edition-119013.jpgCazarabet conversa con...   José María Stampa Casas, autor de “El abogado de la guarda” (Comares)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un libro que nos desvelará no pocos a pormenores  del día  adía de un abogado.

Lo que nos explica COMARES del libro: Que un juez te pida dinero, negociar con un detective con TDAH, demandar a un periodista cobarde, intentar aplacar a un promotor de boxeo o lidiar con un torero tremendista; defender a un colega contra una oscura práctica bancaria, salir por piernas de un pueblo de la Pampa o asesorar a una aristócrata, empresaria de nivel mundial… son algunos ejemplos.
Este libro quiere demostrar que el ejercicio liberal de la profesión puede ser muy divertido y, en cualquier caso, intenso; el buen abogado absorbe el problema del cliente y lo hace suyo. Solucionarlo es su reto. Pero para ser abogado hay que valer. El abogado nace y después se hace. Si fuese al revés, estaríamos hablando del asesor jurídico y no es lo mismo
Hay profesionales refractarios a la tiranía de la inteligencia artificial. Se me ocurren el médico de cabecera, el psicólogo o el confesor; el jockey, el banderillero o el cantante de ópera. Hay más. Y es seguro que todos, antes o después, llamarán a un abogado. Así pues, no cabe duda: la abogacía no desaparecerá jamás, porque su ámbito de trabajo es la vida de las personas, la vida misma.
El abogado de la guarda es exactamente eso: lo que estáis pensando, pero con toga. Algunas veces hasta debe de protegerse a sí mismo. Se gana el sueldo. En esta profesión, la rutina no existe. Aquí tenéis varios ejemplos. El futuro abogado verá aventura; el veterano nostalgia. Y ambos, respeto por el compañero. ¡La abogacía, esta abogacía, tiene un gran futuro!

El autor, José María Stampa Casas: inició su carrera profesional en el despacho de su padre José María Stampa Braun hasta que en el año 89 fundó su propio despacho. Su dedicación profesional ha sido prácticamente exclusiva al mundo de la abogacía desde su doble vertiente de abogado de empresa y profesional liberal, dirigiendo innumerables procedimientos civiles en todas las instancias y penales de gran transcendencia como KIO, Ibercorp, Banesto – Garriga Nogués, Thyssen, Operación Temple, SAGA, etc. Asimismo ha intervenido en asuntos sucesorios tanto a nivel nacional como internacional. Durante ocho años (1992-1999), fue Secretario de la Junta Directiva del Real Madrid C.F., lo que le permitió desarrollar una importante práctica en el ámbito del derecho deportivo. Es colaborador como articulista, en prensa escrita, radio y televisión sobre asuntos relacionados con la profesión de abogado. Letrado por oposición de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, desde el año 1982 hasta el 1994, año en que pidió la excedencia. Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con José María Stampa Casas:

image1---copia.jpg-José María, ¿por qué o qué es lo que te hace escribir este libro, El abogado de la guarda?, que es como un compendio de algunos de tus casos que has vivido y llevado a cabo…

-Se trata probablemente de una idea muy común entre los abogados que nos dedicamos al ejercicio liberal de la profesión. En principio tiendes a olvidarte del asunto cuando ha concluido, archivar el expediente y dedicarte al próximo. Es casi obligatorio actuar así, por sanidad mental; esa nube en la que hoy todos tendemos a guardar nuestros archivos, la inventamos los abogados hace muchos años. No obstante, nunca llegas a olvidarte de determinados casos. Están ahí y reaparecen continuamente. Tales experiencias te han ido formando como abogado y te hacen mejor, pues estoy convencido de que el abogado mejora con los años.

Un compañero, al leer el libro, lo consideró un auto exorcismo y quizás esa sea la mejor respuesta a tu pregunta de por qué o qué me hizo escribirlo. Expongo algunos casos que debía “echarlos fuera” darlos a conocer. He dejado pasar el tiempo y al  limarse las aristas, han quedado unos relatos, duros en algún caso, pero desprovistos de dramatismo. Son casos reales y eso les hace interesantes por sí mismos. Yo me he limitado a escribirlos de forma que pueda entenderlos cualquier persona.

