131
Joseph Chamberlain. La nueva idea de imperio, 134
Lord Salisbury. Las naciones moribundas, 138
Guillermo II. El discurso de los hunos, 140
Christabel Pankhurst.
Si son arrestadas, enviaremos otras más, 142
Emiliano Zapata. La revolución es lo único que puede
salvar a la República, 144
Jean Jaurès. La única
promesa de una posibilidad de paz, 148
Vladimir I. Lenin. Las tesis de abril, 151
Woodrow Wilson. Catorce puntos para la paz
mundial, 154
Adolf Hitler. Derrotaremos a los enemigos de Alemania,
158
Sun Yat Sen.
El ‘pan-asianismo’, 161
Bartolomeo Vanzetti. He sufrido más por lo que
creo que por lo que soy, 164
José Ortega y Gasset. Rectificación de la República,
167
Franklin D. Roosevelt. La prioridad es poner a la
gente a trabajar, 171
Otto Wels. Estamos
desarmados, pero no deshonrados, 175
Mustafa Kemal Atatürk. Feliz es aquel que dice ‘Yo soy turco’, 177
Alfred Rosenberg. Sangre y suelo,
179
Indalecio Prieto. Siento a España dentro de mi
corazón, 183
Emilio Mola. El golpe de Estado preventivo, 187
Manuel Azaña. Paz, piedad y perdón, 190
Benito Mussolini. A los camisas negras, 195
Philippe Petain. El
trabajo nacional, 199
Rabindranath Tagore. La crisis de la civilización, 202
Mahatma Gandhi. Abandonad la India, 206
Eamon de Valera. La Irlanda con la que
soñamos, 209
Joseph Goebbels. Lo peor ha
quedado atrás, 211
Charles de Gaulle. París liberada, 215
Hirohito. Japón se rinde, 217
Ho Chi Minh. Declaración de independencia de Vietnam,
219
Juan D. Perón. Todo el poder a Perón, 222
Winston Churchill. Una cortina de hierro, 226
Kurt Kauffmann.
¿Sería Kant responsable de Auschwitz?, 230
George C. Marshall. La rehabilitación de Europa, 234
Andrei Jdanov. Los
dos campos, 237
Golda Meir. La
única retaguardia que tenemos sois vosotros, 240
Jorge Eliécer Gaitán. Oración por la paz, 243
Ben Chifley. La luz en la
colina, 246
Joseph McCarthy. Comunistas en el Departamento de
Estado, 248
Robert Schuman. Nace la
Europa unida, 252
Douglas McArthur. En la
guerra no hay sustituto para la victoria, 255
Eva Perón. Vísperas del renunciamiento, 259
Joseph Stalin. La Brigada de Choque del movimiento
revolucionario mundial, 262
Albert Einstein. El derecho (o el deber) a no
colaborar con el mal, 265
Sukarno. Vamos a crear una nueva Asia y una nueva
África, 267
Nikita Kruschev.
Denuncia de los crímenes de Stalin, 272
Mao Tse -Tung.
Que se abran cien flores y compitan cien escuelas, 277
Harold Mcmillan. Vientos de
cambio, 281
Patrice Lumumba.
Nuestro país está ahora en manos de sus hijos, 284
John F. Kennedy. La Nueva Frontera de los años
sesenta, 288
Juan XXIII. La Iglesia mirará intrépida a lo futuro,
292
Martin Luther King. Yo tengo
un sueño hoy, 296
Francisco Franco. Ante los veinticinco años de paz,
300
Ernesto Che Guevara. Discurso en la ONU, 306
Leonid Brézhnev.
Leyes comunes de gobierno en la construcción del socialismo, 310
Angela Davis. El imperialismo yanqui nos mata
aquí y en Vietnam, 314
Jesús Fernández Naves. Estos muertos son nuestros, 317
Salvador Allende. De nuevo se abrirán las grandes
alamedas, 319
Yasir Arafat. No dejen que caiga de mi mano
la rama de olivo, 321
Adolfo Suárez. Perder el miedo al miedo, 325
Ayatollah Ruhollah Jomeini. No podemos tener dos gobiernos en el país, 328
Julius K. Nyerere.
La OCDE del Tercer Mundo, 331
Felipe González. Hay que ser socialistas antes que
marxistas, 335
Oscar Arnulfo Romero. En nombre de Dios, cese la
represión, 338
Ronald W. Reagan. El Gobierno es el problema, 339
Deng Xiaoping.
Abrir en toda la línea nuevas perspectivas para la modernización, 344
Gabriel García Márquez. La soledad de América Latina,
347
Raúl R. Alfonsín. Se acabó la dictadura militar, 350
Richard Von Weizsäcker.
Quien cierra sus ojos al pasado se vuelve ciego ante el presente, 353
Mijail Gorbachov. Fin de la ‘guerra fría’ y
nuevo orden mundial, 358
Slobodan Milosevic. El anuncio de la tragedia
yugoslava, 362
Fidel Castro. ¿Qué significa periodo especial en
tiempo de paz?, 365
Octavio Paz. La búsqueda del presente, 370
José Antonio Ardanza. El
conflicto vasco es un conflicto entre vascos, 375
Silvio Berlusconi. Por mi país, 378
Luis Donaldo Colosio. La única continuidad que
propongo es la del cambio, 382
Noël Hitimana.
Que la desgracia caiga sobre ellos, 386
Nelson Mandela. Una nación irisada, en paz consigo
misma y con el mundo, 388
Margaret Thatcher. La
libertad y el Gobierno limitado, 391
Umberto Bossi. Una
nación imaginaria, 396
Elie Wiesel. Los
peligros de la indiferencia, 399
Comandanta Esther. Soy indígena y soy mujer, y eso es
lo único que importa ahora, 403
Osama Bin Laden. Nuestra nación islámica ha estado probando lo mismo,
407
José Luis Rodríguez Zapatero. Un país más decente, 409
Evo Morales. Un pueblo que oprime a otro no puede
ser libre, 411
Nicolas Sarkozy. Contra Mayo del 68 (y sus
herederos), 415
Al Gore. La tierra tiene una fiebre, 419
Barack Obama. ‘Yes,
we can!’, 423
Kevin Rudd. Perdón a los
aborígenes australianos, 428
Naomi Klein. Superar la sobrecarga, 433
Vladimir Putin. ¿Nuevas reglas de juego o juego sin
reglas?, 439
Angela Merkel.
