Cazarabet conversa con... José María Stampa Casas, autor de “El abogado
de la guarda” (Comares)
Un libro que nos desvelará no pocos a
pormenores del día adía de un abogado.
Lo que nos explica COMARES del libro: Que un
juez te pida dinero, negociar con un detective con TDAH, demandar a un
periodista cobarde, intentar aplacar a un promotor de boxeo o lidiar con un
torero tremendista; defender a un colega contra una oscura práctica bancaria,
salir por piernas de un pueblo de la Pampa o asesorar a una aristócrata, empresaria
de nivel mundial… son algunos ejemplos.
Este libro quiere demostrar que el ejercicio liberal de la profesión puede ser
muy divertido y, en cualquier caso, intenso; el buen abogado absorbe el
problema del cliente y lo hace suyo. Solucionarlo es su reto. Pero para ser
abogado hay que valer. El abogado nace y después se hace. Si fuese al revés,
estaríamos hablando del asesor jurídico y no es lo mismo
Hay profesionales refractarios a la tiranía de la inteligencia artificial. Se
me ocurren el médico de cabecera, el psicólogo o el confesor; el jockey, el
banderillero o el cantante de ópera. Hay más. Y es seguro que todos, antes o
después, llamarán a un abogado. Así pues, no cabe duda: la abogacía no
desaparecerá jamás, porque su ámbito de trabajo es la vida de las personas, la
vida misma.
El abogado de la guarda es exactamente eso: lo que estáis pensando, pero con
toga. Algunas veces hasta debe de protegerse a sí mismo. Se gana el sueldo. En
esta profesión, la rutina no existe. Aquí tenéis varios ejemplos. El futuro
abogado verá aventura; el veterano nostalgia. Y ambos, respeto por el
compañero. ¡La abogacía, esta abogacía, tiene un gran futuro!
El autor, José María Stampa Casas: inició su
carrera profesional en el despacho de su padre José María Stampa Braun hasta
que en el año 89 fundó su propio despacho. Su dedicación profesional ha sido
prácticamente exclusiva al mundo de la abogacía desde su doble vertiente de
abogado de empresa y profesional liberal, dirigiendo innumerables
procedimientos civiles en todas las instancias y penales de gran transcendencia
como KIO, Ibercorp, Banesto – Garriga Nogués, Thyssen, Operación Temple, SAGA, etc. Asimismo ha
intervenido en asuntos sucesorios tanto a nivel nacional como internacional.
Durante ocho años (1992-1999), fue Secretario de la Junta Directiva del Real
Madrid C.F., lo que le permitió desarrollar una importante práctica en el
ámbito del derecho deportivo. Es colaborador como articulista, en prensa
escrita, radio y televisión sobre asuntos relacionados con la profesión de
abogado. Letrado por oposición de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de
Madrid, desde el año 1982 hasta el 1994, año en que pidió la excedencia.
Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid.
Cazarabet
conversa con José María Stampa Casas:
-José
María, ¿por qué o qué es lo que te hace escribir este libro, El abogado de la
guarda?, que es como un compendio de algunos de tus casos que has vivido y
llevado a cabo…
-Se trata probablemente de una idea muy
común entre los abogados que nos dedicamos al ejercicio liberal de la
profesión. En principio tiendes a olvidarte del asunto cuando ha concluido,
archivar el expediente y dedicarte al próximo. Es casi obligatorio actuar así,
por sanidad mental; esa nube en la que hoy todos tendemos a guardar nuestros
archivos, la inventamos los abogados hace muchos años. No obstante, nunca
llegas a olvidarte de determinados casos. Están ahí y reaparecen continuamente.
Tales experiencias te han ido formando como abogado y te hacen mejor, pues
estoy convencido de que el abogado mejora con los años.
Un compañero, al leer el libro, lo
consideró un auto exorcismo y quizás esa sea la mejor respuesta a tu pregunta
de por qué o qué me hizo escribirlo. Expongo algunos casos que debía “echarlos
fuera” darlos a conocer. He dejado pasar el tiempo y al limarse las aristas, han quedado unos
relatos, duros en algún caso, pero desprovistos de dramatismo. Son casos reales
y eso les hace interesantes por sí mismos. Yo me he limitado a escribirlos de
forma que pueda entenderlos cualquier persona.