Por último, he pretendido mostrar a los estudiantes de derecho una opción para su futuro profesional. Si no ejercen liberalmente la abogacía (¿hay otra forma de ejercerla?), difícilmente se encontrarán con situaciones parecidas. No pasa nada, claro está, pero hoy que los emprendedores están tan de moda, ¿hay algo tan emprendedor como abrir tu propio despacho de abogados?

¡De la vanidad hablamos otro día…!

 

-¿Cómo haces la selección y en base a qué?

-No he seguido una estrategia especial a la hora de hacer la selección ni el orden en que los casos aparecen en el libro. Es simplemente cronológico. En ese orden han sido escritos.

En cuanto al criterio de selección, está basado en la memoria. Hice un primer trabajo de recopilación de aquellos asuntos que me llamaron la atención, con la disciplina de no abrir su expediente. No he mirado un sólo papel. Es un ejercicio muy recomendable.

Cuando me di cuenta, tenía anotados más de noventa casos. Elegí diez, aunque podría haber elegido otros. Son muchos años de ejercicio profesional y la abogacía abre varias ventanas desde las que observar la vida. Actualmente estoy con otra tanda. Si ven o no la luz, dependerá del editor…

 

-Afirmas en la sinopsis del libro que el abogado debe nacer y después hacerse… ¿quieres decir que es vocacional y que no todos, aunque les guste la profesión, “valen” para ser abogados?

-Es una forma de hablar para llamar la atención, pero sí. Después de muchos años de abogacía, he llegado a la conclusión de que el abogado “nace”. Es un don, si puede llamarse así. Evidentemente deberá formarse, estudiar, aprender a usar los instrumentos para desarrollar su trabajo. Unos lo harán mejor que otros y dará como resultado abogados mejores o peores, pero eso sirve para cualquier profesión.

Ya en la Facultad ves quien tiene “madera” de abogado. Y no todos valen. De hecho, en los Colegios de  Abogados hay más licenciados en derecho que abogados propiamente dichos. Hoy día, siguiendo criterios de los países más desarrollados de nuestro entorno, no basta con la licenciatura para acceder a la condición de abogado; son preceptivos los cursos de acceso a la abogacía Aun así, hay abogados no ejercientes!  Nunca he entendido esa categoría. Luego, la práctica profesional, muy dura, es cierto, te sitúa en tu verdadera escala. Pero eso es otro tema…

 

jose-maria-obbz4ux8k66tvyri.jpg-¿Qué características, casi genéticas, debe tener, según tu parecer, un abogado?

-Genéticas es mucho decir. Antiguamente se decía que para ser abogado había que ser alto, tener buena voz, vestir bien y ser simpático, pero esas características le vienen bien a cualquiera, sea o no abogado. Lo de la simpatía es cierto. Lo primero que ha de hacer un abogado es conseguir clientes y conservarlos, pues no es fácil distinguir si uno es buen abogado porque tiene muchos clientes o tiene muchos clientes porque es buen abogado. Pero eso también le viene bien a cualquier profesional, a cualquier persona. No es, pues un elemento diferenciador. En mi opinión, un abogado es fundamentalmente un luchador porque sabe que acabará defendiendo sus argumentos ante a un Tribunal de Justicia y frente a un colega que opinará exactamente lo contrario, Al cliente solo le importa ganar y esa decisión depende de un tercero. Y al final solo habrá una consecuencia. O gana o pierde. No hay más matices. CARNELUTTI, uno de los mejores abogados de la historia, definió a la abogacía como “la más difícil y peligrosa de las profesiones liberales”. En fin, no diría yo tanto. ¿La de matador de toros vale como profesión liberal…?

 

-Si no eres un asesor jurídico, quizás más que excelente, pero “asesor”… ¿es eso?, ¿nos puedes explicar un poco…? ¿porqué no es lo mismo u abogado que un asesor jurídico?

-Según lo veo, abogado y asesor jurídico no solo no son lo mismo, sino que en la mayoría de los casos, son figuras antagónicas. El asesor jurídico, profesión respetabilísima, suele ser un pésimo abogado. Es aséptico en sus opiniones, emite un dictamen objetivo casi siempre muy bien fundamentado y salva su responsabilidad si quien le solicita su asesoramiento no cumple escrupulosamente con la opinión emitida en derecho. Dos más dos suman cuatro. Y así es. No se compromete más de la cuenta.