Nuestra cohesión, 443
Del discurso
al ‘canutazo
Antonio Rivera
Los
discursos políticos no los han hecho solo los políticos; hay pronunciamientos
orales hechos por ciudadanos, científicos, artistas, literatos o simplemente
testigos de algo capaces de proyectar toda la emoción, de profundizar en una
gran reflexión o de concluir consecuencias mucho más políticas que las que
proporciona la política profesional. Con todo, sí, la mayoría de discursos
políticos los han pronunciado políticos.
La
importancia del discurso ha venido asociada a circunstancias como el tipo de
cultura de las sociedades, el desarrollo de determinadas tecnologías de la
comunicación o la influencia cambiante del grupo al que se dirige, ya sean elites
poderosas o multitudes determinantes. Las sociedades tradicionales eran de
cultura oral, no escrita y mucho menos audiovisual, como la nuestra. En ellas,
la palabra era el instrumento de transmisión de la información. Por eso, el discurso
del poderoso o del pensador (o del sacerdote) estaba a la orden del día. Sin
embargo, la lejanía en el tiempo y los pocos recursos técnicos que existían
para retener la literalidad de las oraciones públicas hace que sean escasos los
que han llegado hasta nosotros, y en su totalidad indirectos, recreados con
incierta veracidad por quienes los llevaron al papel.
Sin
embargo, cuando la extensión de tecnologías como la imprenta y la prensa, y de
habilidades como la lectura, permitió que mucha gente pudiera conocer lo que se
había dicho en algún lugar, el discurso vivió su momento dorado. Los siglos XIX
y XX, nuestra contemporaneidad, son por eso el tiempo del discurso, y en
concreto del discurso político. Los medios escritos reproducían lo que se decía
en las tribunas parlamentarias, en las concentraciones de multitudes, en las
salas de juicios o en los pronunciamientos graves en ocasiones difíciles.
Además, tercera circunstancia, en el ecuador de nuestra contemporaneidad
emergió la masa humana como factor determinante. El número de sujetos empujó en
direcciones diversas y hubo que contar con él, por fuerza o por respeto a una
ley más avanzada y generosa. Ese hecho condicionó las formas de la política.
La
masa se mueve y es movida por la pasión más que por la lógica y la razón. Por
eso el discurso vibrante, tendente a buscar la víscera más que el cerebro, se
convirtió en un mecanismo de gran importancia para alcanzar el poder,
sostenerse en el mismo o simplemente combatirlo. Donde antaño se estilaba el
discurso culto y erudito, plagado de referencias, historiado, dotado de un hilo
argumental fuerte, interminable (porque normalmente se pronunciaba ante
personas sosegadas que escuchaban sentadas), comenzó a extenderse el pasional,
sostenido en palabras dotadas de evocadora semántica para la concurrencia —esos
trinomios de Libertad- Igualdad-Fraternidad, Dios-Patria-Rey, Sí-se-puede…—,
dicotómico en su argumentación, sencillo en su digestión; a veces siguieron
siendo prolongados, aunque se recibieran de pie.
El
punto final, de momento, de la vida del discurso y de su eficacia viene
determinado por dos circunstancias: nuestra cultura masiva y nuestros
sofisticados medios de comunicación. Añadiría incluso una tercera: el tipo de
conocimiento superficial, múltiple y simultáneo que caracteriza el siglo XXI
por mor de las dos primeras. Es el tiempo, entonces, del canutazo, esa declaración sintética —veinte segundos, como un
anuncio televisivo— que recoge, no el argumento, sino la consigna para la
ocasión, la toma de posición, el mantra partidario de la jornada. Un sistema
exageradamente competitivo de mensajes de todo tipo contribuye a depreciar el
esfuerzo por crear razonamientos complejos. Todo cabe en ciento cuarenta
caracteres o en el tiempo de una efímera declaración pública, a la que seguirá
otra y otra más, un despliegue caótico de noticias, tantas como mensajes
publicitarios de todo tipo de productos y servicios. De un discurso pronunciado
ante un auditorio reclamado para escuchar solo quedará un grueso titular o esos
veinte segundos de vídeo. Razón por la cual la mayoría de los discursos
políticos se supeditan hoy a esa exigencia del medio (que constituye y
determina el mensaje, como dijo MacLuhan hace ya
decenios). Las nuestras son democracias mediáticas en las que no queda claro
cuál de los dos términos es el sustantivo y cuál el adjetivo; en todo caso, se
complementan y condicionan simbióticamente.
Por
eso, Castelar o Churchill o Saint-Just no podrían
dedicarse hoy a su vocación política; o deberían hacerlo de manera distinta a
como lo hicieron. Con todo, todavía se puede escuchar o leer un buen discurso
–Internet está plagada de ellos: el soporte de la evanescencia intelectual es
también el de los argumentos de peso. Conservadores como Reagan, Thatcher o Sarkozy y liberales como Barack
Obama han pronunciado discursos —a veces
cuidadosamente redactados por brillantes “negros”— de gran belleza,
sensibilidad, ingenio, hilo argumental, contundencia y densidad expositiva, e
incluso habilidad para denostar con elegancia a sus competidores y aparecer
como elección inevitable ante su audiencia. Pero de la mayoría de ellos acaba
llegando al gran público solo una frase reiterada —que incluso no pertenece al
referido discurso o que es totalmente apócrifa— o un sonsonete celebrado y
musical del tipo “Yes, we can!”.
En un
pasado todavía no muy lejano, los ciudadanos eran capaces de permanecer ante
una radio o un aparato de televisión y escuchar pacientes las reflexiones del
enfermo presidente Roosevelt o las inacabables salutaciones de Navidad de
Franco. Por supuesto, la atención no necesitaba reclamo si el instante era de
gravedad por una amenaza bélica o por una crisis profunda de la normalidad
política (o por un incidente natural y su respuesta). Los dirigentes populistas
(y los autoritarios) han recurrido al discurso con insistencia y con la ventaja
que da el monopolio de la palabra, ya sea en plazas, ya desde los medios de
comunicación clásicos o modernos; en la mayoría de los casos estos engrosan la
lista de oradores pertinaces. Pero remontándonos un poco más en el tiempo,
antes del corte de la segunda gran guerra, constituía un hábito que los grandes
discursos políticos (y de políticos) ocuparan planas y planas de diarios o que
se recogieran en publicaciones específicas que tenían sus lectores. Castelar o
Cánovas podían prolongarse hasta la extenuación en sus oraciones en los ateneos
o en la tribuna del Parlamento, seguros de que todo su saber no se iba a perder
en un tercio de minuto, sino que quedaría para la posteridad en la publicación
correspondiente, muchas veces corregida y pulida formalmente después.