Por último, he pretendido mostrar a
los estudiantes de derecho una opción para su futuro profesional. Si no ejercen
liberalmente la abogacía (¿hay otra forma de ejercerla?), difícilmente se
encontrarán con situaciones parecidas. No pasa nada, claro está, pero hoy que
los emprendedores están tan de moda, ¿hay algo tan emprendedor como abrir tu
propio despacho de abogados?
¡De la vanidad hablamos otro día…!
-¿Cómo haces la
selección y en base a qué?
-No he seguido una estrategia especial
a la hora de hacer la selección ni el orden en que los casos aparecen en el
libro. Es simplemente cronológico. En ese orden han sido escritos.
En cuanto al criterio de selección,
está basado en la memoria. Hice un primer trabajo de recopilación de aquellos
asuntos que me llamaron la atención, con la disciplina de no abrir su
expediente. No he mirado un sólo papel. Es un ejercicio muy recomendable.
Cuando me di cuenta, tenía anotados
más de noventa casos. Elegí diez, aunque podría haber elegido otros. Son muchos
años de ejercicio profesional y la abogacía abre varias ventanas desde las que
observar la vida. Actualmente estoy con otra tanda. Si ven o no la luz,
dependerá del editor…
-Afirmas en la
sinopsis del libro que el abogado debe nacer y después hacerse… ¿quieres decir
que es vocacional y que no todos, aunque les guste la profesión, “valen” para
ser abogados?
-Es una forma de hablar para llamar la
atención, pero sí. Después de muchos años de abogacía, he llegado a la
conclusión de que el abogado “nace”. Es un don, si puede llamarse así.
Evidentemente deberá formarse, estudiar, aprender a usar los instrumentos para
desarrollar su trabajo. Unos lo harán mejor que otros y dará como resultado
abogados mejores o peores, pero eso sirve para cualquier profesión.
Ya en la Facultad ves quien tiene
“madera” de abogado. Y no todos valen. De hecho, en los Colegios de Abogados hay más licenciados en derecho que
abogados propiamente dichos. Hoy día, siguiendo criterios de los países más
desarrollados de nuestro entorno, no basta con la licenciatura para acceder a
la condición de abogado; son preceptivos los cursos de acceso a la abogacía.¡ Aun así, hay abogados no ejercientes! Nunca he entendido esa categoría. Luego, la
práctica profesional, muy dura, es cierto, te sitúa en tu verdadera escala.
Pero eso es otro tema…
-¿Qué
características, casi genéticas, debe tener, según tu parecer, un abogado?
-Genéticas es mucho decir. Antiguamente
se decía que para ser abogado había que ser alto, tener buena voz, vestir bien
y ser simpático, pero esas características le vienen bien a cualquiera, sea o
no abogado. Lo de la simpatía es cierto. Lo primero que ha de hacer un abogado
es conseguir clientes y conservarlos, pues no es fácil distinguir si uno es
buen abogado porque tiene muchos clientes o tiene muchos clientes porque es
buen abogado. Pero eso también le viene bien a cualquier profesional, a
cualquier persona. No es, pues un elemento diferenciador. En mi opinión, un
abogado es fundamentalmente un luchador porque sabe que acabará defendiendo sus
argumentos ante a un Tribunal de Justicia y frente a un colega que opinará
exactamente lo contrario, Al cliente solo le importa ganar y esa decisión
depende de un tercero. Y al final solo habrá una consecuencia. O gana o pierde.
No hay más matices. CARNELUTTI, uno de los mejores abogados de la historia,
definió a la abogacía como “la más difícil y peligrosa de las profesiones
liberales”. En fin, no diría yo tanto. ¿La de matador de toros vale como
profesión liberal…?
-Si no eres un
asesor jurídico, quizás más que excelente, pero “asesor”… ¿es eso?, ¿nos puedes
explicar un poco…? ¿porqué no es lo mismo u abogado
que un asesor jurídico?
-Según lo veo, abogado y asesor
jurídico no solo no son lo mismo, sino que en la mayoría de los casos, son
figuras antagónicas. El asesor jurídico, profesión respetabilísima, suele ser
un pésimo abogado. Es aséptico en sus opiniones, emite un dictamen objetivo
casi siempre muy bien fundamentado y salva su responsabilidad si quien le
solicita su asesoramiento no cumple escrupulosamente con la opinión emitida en
derecho. Dos más dos suman cuatro. Y así es. No se compromete más de la cuenta.
