La
Librería de El Sueño Igualitario
"Elogio
del anarquismo" es un libro
editado por Crítica desde la pluma de James C Scott y el nombre de este
pensador y crítico ya lo dice todo, al menos para los afines a temas de
sociología, humanidades, politología y analítica de las situaciones que rodean
las “estabilidades” del mundo.
James C. Scott
(nacido el 2 de diciembre de 1936) es un Sterling Professor
[la más alta distinción académica en la universidad de Yale] de ciencias
políticas en la Universidad de Yale (EE.UU.). Antes de ser promocionado como Sterling Professor,
era profesor de ciencias políticas y antropología por la cátedra "Eugente Meyer". Además, es el director del programa de
estudios agrarios. Está formado y especializado en asuntos del sudeste
asiático.
El trabajo de James Scott se centra en las formas en que las clases subalternas
resisten la dominación. Su primer interés se centró en el campesinado del
estado de Kedah (Malasia), sobre el que escribió The
Moral Economy of the Peasant: Subsistence and Rebellion in Southeast Asia
("Economía moral del campesino: subsistencia y rebelión en el Sudeste
Asiático"), publicado en 1976, acerca de la manera en que el campesinado
resistía a la autoridad. En Weapons of the Weak: Everyday
Forms of Peasant Resistance ("Armas del débil: formas cotidianas de
la resistencia campesina"), publicado en 1985, amplía sus teorías al
campesinado de otras regiones, y en Domination
and the Arts of Resistance: The Hidden Transcript of Subordinate Groups ("Los
dominados y el arte de la resistencia"), publicado en 1990, argumenta que
todos los grupos subordinados resisten de forma muy similar a la que muestra el
campesinado. Estos tres trabajados han sido sintetizados sarcásticamente bajo
la descripción: "campesinos en Malasia, campesinos en todos lados, todo el
mundo en todos lados". Las teorías de Scott son frecuentemente comparadas con
las tesis gramscianas sobre la hegemonía. Sin
embargo, Scott argumenta contra Gramsci
que la resistencia cotidiana de los dominados es la prueba de que ellos no han
consentido la dominación.
En Domination and the
Arts of Resistance,
Scott usa el concepto public transcript ("discurso público") para
describir las interacciones abiertas y públicas entre dominantes y dominados y
el concepto hidden transcript
("discurso oculto") para la crítica del poder que opera en la
trastienda, que los dominantes no pueden ver ni escuchar. Los distintos
sistemas de dominación (políticos, económicos, culturales y religiosos) tienen
características que no se consideran ni relacionan con su dimensión pública.
Con la intención de estudiar los sistemas de dominación, Scott otorga una
atención especial a lo que está debajo de lo evidente, de lo explícitamente público.
En lo público, aquellos que son oprimidos aceptan la dominación, pero siempre
cuestionan la dominación de trastienda. Cuando la "hidden
transcript" se hace pública, las clases
oprimidas asumen abiertamente sus discursos y se vuelven conscientes de su condición
común.
Con la monografía Seeing Like a State: How
Certain Schemes to Improve the
Human Condition Have Failed ("Mirar como
un Estado: cómo ciertas estrategias prueban que la condición humana ha
fracasado"), publicada en 1998, Scott profundiza en el mundo de la ciencia
política, mostrando cómo los gobiernos centrales intentan forzar la comprensión
sobre sus asuntos, haciendo que se pierda el conocimiento local, que él llama mētis. Cita como ejemplo la génesis de los
apellidos permanentes. Scott habla de un galés que en un tribunal se identificó
con una larga lista de patronímicos: "John, hijo de Thomas, hijo de
William", etc. En su población local, esta nomenclautra
aportaba un montón de información, porque la gente podía identificarle como el
hijo de Thomas y el nieto de William, y entonces distinguirle de los otros
Johns y de los otros nietos de Thomas. Esto no tenía la menor utilidad para el
gobierno central, que no podía conocer a Thomas ni a William, así que el
tribunal pidió que John adoptara un apellido permanente (en este caso, el
nombre de su población). La medida facilitaría que el gobierno central
mantuviera la pista de estos asuntos (administrativos, jurídicos), pero
perdiendo la información local. Scott argumenta que para que estas medidas
demuestren el éxito de la condición humana tienen que tener en cuenta las
condiciones locales, lo que ha sido claramente impedido por las ideologías hipermodernas del siglo XX. Y destaca las granjas
colectivas de la Unión Soviética, la construcción de Brasilia y las técnicas forestalas prusianas como casos de esquemas fracasados.