Los
grandes tribunos pasados y presentes tienen buenos libros compilatorios de sus
mejores discursos. Igualmente, todos los países y lenguas tienen sus listas de
los “mejores cien” de su historia, que publican de la misma manera que esta Antología del discurso político que el
lector tiene ahora en sus manos. Aunque ya no tenemos un público masivo
dispuesto a solazarse con una buena lectura de algo que se pensó por escrito
(las más de las veces) y que se escuchó oralmente y en público, aunque todo lo
que pase de veinte segundos de recepción ya amenaza con ser una tarea heroica,
aunque el pensamiento complejo (que lo hay, y mucho, en muchos discursos) ya no
esté de moda, hay todavía ciudadanos capaces de apreciar la virtud de la
palabra y la magia de un argumento tan bien pensado como dicho.
Incluso
podría acudirse a una razón instrumental: un buen discurso, más allá de su
belleza formal, literaria, informa extraordinariamente sobre el individuo que
lo pronuncia y su intención, así como sobre el tiempo y lugar en que se
produce, y sobre el tipo de propuestas que se formulan en él y el destino de
las mismas. Los interesados en la filosofía, la política, la historia o la
evolución del pensamiento encuentran en los discursos una fuente inmejorable.
Luego queda que cada selección de los “cien mejores” (o algo parecido) sea
acertada. Ahí entra en juego el olfato y mirada del editor, dos sentidos que
todavía no habían sido reclamados aquí.
Sin
duda que en todas las antologías son todos los que están, por mucho que no
puedan estar todos los que son. El criterio en esta que presentamos ha sido
rastrear la historia del discurso desde que tenemos noticia del primero de
ellos. Lógicamente, abundan los más cercanos a nosotros en el tiempo por
aquello de la existencia de recursos técnicos para recogerlos, pero también
sobre todo porque la contemporaneidad se soporta fundamentalmente en la
competencia de diversos argumentos y no en el monopolio de una verdad. En
consecuencia, la contemporaneidad, como ningún otro tiempo anterior, se ha
pasado el día vendiendo su producto en la plaza ante públicos cada vez más
numerosos y capacitados intelectual y legalmente. La política (y la razón)
competitiva es propia de nuestras sociedades, y el discurso, en el formato que
sea, es su medio por excelencia. Del mismo modo, la ignorancia de este editor
es mayor conforme más distante es la cultura de la que participa. Por esa razón
hay más discursos seleccionados de nuestro mundo occidental, aunque se ha hecho
un esfuerzo por no dejar demasiado huérfano ningún lugar del planeta.
El
procedimiento de localización en este caso no ha ido del discurso al tema, sino
al revés. Se trata también de conformar e ilustrar una “historia del mundo”. Es
decir, identificar las temáticas fundamentales para después localizar un
discurso que las represente con energía y seso (o al menos con gravedad e
intención, más allá de su fondo y resultado). Interesa traer a colación el
absolutismo monárquico y se reclama y busca alguna oración pública del
magnífico representante de esa tendencia que fue Luis XIV, no al revés (el Rey
Sol no tenía ni facultades ni posibilidades para participar del “top one hundred” de oradores).
La
mayoría de los discursos son muy largos incluso para un libro. Quiero decir que
con pocos se completa una monografía. Es cierto que solo con una lectura al
completo se puede apreciar toda su brillantez (si la tiene), pero para eso
están las selecciones correspondientes a una sola persona. Al tratarse de una
antología general, como en este caso, es preferible recortar partes de los
mismos para poder incluir un número significativo, hacer un buen recorrido por
la historia y seleccionar los pasajes más evocativos, interesantes o
informativos. Si el editor lo hace mejor o peor es otro asunto.
Otra
característica de esta antología es que solo se ha elegido un discurso por cada
personaje. Hay oradores brillantísimos que, como los buenos cantantes, no
tienen un discurso o una canción mala. Son tan brillantes que han aportado,
incluso, testimonio y argumentos a diferentes momentos y problemas cruciales
del trozo de historia que les tocó vivir. Churchill fue capaz de hablar con
tanto tino de la amenaza nazi y de lo que prometía a sus conciudadanos al
enfrentarse a la misma como de la nueva confrontación bipolar que iba a suceder
al fin de la guerra mundial o de la necesidad del viejo continente de conformar
algún tipo de unión para no acabar emparedado entre aquellas dos nuevas grandes
potencias. Kennedy solo gobernó tres años, pero tuvo tiempo para estar en
diferentes momentos estelares (o al menos sumamente peligrosos) de la
humanidad: la crisis de los misiles en Cuba o el bloqueo de Berlín. Además,
prometió una “nueva frontera” a los americanos. De cada una de esas
excepcionales ocasiones y temáticas (y de otras más que protagonizó) se guardan
magníficas intervenciones orales. Otra vez la selección de los mejores se
compondría con muchos discursos de solo unos pocos oradores, y aquí se ha
querido abrir el campo y conocer la panoplia de voces más amplia posible.
Incluso incluyendo discursos un poco caóticos, como ese de la toma de posesión
de Evo Morales, cuando se le complicó la chanchulla (“chuleta”) de temas que
llevaba preparada y él mismo se dio cuenta de que se perdía. Lo singular de su
experiencia —un indígena llegando con los votos al ejecutivo de su república—
lo salva y le permite entrar en esta antología.
A veces,
también, echamos mano de cierta generosidad para traer aquí algunos discursos
que no se sabe muy bien si se pronunciaron, ni ante quién o si eran únicamente
oraciones con autoría que se repetían en plazas o en la intimidad; el Medioevo
es el reino de esas narraciones que resisten porque se repiten popularmente más
que porque nos hayan llegado fielmente escritas. De la multitud de versiones
que tienen los discursos célebres antiguos mejor no hablar demasiado; al final
se acaba eligiendo aquella que parece más plausible a la hora de reproducir lo
que se podía estar diciendo entonces. Aunque incluso discursos más recientes
—el de un jefe indio norteamericano en el ecuador del XIX, pero lo mismo el de
Perón un siglo después— son pasto de “decoradores” que introducen en ellos
temáticas que no existían en el tiempo del protagonista o que sustraen palabras
realmente dichas que podrían usarse o interpretarse con desventaja después. La
conciencia histórica de la modernidad ha hecho del pasado y del futuro
idénticos tiempos imprevisibles y cambiantes. Como dice Rüdiger
Safranski, uno y otro, “vistos desde el presente, son
el gran espacio de lo posible”. Ahí sí que el soporte audiovisual parecería en
principio proporcionar más garantías de autenticidad que las reconstrucciones
literarias de la antigüedad clásica. Pues no: volviendo a Perón, su famoso
discurso de acceso al poder puede contemplarse hoy en Youtube
con todo tipo de amputaciones y manipulaciones; y seguro que no es solo el
suyo. En otros casos, la interpretación cambiante en el tiempo da lugar a
entretenidos debates filológico-históricos sobre la semántica de las palabras
(el significado de la honorabilidad de las doncellas que reclamaba Eamon de Valera para su Irlanda soñada es un buen ejemplo
de ello).
