Cazarabet conversa con... Francisca Romeral Rosel, traductora de “Alina” (Muñoz
Moya) de Charles-Ferdinand Ramuz
Una novela diferente editada por Muñoz Moya
Editores.
Esta editorial, afincada en Sarrión, Teruel va
ampliando su abanico de ofertas….
Esta magnífica obra de Charles –Ferdinand
Ramuz nos llega gracias a la traducción de Francisca Romeral Rosel.
Este escritor suizo fue durante años el más
incisivo en lengua francesa desde Suiza con una sutilidad, que merece capítulo
aparte y que nos parece—como ignorantes lectores---descomunal, que le llevó no
solamente a deleitarse con la novela,
también al poema o al ensayo y, luego, a ser llevado a la pantalla
adaptado…quizás también, lo sepamos o no, directa e indirectamente haya
influido a muchos otros escritores más cercanos a nuestro tiempo y que pudieron
estar influenciados por esa narrativa, pero sobre todo por esa mirada sutil de
contar las cosas….además no me dirán que no ven cómo algunos de los más
refutados films desde la mirada cinematográfica de algunos de los directores
más importantes no se ven, también, aquí ,desde el acercamiento a esta obra y
escritor, un poco influenciados…y es que en las artes, como en la vida, la
relación es mucho más osmótica de lo que nos parece…
También destaca en Charles-Ferdinand Ramuz su
sobriedad, además de aquella sutileza de la que, nosotros como lectores, no
sabemos hablar ni describir mejor..pero que les invitamos a descubrir.
La sinopsis de este libro: En los albores del
siglo XX, en pleno verano, en una aldea valaisana anclada en pleno corazón de
una comarca idílica, florece una historia de amor y de seducción. El dogma
cristiano, la noción de pecado, la segregación de clases y la incuestionable
superioridad del hombre sobre la mujer, van a contribuir a crear una atmósfera
de terror y a transformar una relación aparentemente inocente en drama
pasional. La naturaleza alpina del Valais, inquietante, complaciente o
premonitoria, pero siempre espléndida y majestuosa, interviene aquí de forma
fascinante, como un personaje más.
La pluma de
Charles-Ferdinand Ramuz :
Charles-Ferdinand Ramuz (Lausana, 1878 -
Pully, 1947) fue autor de una extensa obra entre la que se cuentan novelas,
ensayos y poemas. Además de la presente novela, publicada en París en 1905 y
con la que el escritor inició su carrera literaria, destacan Jean-Luc persécuté
(1908), Aimé Pache, peintre vaudois (1912) y Les signes parmi nous (1919). El
inmenso potencial cinematográfico de su obra ha constituido una fuente de
inspiración para cineastas franceses, rusos e italianos. La primera adaptación
cinematográfica fue Rapt de Dimitri Kirsanoff (1934), adaptación de La
séparation des races (1922). Alain Tanner dirigió el documental literario
Ramuz, passage d'un poéte (1961) en homenaje al escritor.
Y descubramos un poco a la traductora,
Francisca Romeral:
Francisca Romeral Rosel. Doctora en Filología
Francesa y miembro de la Asociación de Francesistas de la Universidad Española.
Se interesa por la literatura contemporánea en lengua francesa. Ha sido
invitada a residir en distintos Centros Europeos de Traductores y Escritores.
En 2020, durante su estancia en el Collége de Traducteurs Looren (Suiza),
concluyó la traducción de la obra de Charles Ferdinand Ramuz, Aline, publicada
ahora en este volumen.
El año pasado tradujo para Sílex Editores, París (Notas de un vaudés), una
suerte de obra autobiográfica en la que Ramuz narra su llegada a París (a la
edad de 20 años) y habla de sus orígenes, aparte de hacer una presentación
personalísima y amena de la gran urbe cosmopolita en los inicios del siglo XX.
Cazarabet conversa con Francisca Romeral
Rosel:
-Amiga,
¿cómo es el papel de una traductora en una obra como esta Alina desde la pluma
tan sobria como sutil que es el narrador Charles-Ferdinand Ramuz?
-Consiste principalmente en acercar a los
lectores en lengua española, a una gran figura de la literatura suiza en lengua
francesa, poco conocida, Ramuz. Para a mí, personalmente, Alina, publicada en 1905, resulta fascinante, primero porque se
trata de la primera novela de este autor (tiene entonces 27 años) porque el
tratamiento de la narración es muy novedoso para aquella época. Además, el
contexto rural y los personajes (surgidos de la Suiza natal del autor) enlazan
con el recuerdo colectivo que tenemos aquí de la “España negra”.
-¿Qué rasgo o
rasgos narrativos destacarías más de este escritor suizo en lengua francesa?;¿cómo
lo presentarías?
-Si Ramuz fuese un pintor, diríamos que es un
pintor figurativo. Se ciñe a lo que ve, pero no es un mero espectador culto y
distante, no se limita a representar una realidad determinada; deja plena
libertad a sus personajes para pensar, actuar y, sobre todo, hablar. Y la
narración del escritor trata de amoldarse a las peculiaridades de un entorno
específico, aquí, en Alina, un mundo
agrario, silvestre, en el que la naturaleza tiene un potencial inmenso, el de
la Suiza de finales del siglo XIX y principios del XX.