Scott fue un referente de las ciencias políticas para el movimiento de la
perestroika, al sostener que los estudios de lo cuantitativo habían sido
sobrevalorados en detrimento de los cualitativos, y que estos deberían tener
mayor aceptación en las publicaciones académicas.
Los intereses intelectuales de Scott serían la economía política, el
anarquismo, la ideología, las políticas agrarias, la revolución, el sudeste
asiático y las relaciones de clases.
Scott vive actualmente en Connecticut (EE.UU.), donde cría ovejas. Hizo el
bachillerato en el Williams College y su licenciatura
y doctorado en Yale en 1967. Enseñó en la Universidad de Wisconsin–Madison
hasta 1976, año en que regresó a Yale.
Más sobre el autor: FUENTE: http://www.rebeldemule.org/foro/biblioteca/tema8720.html
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Elogio del anarquismo. James C. Scott
224 páginas 15,5 x 23 cms.
19,90 euros
Crítica
“Soy un gran fan de James Scott.” Francis Fukuyama
«La crítica anarquista al Estado, puesta al día por Jim
Scott. Una historia que explica muchas cosas del presente.» Julián Casanova
“Los argumentos que se encontrarán aquí —nos dice James C. Scott— se fueron
gestando durante largo tiempo, mientras escribía acerca de campesinos,
conflictos de clase, resistencia y pueblos marginales en las colinas del
sudeste de Asia”.
De esta investigación surge Elogio del anarquismo, un estudio que recupera la
rica tradición del pensamiento anarquista para aplicarla a uno de los mayores
problemas de nuestro tiempo: la angustia de vivir agobiados entre el excesivo
peso del estado y el desencanto con la revolución.
Mediante una selección de momentos puntuales de la historia contemporánea,
Scott nos recuerda que la desobediencia civil ante leyes que resultaban
injustas ha sido uno de los factores que han permitido la mejora del sistema
democrático y el avance de la humanidad.
Recupera así el sentido común que subyace en el pensamiento anarquista y lo
sitúa en manos de los ciudadanos, como un arma defensiva ante las decisiones
políticas que benefician a los grandes poderes económicos a costa del bien
común.
James C. Scott es Sterling Professor de Ciencias
Políticas, catedrático de antropología y codirector del Programa de Estudios
agrarios en la Universidad de Yale. En tre
sus libros figuran Seeing Like a State: How
Certain Schemes to Improve the Human Condition Have Failed; Domination and the
Arts of Resistance: Hidden Transcripts; and most recently, The Art of Not Being
Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia. Es miembro de la Academia Americana
de Artes y Ciencias y un mediocre granjero y apicultor.
Por: EL PAÍS | 06 de junio de 2013
Por Julián Casanova
En 1976 James C. Scott, actualmente profesor de Sociología y
Antropología en la Universidad de Yale, publicó The Moral Economy of the Peasant. Rebellion
and Subsistance in South East Asia.
En esa obra Scott anticipó un enfoque que explicaba la interacción entre la
comunidad local y el mundo exterior vista desde la óptica de los campesinos.