Discursos,
por último, de múltiple factura. De conocerla, la hemos hecho constar en los
delantales introductorios de cada uno de ellos. Algunos se improvisaron, otros
se llevaban pensados, otros se leyeron penosamente, los hay hechos por oradores
que podían dar más de un discurso por jornada y los hay escritos por brillantes
intelectuales agazapados (“negros”) que son declamados con mejor o peor
capacidad por sus puntuales dueños de la palabra. Algunos son declaraciones
leídas o pronunciadas sin tanta elaboración ante una multitud organizada o
espontánea, ante una cámara legislativa, ante periodistas, ante una cámara de
televisión o un micrófono de radio, ante un juez, recogiendo un galardón, en la
disputa de un congreso, en un acto fúnebre o de recuerdo… No son iguales todos
los escenarios y momentos, y por eso es conveniente decir algo al respecto.
Esta Antología del discurso político que
edita Los Libros de la Catarata reúne ciento treinta de ellos,
indiscutiblemente valiosos por su calidad literaria, su importancia como
anuncio de alguna novedad, la repercusión que tuvieron, el instante que
representan, la habilidad discursiva que demuestran o el aroma (y argumentos)
de un tiempo perdido e ignoto que nos trasladan. Algunos, unos pocos, son los
inevitables, esos que no pueden faltar en ninguna antología (Bolívar, Wilson, Luther King…), pero otros muchos constituyen novedad
–muchos se publican por vez primera en castellano- y componen una muestra
atractiva, sugerente y expresiva de lo que ha sido nuestra historia y de los
que son todavía los temas de nuestro tiempo.
Louise-Antoine Saint-Just
No se puede reinar inocentemente
13 de
noviembre de 1792, Convención Nacional, París
El
discurso es auténticamente revolucionario. Cuando se trata de juzgar al rey,
Saint-Just invoca una lógica diferente que deje atrás
la que había legitimado el poder del monarca. El rey no puede ser juzgado como
un ciudadano… porque nunca lo fue. Su destino no era otro que seguir reinando,
si no se impugna esa legitimidad, o morir, si se aplica la nueva revolucionaria
ahora emergente, que contempla al monarca, en su condición intrínseca, como un
enemigo del pueblo, como un extranjero al que no se puede aplicar la norma de
la ciudad sino la fuerza exterminadora que se emplea contra los traidores,
ajenos y enemigos de esta. El lenguaje es brutal, pero coherente con la
naturaleza revolucionaria del momento si, como plantea en su alternativa Saint-Just, se quiere fundar y fundamentar una revolución.
Me comprometo, ciudadanos, a demostrar que el rey
puede ser juzgado; que la opinión de Morrison de
preservar la inviolabilidad y la del comité, que quiere que se le juzgue como a
un ciudadano, son igualmente falsas, y que el rey debe ser juzgado sobre unas
bases que no sostienen ni una cosa ni la otra.
[…] El único objetivo de la
comisión fue persuadiros de que el rey debía ser juzgado como un simple
ciudadano, y yo os digo que lo debe ser como un enemigo, que debemos
combatirlo más que juzgarlo, y que, no teniendo nada en el contrato que le una
a los franceses, las formas de proceder no son parte de la ley civil sino del
derecho de gentes.
[…] Sorprenderá un día que
en el siglo XVIII se fuera menos avanzado que en los tiempos de César: allá el
tirano fue muerto en pleno Senado, sin otras formalidades que veintitrés
puñaladas y sin otra ley que la de Roma. Y hoy se le hace respetuosamente un
proceso al asesino del pueblo, detenido en delito flagrante.
Los mismos hombres que van
a juzgar a Luis tienen una república que fundar: aquellos que atribuyen alguna
importancia a la justicia del castigo a un rey nunca fundarán una república.
Entre nosotros, la finura de espíritus y de caracteres es un gran obstáculo
para la libertad. […] Ciudadanos, si el pueblo romano, después de seiscientos
años de virtud y odio contra los reyes, si Gran Bretaña, muerto Cromwell, vio renacer a los reyes, a pesar de su energía,
¿qué no deberán temer entre nosotros los buenos ciudadanos amigos de la
libertad, viendo temblar el hacha en nuestras manos y a un pueblo en el primer
día de su libertad respetando la memoria de sus cadenas? ¿Qué república queréis
establecer en medio de nuestras batallas individuales y nuestras debilidades
comunes?
[…] El pacto es un contrato
entre los ciudadanos y no con el Gobierno: no se debe nada a un contrato cuando
uno no está obligado por él. En consecuencia, Luis, que no estaba obligado, no
puede ser juzgado civilmente. Este contrato era tan opresivo que obligaba solo
a los ciudadanos y no al rey. Un contrato de este tipo era necesariamente nulo,
porque nada es legítimo si no tiene la sanción de la moral y de la naturaleza.
[…] Para mí, no hay término medio: este hombre debe reinar o morir.
[…] ¡Juzgar a un rey como a
un ciudadano! Juzgar es aplicar la ley. Una ley es una relación con la
justicia: ¿qué relación de justicia existe entre la humanidad y los reyes?,
¿qué tienen en común Luis y el pueblo francés? […] La acusación que se le debe
hacer a un rey no es por los crímenes de su administración sino por el hecho
mismo de ser rey, porque nada en el mundo puede justificar esta usurpación del
poder popular; y bajo cualquier ilusión o convención bajo la que queda cubierta
la monarquía, ella es, en sí misma, un eterno crimen contra el que todo hombre
tiene el derecho de armarse y alzarse. […] No se puede reinar inocentemente: es
demasiado evidente. Todo rey es un rebelde y un usurpador. […] Estas son las
consideraciones que un pueblo generoso y republicano no debe olvidar ante el
juicio a un rey.