-Su sobriedad,
sutileza, naturalidad con que describe escenarios, personajes y en cómo “hace
deslizar” la trama cobra en él una dimensión muy importante en la narrativa,
¿cómo lo ves?; ¿qué nos puedes decir?
-Ramuz se declaró enemigo de lo “pintoresco”.
Trató de reproducir el lenguaje que se utilizaba a su alrededor, en la Suiza de
la región del Valais, con sus distorsiones y sus torpezas. Evitaba el lenguaje
académico, demasiado perfecto según él para tener un “alma”. A partir de Alina, Ramuz va a seguir elaborando una
lengua romanesca que calificará de “lenguaje gestual”. Crea lo que él llamará
un “francés llano o campero” (“français de plein-air”), una forma, entre otras
muchas, de expresarse en francés.
-Amiga Francisca
¿te ha costado mucho acercarte al particular mundo narrativo de Charles
Ferdinand Ramuz?
-Desde el primer momento, Ramuz me resultó
familiar. El mundo del que hablaba me pareció ya conocido, era como el mundo
que se evocaba a veces en mi familia, oriunda de un pueblo de Toledo. Me
parecía que los personajes de sus novelas eran prototipos reconocibles en
nuestro pasado y que la sociedad de tintes dramáticos que ponía en escena era
en esencia muy parecida a la que describían autores nuestros, Miguel de Unamuno
(pienso en Abel Sánchez, una historia de
pasión, por ejemplo), Federico García Lorca (La casa de Bernarda Alba), Miguel Delibes… Y también, ¿cómo no
pensar en el cine de Buñuel, Viridiana
o Los santos inocentes? Personajes
despiadados o incultos, esclavos de tradiciones ancestrales, de pasiones
desmedidas, de locura…
-¿Qué
te ha, digamos, costado un poco más a la hora de traducir a este autor su
propia idiosincrasia como autor y escritor o los textos como tal….?
Como he dicho antes, Ramuz creó su propio
lenguaje: pasaba de un tiempo verbal a otro, escribía de una forma muy oral,
hacía caso omiso de las convenciones sintácticas, sus descripciones de objetos,
de hechos, de elementos del paisaje o de personas, resultan a menudo
anárquicas. Por ello la mayor dificultad con su obra es traducir guardando el
tono del texto original, respetando el estilo directo, sin caer en la
incoherencia. Es decir, hacer una traducción “comprensible” sin que resulte
demasiado formal o académica.
-¿Por quién crees
que estaba influenciado este escritor suizo en lengua francesa y a quién ha ido
influenciando él?
-A Ramuz le gustaba mucho Flaubert y se
adivina la influencia de este último en ese escudriñar del alma, en las
descripciones intimistas. Era asimismo
un buen amigo de André Gide. Alina se
publicó en París en 1905 y no puede decirse que fuera bien recibida, aunque
Ramuz contaba ya con dos grandes admiradores: Paul Claudel y Céline.
-Conforme lo
descubría yo, estos días con Alina, y descubro por su narrativa descriptiva a
los personajes que pueblan en ese verano esa aldea valaisana veo a un tal
Hanneke y recuerdo, insistentemente a la cinta blanca, no puedo evitarlo---
-Muy acertada esta alusión al cine porque
precisamente Ramuz dedicó tres textos al séptimo arte, aunque dejó de
interesarse por ello a partir de 1920. La obra de Ramuz, tiene una influencia
estructural que procede del cine, en lo referente al punto de vista, a la
visión, que es como la de un águila. La narración está construida en la mayor
parte de sus novelas como un montaje cinematográfico, especialmente en Alina. Algunos principios de capítulo se
parecen sorprendentemente a los títulos intercalados en las películas de cine
mudo: “Al día siguiente”, “Era una tarde como cualquier otra tarde”, “Cuando se
hizo de noche”, … Se han hecho varias adaptaciones cinematográficas de obras de
Ramuz. La primera fue Rapt (1937), de Dimitri Kirsanoff. En 1967, se estrenó la
adaptación cinematográfica de Alina,
dirigida por François Weyergans.
-Amiga,
normalmente, ¿veis vuestro trabajo, como traductoras, compensado… os sentís
compensados por el colectivo de lectores?
-Lo más importante es dar a conocer a un
autor, rescatarlo del pasado, como es el caso de Ramuz, y que la obra traducida
se lea, por supuesto, y que esa lectura sea apreciada y oriente al lector hacia
otras obras del mismo autor.
-Cuando
una persona se dedica a la traducción, ¿a qué se condena para bien y para mal?
-Condenarse… Me suena como a “encerrarse en
una prisión regentada por el autor de la obra”. Sí, la verdad es que hay una
suerte de entrega. Hay una obligación y una fidelidad. Para sentirse bien
traduciendo, lo más importante, creo, es sentirse próximo, próxima, al autor.