El
buen abogado se implica en el asunto. No cabe la asepsia. Se identifica
con el caso, se “asocia” con el cliente y además se sublima con el otro, en
concreto con tres otros: el referido
cliente, el contrario y el juez, quien decidirá en última instancia. Dos y dos
suman cuatro, pero también puede ser más de tres o menos de cinco. Debe ser
jurista, por supuesto, pero le define más su implicación con el caso, con la zozobra del resultado.
-Si el abogado es
vocacional,¿ qué lo diferencia de otras profesiones
que “tradicionalmente” están como más tachadas
de “vocacionales” como la profesión médica, la psicología?
-Más que “vocacionales”, yo las
llamaría profesiones “humanistas”. El desempeño profesional del abogado y el de
esas otras dos profesiones a las que te refieres, el médico (yo la centraría en
el médico de cabecera, en el internista fundamentalmente) o el psicólogo,
tienen muchas similitudes. En las tres está presente el humanismo,
entendiéndolo como conciencia moral e implicación personal con quien te plantea
íntimamente un problema y pretende una solución. El cliente, el paciente, lo
primero que necesita es ser escuchado y que le tranquilices en la medida de lo
posible. En eso, las tres profesiones se parecen mucho. En nuestra profesión,
la psicología es importantísima.
-¿Hay
que tener una “inteligencia artificial” como especial…por qué la tildas de
tirana?
-Yo no tildo de tirana a la
inteligencia artificial. Vivimos con ella y en ella. No se puede ir en contra
de los tiempos. Es una batalla perdida de antemano. Lo que quiero poner de
manifiesto y así lo digo en el libro, es que hay profesiones que por mucha
inteligencia artificial que queramos aplicar, nunca podrán ser sustituidas por
la máquina, por el algoritmo o como quiera llamársele. La abogacía es una de
ellas, pero hay muchas más. La inteligencia artificial nunca podrá sustituir a
la relación personal del abogado y su cliente. Es obvio. Nadie le va a contar
sus problemas personales a un robot. En el libro hay varios ejemplos.
-Tenéis, en
general, ya sabes que se prejuzga demasiado…pero el caso es que tenéis “mala
fama”, ¿cómo lo llevas o parte de “ese gen” –sobre el que sustentas que el
abogado nace y luego se hace--es tener
”las espaldas bien anchas”?
-Bueno, es cierto que se hacen bromas
con la mala fama de los abogados. Los profesionales liberales estamos expuestos
a esa crítica y hay que saber llevarla con sentido del humor. No todos los
abogados merecen tener buena fama, pero de ahí a generalizar…También los
médicos son tildados muchas veces de “matasanos” o los psicólogos o los
psiquiatras de “loqueros” y sin embargo tales profesiones no solo no
desaparecen sino que están experimentando un notable crecimiento. Pero si, tu
pregunta está muy bien planteada, aunque yo sustituiría lo de las “espaldas
anchas” por “paciencia franciscana”. Esta profesión desgasta porque vives con
el problema del cliente. Lo conviertes en tuyo. Ahí sí es útil una espalda
ancha y bien fuerte…
-¿El ejercicio de
la abogacía no es para estómagos sensibles…?
-Esta es fácil. Para estómagos
delicados nunca recomendaría a nadie ser cirujano o, si quieres relacionarlo
con el derecho, médico forense. Los abogados somos muy sensibles en general…;
buena gente.
-En el libro vas
contando un abanico de casos, bien variados, pero también de “peripecias”…¿cuál ha sido “como más divertida” y en cuáles lo has
pasado mal, realmente mal o te has visto en una situación bien delicado…?
-Los casos expuestos me han parecido
muy interesantes y en ese sentido puede decirse que me divirtieron. Espero que
también lo sean para el lector. Todos guardan una sorpresa. Con ello he
pretendido demostrar que el ejercicio liberal de la abogacía puede ser y lo es,
una práctica profesional alejada de la rutina.