[…] Yo no perdería nunca de
vista que el espíritu con el que juzgamos al rey será el mismo que con el que
estableceremos la república. La teoría de vuestro juicio será la de vuestras
magistraturas, y la medida de vuestra filosofía, en este juicio, será también
la medida de vuestra libertad en la Constitución.
Repito que no se puede
juzgar a un rey de acuerdo con las leyes del país o más bien las leyes de la
ciudad. El ponente os lo ha dicho, pero esa idea murió demasiado pronto en su
alma y perdió su fruto. No había nada en las leyes de Numa
para juzgar a Tarquino; nada en las leyes de Inglaterra para juzgar a Carlos
I: fueron juzgados según el derecho de gentes; empujando a la fuerza con la
fuerza; empujando a un extraño, a un enemigo. Esto es lo que legitima estas
novedades y no las formalidades vacías, que no tienen más principio que el consentimiento
del ciudadano, por el contrato.
[…] Todo lo que os he dicho
trata de probar que Luis XVI debería ser juzgado como un extranjero enemigo.
Añado que no es necesario que su condena a muerte sea
sometida a la sanción del pueblo porque el pueblo puede imponer las leyes por
su voluntad, ya que esas leyes importan a su felicidad, pero el mismo pueblo no
puede borrar el crimen de tiranía. El derecho de los hombres contra la tiranía
es personal y no es un acto de soberanía obligar a un solo ciudadano a
perdonarle.
[…] Este es un bárbaro, un
prisionero de guerra extranjero. […] Es el asesino de la Bastilla, de Nancy,
del Marte, Tournai, Tullerías.
¿Qué otro enemigo extranjero nos hizo más daño? Debe ser juzgado
inmediatamente. […] Buscando el revuelo de la piedad compraremos pronto las
lágrimas y haremos todo lo suficiente para corrompernos a nosotros mismos. Pueblo,
si el rey es absuelto, no seremos dignos de tu confianza y se nos podrá acusar
de traición.
Fuente: Web Louis-Antoine
Saint-Just (www.antoine-saint-just.fr/textes.html).
J. Mavidal
y E. Laurent (eds.), Archives parlamentaires de 1787 a 1860, primera serie (1787 a 1799),
tomo LIII (27 de octubre de 1792 a 30 de noviembre de 1792), París, Paul
Dupont, 1898, p. 391.
Rabindranath
Tagore
La crisis de la civilización
7 de mayo (o 14
abril) de 1941, Santiniketan (Calcuta, Bengala
Occidental)
El
último discurso de este renacentista contemporáneo —filósofo, escritor, poeta,
músico—, en pleno fragor de la segunda gran guerra, con todas las estructuras
en crisis, expresa a un tiempo la desilusión por la historia y el presente, a
la vez que un intento desesperado y postrero por seguir creyendo en la condición
humana. Repasa su ya larga vida y recuerda el impacto juvenil que le causó la
civilización inglesa —y europea— y cómo esta devino en simple explotación
colonial, ajena a los sufrimientos provocados a millones de compatriotas. Es
por eso que para finales del XIX ya se mostró beligerante con la realidad del
despotismo británico. Por eso también se lamenta de la crisis de la
civilización, porque tanta brillantez y progreso del hombre blanco se saldaba
en simple, inmoral y brutal dominación. De poco valía, pues, la grandeza de sus
grandes pensadores y literatos; el ansia de poder de sus gobiernos y compañías
comerciales primaba sobre ellos. Frente a esa realidad, Tagore contempla
expectante la novedad soviética —en estos instantes amigada aún con los
nazis—, el despertar de otros pueblos asiáticos al desasirse de la tutela
occidental y hasta la creciente hegemonía regional de Japón, disimulando con
ambigüedad la amenaza expansiva de ese país (faltaban unos meses para Pearl Harbor). En ese sentido, la oración del maestro tiene
más de condolencia por una vida y dos o tres generaciones perdidas que de
atinada lectura de la realidad. Debido a su estado de salud, este discurso de
Tagore fue leído por Kshitimohan Sen
y luego su texto sufrió también los habituales retoques que proporcionan
versiones diferentes del mismo.
Hoy cumplo ochenta años. Al contemplar el largo
recorrido que dejo atrás y ver con perspectiva clara la historia, estoy
impresionado con el cambio que se ha producido tanto en mi propia actitud como
en la psicología de mis compatriotas; un cambio que alberga la causa de una
profunda tragedia. Nuestra relación con el mundo fue con los ingleses que
conocimos en aquellos primeros años. Fue principalmente a través de su vigorosa
literatura como formamos nuestras ideas sobre aquellos recién llegados a
nuestras costas indias. En aquellos días, el tipo de conocimiento que se nos
ofrecía no era abundante ni diverso… […] Los días y las noches se llenaron con
las declamaciones de Burke, las intricadas oraciones
de Macaulay, discusiones centradas en el teatro de
Shakespeare o la poesía de Byron y, ante todo, con el liberalismo magnánimo de
la política inglesa del siglo XIX.
En aquel momento, aunque se
estaban llevando a cabo intentos para lograr nuestra independencia nacional, no
habíamos perdido la fe en la generosidad de la raza inglesa. Esta creencia
estaba tan profundamente arraigada en los sentimientos de nuestros líderes que
albergaban la esperanza de que el vencedor, por voluntad propia, allanara el
camino de la libertad para los vencidos. La creencia se basada en que
Inglaterra, en ese momento, ofrecía refugio a todo aquel que tuviera que
escapar de la persecución en su propio país. Los ingleses dieron la bienvenida
sin reservas a los mártires políticos que habían sufrido por el honor de su
pueblo.
Me impactó esta prueba de
generosa humanidad en el carácter de los ingleses y, por ello, los coloqué en
el pedestal de mi mayor respeto. Esta generosidad en su carácter nacional aún
no se había viciado por el orgullo imperial.
[…] Resulta complicado
encontrar un término bengalí equivalente a la palabra inglesa civilization. A
esa fase de la civilización con la que estábamos familiarizados en este país,
Manu [el primer ser humano en la tradición hinduista] la llamó “Sadachar” (literalmente, “conducta apropiada”); esto es, la
conducta prescrita por la tradición de la raza. […] En mi infancia, la actitud
hacia la parte culta y educada de Bengala, rebosante de saber inglés, estaba
cargada de un sentimiento de rebelión contra esas rigideces sociales.