El  buen abogado se implica en el asunto. No cabe la asepsia. Se identifica con el caso, se “asocia” con el cliente y además se sublima con el otro, en concreto con tres otros: el  referido cliente, el contrario y el juez, quien decidirá en última instancia. Dos y dos suman cuatro, pero también puede ser más de tres o menos de cinco. Debe ser jurista, por supuesto, pero le define más su implicación  con el caso, con la zozobra del resultado.

 

-Si el abogado es vocacional,¿ qué lo diferencia de otras profesiones que “tradicionalmente”  están como más tachadas de “vocacionales” como la profesión médica, la psicología?

-Más que “vocacionales”, yo las llamaría profesiones “humanistas”. El desempeño profesional del abogado y el de esas otras dos profesiones a las que te refieres, el médico (yo la centraría en el médico de cabecera, en el internista fundamentalmente) o el psicólogo, tienen muchas similitudes. En las tres está presente el humanismo, entendiéndolo como conciencia moral e implicación personal con quien te plantea íntimamente un problema y pretende una solución. El cliente, el paciente, lo primero que necesita es ser escuchado y que le tranquilices en la medida de lo posible. En eso, las tres profesiones se parecen mucho. En nuestra profesión, la psicología es importantísima.

 

274f1c0be326def29116d785957.jpg-¿Hay que tener una “inteligencia artificial” como especial…por qué la tildas de tirana?

-Yo no tildo de tirana a la inteligencia artificial. Vivimos con ella y en ella. No se puede ir en contra de los tiempos. Es una batalla perdida de antemano. Lo que quiero poner de manifiesto y así lo digo en el libro, es que hay profesiones que por mucha inteligencia artificial que queramos aplicar, nunca podrán ser sustituidas por la máquina, por el algoritmo o como quiera llamársele. La abogacía es una de ellas, pero hay muchas más. La inteligencia artificial nunca podrá sustituir a la relación personal del abogado y su cliente. Es obvio. Nadie le va a contar sus problemas personales a un robot. En el libro hay varios ejemplos.

 

-Tenéis, en general, ya sabes que se prejuzga demasiado…pero el caso es que tenéis “mala fama”, ¿cómo lo llevas o parte de “ese gen” –sobre el que sustentas que el abogado nace y luego se hace--es tener   ”las espaldas bien anchas”?

-Bueno, es cierto que se hacen bromas con la mala fama de los abogados. Los profesionales liberales estamos expuestos a esa crítica y hay que saber llevarla con sentido del humor. No todos los abogados merecen tener buena fama, pero de ahí a generalizar…También los médicos son tildados muchas veces de “matasanos” o los psicólogos o los psiquiatras de “loqueros” y sin embargo tales profesiones no solo no desaparecen sino que están experimentando un notable crecimiento. Pero si, tu pregunta está muy bien planteada, aunque yo sustituiría lo de las “espaldas anchas” por “paciencia franciscana”. Esta profesión desgasta porque vives con el problema del cliente. Lo conviertes en tuyo. Ahí sí es útil una espalda ancha y bien fuerte…

 

-¿El ejercicio de la abogacía no es para estómagos sensibles…?

-Esta es fácil. Para estómagos delicados nunca recomendaría a nadie ser cirujano o, si quieres relacionarlo con el derecho, médico forense. Los abogados somos muy sensibles en general…; buena gente.

 

-En el libro vas contando un abanico de casos, bien variados, pero también de “peripecias”…¿cuál ha sido “como más divertida” y en cuáles lo has pasado mal, realmente mal o te has visto en una situación bien delicado…?

-Los casos expuestos me han parecido muy interesantes y en ese sentido puede decirse que me divirtieron. Espero que también lo sean para el lector. Todos guardan una sorpresa. Con ello he pretendido demostrar que el ejercicio liberal de la abogacía puede ser y lo es, una práctica profesional alejada de la rutina.