Nueve años después, el mismo Scott pulía y ampliaba ese modelo interpretativo
en Weapons of the
Weak. Everyday Forms of Peasant Resistance. Scott tenía razón: las
ocasiones en que los campesinos se rebelaban y enfrentaban al estado y a las
elites agrarias eran raras y extraordinarias y, sin embargo, la mayoría de los
estudios sobre la protesta campesina estaban únicamente interesados en
rebeliones y revoluciones. Mejor sería, para no seguir dando vueltas al mismo
asunto, introducirse en ese terreno inexplorado, a caballo entre la pasividad y
el desafío colectivo abierto, de las formas "corrientes" de la
resistencia campesina.
El enfoque y las investigaciones
de Scott resultaron tremendamente útiles. Una etapa parecía quedar atrás: la de
la búsqueda insistente -"y en vano"- de conflictos y acciones
organizadas en el mundo campesino, adaptando crudamente un modelo que ya
resultaba incluso estéril para el análisis de las clases trabajadoras urbanas.
Nuevos horizontes se abrían: bajo el término "everyday resistance"
se recogían todas las "armas" que exhibían comúnmente los grupos
subordinados y sin poder, desde el sabotaje e incendio de cosechas, a las
roturaciones ilegales, pasando por el robo y el furtivismo. Dos maneras de ver
la protesta, en suma: la que arrojaba su mirada a los raros momentos en que los
campesinos se oponían abierta y violentamente al estado y a las elites
agrarias; y la que prefería centrarse en esas otras formas de resistencia que,
aunque menos llamativas y dramáticas, resultaban imprescindibles para
comprender lo que los campesinos habían hecho históricamente para defender sus
intereses frente al orden, fuera ese conservador, progresista o revolucionario.
Segadores
irlandeses en 1940 / Getty
Las formas de resistencia
contempladas por Scott, constantes y persistentes, constituyen, en definitiva,
los medios normales por los cuales los campesinos se han opuesto históricamente
a las demandas sobre sus excedentes. Han merecido escasa atención por parte de
los historiadores, pero en absoluto resultan inofensivas: esa resistencia
"rutinaria" puede, "acumulativamente", tener un apreciable
impacto sobre las relaciones de clase y autoridad en el mundo rural.
Concebida así la resistencia, no
hay por qué darle más importancia a la organizada y revolucionaria que a la
individual y a la que parece mostrar, al no tener consecuencias
revolucionarias, signos de acomodación con el sistema de dominio. En realidad,
dirá Scott, la actividad política organizada y abierta es un "lujo"
que históricamente pocas veces estuvo al alcance de las clases subordinadas.
Tales actividades resultaban peligrosas, "cuando no suicidas". La
mayoría de las clases subordinadas están mucho menos interesadas en cambiar las
estructuras socioeconómicas y del estado que en sobrevivir dentro de ese
sistema evitando su vertiente más opresiva. Y si alguna vez se producen esas
transformaciones profundas en forma de revoluciones es porque el campesinado ha
sido movilizado por fuerzas externas en el marco de conflictos más amplios -invasiones
extranjeras o guerras civiles, por ejemplo- que debilitan y dividen a los
poderes existentes y liberan a los campesinos de sus lazos tradicionales con la
autoridad.
Con todo ese bagaje de reconocido
científico social e investigador de campesinos, conflictos y pueblos
marginales, Scott publicó el año pasado Two Cheers for Anarchism: Six Easy Pieces
on Autonomy, Dignity and Meaningful Work and Play (Princeton University
Press), que acaba de publicar Crítica en
castellano, con el título de Elogio del anarquismo. En ese breve
ensayo, de título y subtítulo muy significativos, Scott se pone las gafas
anarquistas para combatir el valor de las jerarquías en nuestras sociedades
capitalistas y democráticas. Algo muy extraño en los tiempos que corren. Pero
vale la pena entrar en la defensa que hace del anarquismo, mezclando historia y
presente.