[…] En lugar de estos
códigos de conducta aceptamos el ideal de “civilización” tal y como se
representaba en el periodo inglés. […] Nacido en ese ambiente, animado por
nuestra intuitiva inclinación hacia la literatura, puse a los ingleses en el
trono de mi corazón. Así se sucedieron los primeros capítulos de mi vida. Entonces
llegó el punto de inflexión, acompañado de un doloroso sentimiento de
desilusión, cuando comencé a darme cuenta de lo fácilmente que aquellos que
aceptaron las grandes verdades de la civilización las negaban con impunidad
cuando implicaban asuntos de egoísmo nacional.
Entonces me vi forzado a
alejarme del mero deleite de la literatura. Al conocer la realidad, la visión
de la extrema pobreza de las masas indias desgarró mi corazón. Sacado de mis
sueños bruscamente, comencé a darme cuenta de que seguramente en ningún Estado
moderno había semejante desesperada escasez de los recursos más básicos de la
existencia. Y aun así, fue este el país cuyos recursos habían alimentado la
riqueza y magnificencia de los ingleses durante tanto tiempo.
[…] He tenido el privilegio
de ser testigo, estando en Moscú, de la inagotable energía con la que Rusia ha
intentado combatir la enfermedad y el analfabetismo, y ha logrado acabar con la
ignorancia y la pobreza, borrando la humillación del rostro de este vasto continente.
Su civilización está libre de todas las malintencionadas distinciones entre una
clase y otra, entre un culto y otro. El rápido y asombroso progreso que ha
logrado me hace feliz y me pone celoso a partes iguales.
Un aspecto de la
Administración soviética que me agradó particularmente fue que no permitía
conflictos entre diferentes religiones ni ponía a una comunidad en contra de
otra mediante una desequilibrada distribución de favores. Eso es lo que yo
considero una Administración verdaderamente civilizada que atiende, de manera
imparcial, los intereses comunes de la gente. […] Cuando miro hacia mi propio
país y veo a gente intelectual y muy evolucionada yendo a la deriva, no puedo
evitar comparar ambos sistemas de gobierno —uno basado en la cooperación, el
otro en la explotación— que han hecho posibles realidades tan opuestas.
También he visto a Irán,
que recientemente ha despertado a la conciencia nacional liberándose de las
mortíferas presiones de dos potencias europeas. […] El reino vecino de Afganistán,
aunque queda mucho trabajo que hacer en el desarrollo social y la educación,
tiene suerte de poder mirar hacia un progreso infinito; ninguna de las
potencias europeas que se jactan de su civilización ha logrado oprimir o
destruir sus posibilidades.
Así, mientras estos otros
países avanzan, India, asfixiada por el peso muerto de la Administración
inglesa, yace inmóvil en su completa indefensión. Otra magnífica y antigua
civilización, de cuya reciente trágica historia los ingleses no pueden negar su
responsabilidad, es China. Mirando por su lucro, los ingleses drogaron a su
gente con el opio y luego se apropiaron de una parte de su territorio. Cuando
el mundo estaba a punto de borrar de su memoria esta atrocidad, fuimos
desgraciadamente sorprendidos por otro acontecimiento: Japón estaba devorando
en silencio el norte de China, y esta destrucción injustificada estaba siendo
ignorada como un incidente menor por la veterana diplomacia inglesa.
También hemos sido
testigos, de lejos, de cómo los hombres de Estado ingleses han permitido la
destrucción de la república española, mientras que otros compatriotas suyos se
dejaban la vida por España. Aunque los ingleses no han sido conscientes de su
responsabilidad en China y en el Lejano Oriente, en sus territorios más
próximos no dudaron en sacrificarse por la causa de la libertad.
Esos actos de heroísmo me
devolvieron el auténtico espíritu inglés, en el que en aquellos tempranos días
había depositado mi entera confianza, y han hecho que me pregunte cómo pudo la
ambición imperialista producir una transformación tan repugnante en el
carácter de una raza tan grandiosa. Este es el trágico relato de la pérdida
gradual de mi fe en la civilización de las naciones europeas.
En India, la desgracia de
ser gobernados por una raza extranjera queda patente a diario, no solo por la
atroz desatención de necesidades tan básicas como los alimentos, la ropa, la
educación o las instalaciones médicas, sino por la manera en que sus gentes se
han dividido. La pena es que la culpa es nuestra. Tan abominable situación de
nuestra gente nunca hubiera sido posible sin la colaboración de altos cargos
indios.
Uno no puede creer que los
indios sean inferiores a los japoneses en capacidad intelectual. La diferencia
entre estos dos pueblos orientales es que mientras India se encuentra a merced
de los ingleses, Japón se ha liberado del dominio extranjero.
[…] El espíritu violento
que permanecía dormido en la psicología de los occidentales se ha animado a sí
mismo y profana el espíritu del Hombre. Algún día, las ruedas del destino
obligarán a los ingleses a renunciar al Imperio indio. Pero, ¿qué clase de
India dejarán detrás, qué inhóspita miseria? Cuando el riachuelo de la
administración de sus siglos se seque finalmente, ¡qué rastro de fango e
inmundicia dejarán tras ellos! Hubo un tiempo en el que creía que los
manantiales de la civilización emanarían del corazón de Europa, pero hoy, a
punto de abandonar el mundo, esa fe se ha extinguido por completo.
Al echar un vistazo a mi alrededor, alcanzo las desmoronadas ruinas de una
orgullosa civilización esparcidas como un montón de futilidad. Y aun así, no cometeré
el grave pecado de perder la fe en el hombre. Antes de eso, miraría hacia un
nuevo capítulo en su historia, cuando haya pasado el cataclismo y la atmósfera
luzca con el espíritu del servicio y el sacrificio. Tal vez ese amanecer venga
de este horizonte, del Este del que sale el sol. Llegará el día en que el
hombre invicto desande su camino de conquista, a pesar de todas las barreras, y
recobre su patrimonio perdido.
Hoy somos testigos de los
peligros que acompañan a la insolencia del poder; algún día será confirmada
toda la verdad que los sabios han proclamado: “El hombre prospera a base de
injusticia, obtiene lo que le parece deseable, conquista a sus enemigos, pero
perece en la raíz”.
Fuente: Sisir Kumar Das, The
English Writings of Rabindranath Tagore, Nueva
Delhi, Sahitya Akademi,
2004, vol. 3, pp. 722-726. Rudrangshu Mukherjee, Great
Speeches of Modern India, Gurgaon (Haryana,
India), Random House India, 2007. Rabindranath
Tagore, “Lectures, addresses”, The
English Writings of Rabindranath Tagore, vol. 7, Mohit Kumar Ray (comp.), Nueva Delhi, Atlantic Publishers
& Dist, 2007, pp. 980 y ss. (http://innereye.eu/obhiblog/2011/07
/crisisofcivilisation/).