Para contestar a tu pregunta, si tengo que elegir uno divertido, elegiría el del “Detective Volador” y, si te soy sincero, lo pasé francamente mal en “El Angel de la Guarda de Santa Fe”. De hecho, puede considerarse el origen del título del libro. Sinceramente, todos los valoro por igual. También es verdad que alguna situación hubiese preferido no vivirla. En ese caso, el cliente nos dio a todos una buena lección, para que se la contásemos al amigo del juez…

 

-Lo que sí me parece que con la escritura del libro te lo has pasado muy, muy bien…y eso solamente pasa si, profesionalmente, también te lo pasas bien en el día  adía….

-Son dos cosas distintas. Efectivamente, escribiendo el libro lo he pasado muy bien y parece que se nota. Ahora bien, una cosa es escribir, transcurrido un tiempo, de determinados asuntos ya interesantes por sí mismos y hacerlo con tranquilidad, ordenadamente y poniendo de relieve, espero que con sentido del humor, los aspectos más chocantes y otra muy distinta es vivir todas esas peripecias entrelazadas. Los casos no suelen ordenarse como en el libro, pues muchas veces coinciden varios a la vez y te aseguro  que entonces no lo pasas tan bien, porque debes atender a varios apremios. Puede llegar a ser muy estresante. Ahí interviene la profesionalidad, la experiencia o la práctica, procurando que el cliente no lo note demasiado.

 

image0---copia.jpg-¿Qué tiene que pasar para que esquives u no quieras representar un caso o a una persona…estableces líneas rojas?

-No soy ni de líneas rojas, ni de cordones sanitarios. Ese metalenguaje se lo dejo a los políticos para que se entretengan entre ellos. Toda persona tiene “derecho a la defensa y al asistencia de letrado” (ahí la Constitución Española debería haber dicho a la defensa y asistencia de abogado). Es evidente y no precisa de más argumentos.

Ahora bien, de la misma forma que cualquier persona tiene derecho a ser asistida por un abogado que la represente, todo abogado tiene derecho a representar a quien estime oportuno. No hace falta profundizar demasiado. A veces no aceptas la defensa de alguien simplemente porque no tienes química con esa persona. Sin más. Luego está lo de odiar el delito y compadecer al delincuente. La frase es bonita, pero irreal. Nunca compadecería a un asesino a sueldo o a un infanticida o a un pederasta; hay varios ejemplos insertos en el derecho natural. Sin perjuicio de reconocerles, por supuesto, su derecho a ser defendidos por un abogado, yo no lo haría. Y no daría explicaciones, tampoco lo hago ahora.

 

-¿Alguna vez has aceptado un caso porque no te cabía otra? ¿Te puede, detrás de cada representación el éxito, ganar y solamente ganar…?  Aceptarías, aunque cumpliese el caso tus premisas si se pasease por delante el fantasma de no ganar el caso?

- Durante un tiempo fui abogado de empresa y tuve que aceptar algunos casos, porque, como tú dices, no me cabía otra. Y es una experiencia muy desagradable. Por suerte, me liberé pronto de ese yugo. El abogado no es un defensor incondicional de cualquier interés, su actuación profesional le exige estar en condiciones de actuar con absoluta libertad. Sin esa libertad no hay abogacía tal y como yo la entiendo.

Por lo demás, sin fe en algunas posibilidades de defensa no puede desarrollarse bien nuestra tarea. Al cliente no hay que obedecerle, es él quien tiene que obedecerte. Pasa lo mismo con el médico o el psicólogo, que hemos dado en considerar profesiones similares. ¿Alguien en su sano juicio les obligaría a emitir un diagnóstico con el que no estuviesen de acuerdo? Pues con nosotros ocurre o debe ocurrir lo mismo.

Yo podría aceptarlo, no tanto el cliente. Al principio sí; después sólo le valdrá el éxito. Es cierto que la sentencia no es la verdad absoluta, sino la solución impuesta por la autoridad derivada de nuestro tercer poder. Aunque sea muy injusto, nadie analiza al abogado por su pericia o su dedicación al caso, sino por el resultado. Así que si no veo posibilidades de éxito, aunque sean mínimas, ni acepto el caso ni aconsejo al cliente que siga adelante. Me parece lo más honesto. 

 

 

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