El autor debe “permitirte” entrar en su obra. Una vez dentro de sus dominios
–grata sensación-, no hay que caer en el error de pensar que la obra ahora es
tuya.
-¿Una traductora
o un traductor se especializa en temas y en determinadas plumas?,¿ cómo ha sido
en el caso de traducir Alina con Charles-Ferdinand Ramuz?
-Cuando se es traductora independiente, como
es mi caso, hay preferencias por ciertos autores. Haces llegar propuestas de
traducción al editor como ocurrió con Muñoz Moya Editores. Juan Ignacio
Jiménez-Velasco siempre recibió con mucho interés mis propuestas.
-Amiga, ¿en qué
consiste el trabajo de traductora porque es mucho más que “traducir” tal como
lo entendemos…requiere mucho más de lo que aparentemente se ve, aunque quedéis en
un tercer plano…?
-Traducir es: consultar fuentes, leer,
repasar, corregir y volver a corregir, dialogar consigo misma y con el autor,
preguntarle “¿Qué quieres decir con esto?”. Y cuando digo leer me refiero a
leer otras obras traducidas, leer literatura, leer y releer. Traducir es un
trabajo muy serio: al final, suscribes un texto que se hará público. Es una
gran responsabilidad a la vez que una gran satisfacción.
A
veces, el traductor no es para nada invisible. Pienso ahora en el Premio de
Traducción del Instituto Cervantes que la institución otorga a traductores que
han traducido obras hacia el español. Por otra parte, estoy leyendo un libro
(varios autores) que se ha publicado recientemente y que no ha sido traducido
aún al español, La place des traducteurs (Classiques
Garnier, editores). En él, se hace mención del caso del traductor de Peter
Handke hacia el francés, Georges-Arthur Goldschmidt: se dio sobre todo a
conocer cuando Handke recibió el Premio Nobel de Literatura en 2019 y,
posteriormente concedió entrevistas y escribió artículos, valga como ejemplo su
artículo (se puede consultar en línea) "Goldschmidt, traducteur du
Nobel".
-Trabajo que
requiere, además de una metodología exigente, ¿verdad?
La metodología consiste sobre todo en la
corrección. En exigirse volver sobre lo que se ha escrito el día anterior o los
días anteriores y corregir hasta quedar completamente (casi, diría yo)
satisfecho. Hay numerosos instrumentos online, diccionarios específicos, que
ayudan. Y, sobre todo, está el maravilloso Diccionario de la Real Academia
Española que yo siempre consulto cuando me surge una duda.
-¿Qué
manías tienes como traductora?
-Volver a las primeras líneas o primeras
páginas de mi traducción antes de seguir avanzando en el texto original, hasta
que un día ya queda demasiado atrás. Entonces retomo la traducción desde lo que
escribí el día anterior o los días anteriores.
-¿Cómo es el
proceso de documentación del trabajo de la traducción?; ¿cómo ha sido en esta
ocasión?
-En esta ocasión, el proceso de documentación
ha consistido sobre todo en conocer a Ramuz y en leer otras obras suyas.
-Háblanos
de la relación con los editores porque son ellos los que te contratan, ¿no?
-Juan Ignacio Jiménez-Velasco y yo nos conocimos
a través de una amiga común y compañera mía de la Universidad de Cádiz, Martine
Renouprez. Desde el primer momento, la comunicación fue fluida y nos entendimos
muy bien. La primera obra que traduje para Muñoz Moya Editores fue una novela
de Françoise Lalande, cuyo título en español es La seducción de los tristes. Y hasta ahora.
-¿Cómo es el día
a día en el trabajo de una traductora?
-Ningún día se parece a otro. Hay días
dedicados completamente a la traducción y días en los que no traduces. Yo prefiero
traducir por la tarde-noche, las obligaciones cotidianas se han cumplido, el
mundanal ruido se ha acallado y tengo vía libre.
-Explicadnos
todos o todas sois en su mayoría filólogos, ¿no?; aunque ahora ya hay una
carrera que se dedica a la traducción, ¿es así?; ¿cuál es el perfil de los que
se dedican a la traducción?
-En efecto, los traductores de mi generación
somos mayoritariamente filólogos. En mi caso, estudié Filología francesa en la
Universidad Complutense de Madrid. Esta especialidad duraba tres años, que se
cursaban tras los dos años de Estudios Comunes en la Facultad de Filosofía y
Letras. Fueron tres años fantásticos; éramos muy pocos alumnos en esta
especialidad, a lo sumo unos quince, y teníamos unos excelentes profesores muy
exigentes. Leímos mucha literatura francesa. Ahora, los traductores que
provienen de las Escuelas de Traducción son más técnicos, menos “románticos”,
por decirlo de algún modo.
-Amiga, ¿nos
puedes explicar en qué estás trabajando ahora?
Hace pocos días, empecé a trabajar en la
traducción de otra obra de Ramuz cuyo título en español será Aimé Pache, pintor vaudés, publicada en
1910, también para Muñoz Moya Editores.
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