Richard
Von Weizsäcker
Quien cierra sus ojos al pasado se
vuelve
ciego ante el presente
8 de mayo de 1985,
Parlamento alemán, Berlín
Oficial
hasta el final de la guerra, condecorado en ella en diversas ocasiones e hijo
de un dirigente nazi condenado en Núremberg, el discurso del presidente
democristiano Weizsäcker sorprendió a todos por la
rotundidad con que defendió la obligación de los alemanes de encarar su pasado
y su responsabilidad como pueblo, cuando otras corrientes pretendían difuminar
ese recuerdo. Se ha escrito si no resultó ser “un discurso histórico que pronto
pasó a la historia”. Sin embargo, la cercana en el tiempo reunificación
alemana solo pudo ser aceptada sobre la base de ese reconocimiento por parte de
todos los alemanes. Años después lo ratificaría el actual presidente Joachim Gauck: “No hay identidad
alemana sin memoria de Auschwitz”. Que esto se asuma
hoy así, en parte se debe a aquel discurso conmemorativo que oficialmente se
pronunció en el 40º aniversario del fin de la guerra en Europa, pero también
“de la tiranía nacionalsocialista”.
Muchas personas conmemoran hoy el día en que la
segunda guerra mundial terminó en Europa. Conforme a su suerte, cada pueblo
experimenta sentimientos particulares. Victoria o derrota, liberación de la
injusticia y de la dominación extranjera o paso a un nuevo estado de
dependencia, división, nuevas alianzas, desplazamientos masivos…
En lo que a nosotros
concierne, a los alemanes, también debemos celebrar este día y las razones las
debemos encontrar nosotros mismos. […] Lo que necesitamos y lo que nos es dado
es el poder de ver la verdad misma, sin embellecer o sin considerarla parcialmente.
Para nosotros, el 8 de mayo es sobre todo un día en el que recordamos el
sufrimiento que tuvieron que soportar los hombres. Es también un día de
reflexión sobre nuestra historia. Cuanto más abordamos este día con franqueza,
mayor es nuestra libertad para asumir las consecuencias.
Para nosotros, los
alemanes, el 8 de mayo no es un día de fiesta. Los que vivieron ese día en toda
su lucidez recuerdan momentos muy personales y, por tanto, muy diferentes entre
sí. Ese día algunos regresaron a casa, otros perdieron su patria. Ese día
algunos fueron liberados, otros hechos prisioneros. Muchos simplemente
comprobaron que las noches de bombardeo y miedo llegaban a su final y que
salían vivos de ellas. Otros sentían gran dolor ante la derrota total de su
patria. Algunos alemanes estaban llenos de amargura ante las ilusiones
destruidas, otros llenos de gratitud por el nuevo comienzo que se les daba.
[…] Sin embargo, el
sentimiento emergió poco a poco, el que sentimos hoy y que nos hace decir que
el 8 de mayo fue un día de liberación. Este día nos liberamos del sistema de
la tiranía nacionalsocialista, soportado sobre el desprecio del hombre.
Nadie olvidará en nombre de
esa liberación los terribles sufrimientos que, el 8 de mayo, no hicieron sino
comenzar o seguir para muchas víctimas. Sin embargo, debemos evitar el ver el
final de la guerra como la causa del éxodo, de la expulsión y de la privación
de la libertad. Esta causa se encuentra mucho más en el comienzo de la guerra y
en el comienzo de esta tiranía que llevó a la guerra. No tenemos derecho a
disociar el 8 de mayo de 1945 del 30 de enero de 1933.
[…] Evocamos en particular
la memoria de los seis millones de judíos asesinados en campos de
concentración alemanes. Evocamos la memoria de todos los pueblos víctimas de la
guerra, especialmente de los innumerables ciudadanos soviéticos y polacos que
murieron. Nosotros, los alemanes, evocamos en el duelo la memoria de nuestros
compatriotas muertos como soldados durante los ataques aéreos en su patria, en
cautividad o víctimas de la expulsión. Evocamos la memoria de los gitanos
asesinados, los homosexuales muertos, los alienados y dementes asesinados, de
todos los que murieron por su convicción religiosa o política. Evocamos la
memoria de los rehenes ejecutados. Pensamos en las víctimas de la resistencia
en todos los estados ocupados por nuestro Ejército. Como alemanes, honramos la
memoria de las víctimas de la resistencia alemana, civil, militar o religiosa,
la de los medios obreros y sindicales, la resistencia comunista. Evocamos la
memoria de todos aquellos que, sin oponer resistencia activa, aceptaron morir
antes que desobedecer a su conciencia.
[…] Son las mujeres quienes
llevaron la parte más pesada de la carga infligida a los seres humanos. La historia
universal olvida fácilmente sus sufrimientos, su renuncia y su fuerza
silenciosa. Temblaban y trabajaron, para llevar y proteger la vida humana.
Lloraron la muerte de sus padres y de sus hijos, de sus maridos, hermanos y
amigos muertos en la batalla. En los años más oscuros impidieron que se apagara
la luz de la esperanza de la humanidad. Al final de la guerra fueron las
primeras en ponerse manos a la obra, a pesar de la falta de perspectivas de
futuro…
[…] La dominación y la
tiranía se habían originado en el odio inmenso que expresaba Hitler hacia
nuestros compatriotas judíos. Hitler nunca ocultó este odio en público; al
contrario, hizo de todo nuestro pueblo el instrumento de ese odio. […] Es
cierto que hay pocos estados que durante su historia no se hayan involucrado en
crímenes de guerra. Pero el genocidio judío sigue siendo único en la historia.
[…] La ejecución de este
crimen fue obra de unos pocos solamente. La opinión pública se mantuvo
alejada. Sin embargo, cada alemán pudo ser testigo de los sufrimientos
impuestos a los ciudadanos judíos, víctimas primero de una fría indiferencia,
después de la intolerancia larvada y, finalmente, de un odio declarado. ¿Cómo
no sospechar nada ante los incendios de sinagogas, el saqueo, la imposición de
la estrella judía, la privación de derechos y las violaciones continuas contra
la dignidad humana? Quien abrió los oídos y los ojos, quien quiso informarse,
no podía dejar de ver los trenes de la deportación. Tal vez la imaginación
humana no era capaz de concebir la naturaleza y la magnitud de este exterminio.