Para contestar a tu pregunta, si tengo
que elegir uno divertido, elegiría el del “Detective Volador” y, si te soy
sincero, lo pasé francamente mal en “El Angel de la
Guarda de Santa Fe”. De hecho, puede considerarse el origen del título del
libro. Sinceramente, todos los valoro por igual. También es verdad que alguna
situación hubiese preferido no vivirla. En ese caso, el cliente nos dio a todos
una buena lección, para que se la contásemos al amigo del juez…
-Lo que sí me
parece que con la escritura del libro te lo has pasado muy, muy bien…y eso
solamente pasa si, profesionalmente, también te lo pasas bien en el día adía….
-Son dos cosas distintas.
Efectivamente, escribiendo el libro lo he pasado muy bien y parece que se nota.
Ahora bien, una cosa es escribir, transcurrido un tiempo, de determinados
asuntos ya interesantes por sí mismos y hacerlo con tranquilidad, ordenadamente
y poniendo de relieve, espero que con sentido del humor, los aspectos más
chocantes y otra muy distinta es vivir todas esas peripecias entrelazadas. Los
casos no suelen ordenarse como en el libro, pues muchas veces coinciden varios
a la vez y te aseguro que entonces no lo
pasas tan bien, porque debes atender a varios apremios. Puede llegar a ser muy
estresante. Ahí interviene la profesionalidad, la experiencia o la práctica,
procurando que el cliente no lo note demasiado.
-¿Qué
tiene que pasar para que esquives u no quieras representar un caso o a una
persona…estableces líneas rojas?
-No soy ni de líneas rojas, ni de
cordones sanitarios. Ese metalenguaje se lo dejo a los políticos para que se
entretengan entre ellos. Toda persona tiene “derecho a la defensa y al
asistencia de letrado” (ahí la Constitución Española debería haber dicho a la
defensa y asistencia de abogado). Es evidente y no precisa de más argumentos.
Ahora bien, de la misma forma que
cualquier persona tiene derecho a ser asistida por un abogado que la
represente, todo abogado tiene derecho a representar a quien estime oportuno.
No hace falta profundizar demasiado. A veces no aceptas la defensa de alguien
simplemente porque no tienes química con esa persona. Sin más. Luego está lo de
odiar el delito y compadecer al delincuente. La frase es bonita, pero irreal.
Nunca compadecería a un asesino a sueldo o a un infanticida o a un pederasta;
hay varios ejemplos insertos en el derecho natural. Sin perjuicio de
reconocerles, por supuesto, su derecho a ser defendidos por un abogado, yo no
lo haría. Y no daría explicaciones, tampoco lo hago ahora.
-¿Alguna vez has
aceptado un caso porque no te cabía otra? ¿Te puede, detrás de cada
representación el éxito, ganar y solamente ganar…? Aceptarías, aunque cumpliese el caso tus
premisas si se pasease por delante el fantasma de no ganar el caso?
- Durante un tiempo fui abogado de empresa y
tuve que aceptar algunos casos, porque, como tú dices, no me cabía otra. Y es
una experiencia muy desagradable. Por suerte, me liberé pronto de ese yugo. El
abogado no es un defensor incondicional de cualquier interés, su actuación
profesional le exige estar en condiciones de actuar con absoluta libertad. Sin
esa libertad no hay abogacía tal y como yo la entiendo.
Por lo demás, sin fe en algunas
posibilidades de defensa no puede desarrollarse bien nuestra tarea. Al cliente
no hay que obedecerle, es él quien tiene que obedecerte. Pasa lo mismo con el
médico o el psicólogo, que hemos dado en considerar profesiones similares.
¿Alguien en su sano juicio les obligaría a emitir un diagnóstico con el que no
estuviesen de acuerdo? Pues con nosotros ocurre o debe ocurrir lo mismo.
Yo podría aceptarlo, no tanto el
cliente. Al principio sí; después sólo le valdrá el éxito. Es cierto que la
sentencia no es la verdad absoluta, sino la solución impuesta por la autoridad
derivada de nuestro tercer poder. Aunque sea muy injusto, nadie analiza al
abogado por su pericia o su dedicación al caso, sino por el resultado. Así que
si no veo posibilidades de éxito, aunque sean mínimas, ni acepto el caso ni
aconsejo al cliente que siga adelante. Me parece lo más honesto.
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