Su interés en la crítica
anarquista del estado nació “de la desilusión y de las esperanzas frustradas de
un cambio revolucionario”. Con el estudio de la historia, cayó en la cuenta “de
que casi todas las grandes revoluciones victoriosas habían terminado creando un
estado más poderoso que el que habían derrocado, un estado que, a su vez, podía
extraerle más recursos, y ejercer un mayor control sobre la población a la que
suponía que tenía que servir”. Ésa, en cualquier caso, ya había sido la tesis
ampliamente razonada y divulgada por Theda Skocpol en su estudio States and Social Revolutions
(1979). Los ejemplos clásicos de Francia, Rusia y China así lo
probaban, pero también los más recientes de Vietnam y de las dictaduras
establecidas en nombre del “socialismo real”. De las revoluciones salían
estados más fuertes y represivos, y los sueños igualitarios se esfumaban,
quebrados por el nuevo orden revolucionario.
Scott considera que “si uno se
pone las gafas anarquistas y observa desde este ángulo la historia de los
movimientos populares, de las revoluciones, de la política cotidiana y del
estado, le saldrán a la luz determinadas percepciones que desde cualquier otro
ángulo quedan oscurecidas”. Saldrán a la luz, sin duda, como ya anticipó
Pierre-Joseph Proudhon, la cooperación sin jerarquía
o sin el gobierno del estado, así como la confianza que los anarquistas
depositaban en la cooperación espontánea y la reciprocidad. Esas gafas, así lo
cree Scott, ofrecen “una imagen más nítida y una profundidad de campo mayor que
la mayoría de las alternativas”.
Pero, dada las existencia de
diversos anarquismos, algo que José Álvarez Junco expuso entre nosotros ya hace
tiempo, Scott le ofrece al lector el tipo particular de gafas que se
tiene que poner para ver todo eso mejor. Así, rechaza la corriente dominante de
“cientificismo utópico” tan omnipresente en el pensamiento anarquista a finales
del siglo XIX y principios del XX. Y a diferencia de muchos pensadores
anarquistas, no cree que el estado “sea siempre y en todas partes el enemigo de
la libertad”.
Durruti, fotografíado por Agustí Centelles/CDMH
Esto quiere decir que esas gafas
no mirarían bien al anarquismo que triunfó en España en el siglo XX, el sindicalismo
revolucionario, el único movimiento de masas anarquista que se mantuvo en la
Europa de entreguerras, porque se definía claramente como
"comunitario", "solidario", que confiaba en las masas
populares para llevar a buen puerto la revolución, pero que tenía también como
señas de identidad el antipoliticismo, la negación de
las luchas electorales y parlamentarias, y la abolición del Estado. Su apuesta
estaría más vinculada al otro anarquismo, al “individualista”, más elitista,
que despreciaba a las masas y ensalzaba a la individualidades rebeldes.
En realidad, a Scott no le
interesa, para probar sus argumentos, la historia de las diferentes
manifestaciones que adquirió el movimiento libertario en el mundo durante las
últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Una historia de
sociedades obreras, de clandestinidad, de terrorismo, de individualidades
rebeldes y de lucha política, interpretada por los anarquistas como antipolítica. Ni tampoco su labor
ideológica-cultural, la creación de canales de comunicación e información
o la puesta en práctica de toda una red cultural alternativa, proletaria,
de base colectiva.
Y le importa mucho, por el
contrario, y de ahí la validez y actualidad de sus planteamientos, la crítica
anarquista del poder político y sus falacias acerca del desorden y la
espontaneidad. Viendo la historia con esas gafas, las revoluciones no son
obra del trabajo de partidos revolucionarios, “sino el resultado de una
acción espontánea e improvisada ("aventurismo", en el léxico
marxista)". Y los movimientos sociales organizados son, “el producto y no
la causa” de las protestas y manifestaciones descoordinadas. Y para finalizar,
“los grandes logros emancipadores de la libertad humana no han sido el
resultado de procedimientos institucionales ordenados sino de la acción
espontánea desordenada e impredecible que ha abierto una fractura en el orden
social desde abajo”. La tropa existe, sin duda, pero lo que importan son los
individuos. Ahí arranca y concluye su “elogio del anarquismo”.
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