De hecho, además de estos crímenes, mucha gente, que pertenecía también a mi
generación, jóvenes y no concernidos en la organización o en la ejecución de
estos hechos, trataron de negarse a ver lo que estaba sucediendo.
[…] Todo un pueblo no puede
ser culpable o inocente. La culpa, como la inocencia, no es colectiva; es
personal. La culpa humana puede ser puesta al día o puede permanecer oculta.
Hay pecados que los hombres se han confesado a sí mismos y otros que se han
negado. Que cada cual que vivió esa época en toda su lucidez se pregunte hoy en
su fuero interno hasta qué punto estuvo involucrado en ello.
[…] Todos nosotros,
culpables o no, jóvenes o viejos, tenemos que aceptar el pasado. Todos estamos
preocupados por sus consecuencias y todos somos responsables. Jóvenes o viejos
debemos y podemos ayudar a los demás a comprender, porque ello es esencial
para mantener la memoria. No se trata de superar el pasado, es imposible.
Cambiar el pasado a posteriori o hacer como si no existiera es imposible. Aquel
que cierra los ojos al pasado no ve el presente. El que se niega a recordar la
barbarie se expone a nuevos riesgos de infección.
El pueblo judío se recuerda
y se recordará siempre. Lo que nosotros buscamos, como hombres, es la
reconciliación. Precisamente por esta razón es preciso que comprendamos que no
puede haber reconciliación sin recuerdo.
[…] El 8 de mayo constituye
una profunda ruptura histórica, no solo en la historia de Alemania, sino
también en la europea. La guerra civil europea terminaba y el viejo mundo
europeo se había derrumbado. “Europa estaba agotada a fuerza de luchar” (M. Stürmer). El encuentro de soldados americanos y soviéticos
en las orillas del Elba constituyó un símbolo del fin provisional de una época
europea.
[…] No podemos conmemorar
el 8 de mayo sin ser conscientes de lo que debió costar a nuestros antaño
enemigos aceptar la reconciliación. ¿Podemos ponernos en el lugar de las
familias de las víctimas del gueto de Varsovia o de la masacre de Lídice? ¿Cuánto costó a un ciudadano de Rotterdam o de
Londres ayudar a reconstruir nuestro país cuando de aquí venían las bombas que,
poco antes, caían sobre sus ciudades? Para que ello fuera así tuvo que ser
grande la confianza en que los alemanes no volverían a intentar de nuevo
superar una derrota mediante la fuerza.
[…] No fue una “hora cero”,
sino una oportunidad que nos fue dada para comenzar de nuevo. Tomamos esa
oportunidad mientras pudimos.
En lugar de la esclavitud hemos
asentado la libertad democrática. Cuatro años después del final de la guerra,
en 1949, el mismo 8 de mayo, un día como hoy, el Consejo Parlamentario adoptó
nuestra vigente Ley Fundamental. Situándonos más allá de las diferencias entre
partidos, los demócratas de ese Consejo Parlamentario dieron su respuesta a la
guerra y a la opresión en el artículo 1 de nuestra Constitución: “El pueblo
alemán reconoce al hombre unos derechos inviolables e inalienables como
fundamento de toda comunidad, de la paz y de la justicia en el mundo”. Ese es
el sentido del 8 de mayo que hoy tenemos que recordar.
[…] Cuarenta años después
del final de la guerra el pueblo alemán sigue dividido. […] Los alemanes somos
un pueblo y una nación. Tenemos el sentimiento de pertenecer a un mismo pueblo
y a una misma nación porque hemos vivido la misma historia. Y el 8 de mayo de
1945 también lo hemos vivido como el destino común de nuestro pueblo, que nos
une. Tenemos un sentido de pertenencia a la misma comunidad en nuestro deseo de
paz. […] Confiamos en que el 8 de mayo no será la última fecha de nuestra
historia que constituya un nexo común para todos los alemanes.
Muchos jóvenes se han
preguntado y nos han preguntado por qué cuarenta años después del final de la
guerra se habían desatado tan vivos debates sobre el pasado. ¿Por qué tenemos
debates más vivos hoy que veinticinco o treinta años después de la guerra?
¿Cuál es la necesidad inherente de tales discusiones?
Estos periodos de cuarenta
años siempre suponen una ruptura decisiva. Se reflejan en la conciencia de las
gentes porque significan el final de un periodo oscuro, con la confianza en un
nuevo y próspero futuro, pero también con el riesgo del olvido y la advertencia
contra las consecuencias de tal olvido.
Con nosotros, una nueva
generación ha asumido sus responsabilidades políticas. Los jóvenes no son
responsables de lo que ocurrió en el momento de que hablamos. Pero ellos son
los responsables de lo que llegará a ser esa época en la historia.
Lo que debemos a los jóvenes,
nosotros los mayores, no es ver cumplidos los sueños, sino la franqueza. Les
debemos ayudar a comprender por qué es de importancia vital guardar bien vivo
el recuerdo. Les queremos ayudar a abordar la verdad histórica, sin
parcialidad, sin huir hacia doctrinas utópicas de salvación, pero también sin
presunción moral. Nuestra historia nos ha permitido conocer lo que el hombre
era capaz de hacer. Es por eso que no debemos imaginar que como seres humanos
podamos ser diferentes y mejores. No hay perfección moral adquirida
definitivamente: ¡por ninguna persona y por ningún país! Hemos aprendido que
como seres humanos estamos amenazados como seres humanos. Pero tenemos la
fuerza para superar las amenazas donde quiera que estas surjan.
Uno de los métodos de Hitler
fue siempre atizar prejuicios, rencores y odios. Esto es lo que pido a los
jóvenes: no os dejéis conducir por sentimientos de hostilidad o de odio contra
otros seres humanos, ya sea en contra de los rusos o los americanos, contra
los judíos o los turcos, contra los alternativos o los conservadores, contra
los negros o los blancos. Aprended a convivir en lugar de enfrentaros los unos
a los otros.
También nosotros, los
políticos elegidos democráticamente, tenemos que actuar en consecuencia y dar
ejemplo.
Alabemos la libertad.
Trabajemos por la paz. Respetemos la ley. Guiémonos por nuestros criterios
internos de justicia. En este 8 de mayo, miremos a la cara a la verdad tanto
como nos sea posible.
Fuente: Oficina del presidente alemán (www.bundespraesident.de/).
_____________________________________________________________________
LA LIBRERÍA DE CAZARABET - CASA SORO (Turismo cultural)
c/ Santa Lucía, 53
44564 - Mas de las Matas (Teruel)
Tlfs. 978849970 - 686110069